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(Córdoba, Ver., 1958) es licenciado, maestro y doctor en letras mexicanas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ingresó como investigador de tiempo completo al Instituto de Investigaciones Filológicas de dicha Casa de Estudios en 1995. Es catedrático del Posgrado en Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Ha impartido cursos y conferencias en universidades estatales de México y en la Universidad de Toulouse Le- Mirail, Francia. Desde 2001 pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. En 1999 obtuvo la beca "Hispanistas extranjeros" del Ministerio de Asuntos Exteriores de España. Actualmente coordina el proyecto de investigación multimedia "Amado Nervo: lecturas de una obra en el tiempo", apoyado por Conacyt.
[toc] => Presentación Rosa Beltrán
Prólogo. Lugar de encuentro
Gustavo Jiménez Aguirre
I. La ciudad, en el centro
Guillermo Prieto
Ojeada al centro de México 25
Guillermo Prieto
Memorias de Zapatilla 31
Francisco Zarco
El presidente. La presidencia 51
Fernando Orozco y Berra
Revista del desayuno. El Progreso al amanecer 62
Antonio García Cubas
México de noche 71
Francisco Zarco
Los transeúntes 84
Juan de Dios Arias
El evangelista 98
José Tomás de Cuéllar
El paseo de Bucareli 110
Juan de Dios Peza
El tinterillo de la Reforma 116
Juan de Dios Peza
Cosi va il mondo! 122
Ignacio Manuel Altamirano
La muerte de la señora Juárez 125
Manuel Gutiérrez Nájera
Una corrida nocturna 130
Amado Nervo
Los noctívagos 136
Heriberto Frías
Realidades del pueblo 139
Ángel de Campo
El Chino 144
El de los Seis Monos
¡Que tiembla! 147
Luis González Obregón
La plaza del Volador 151
Luis Frías Fernández
Torres y cúpulas 162
Ángel de Campo
Merry Week.
The English Language and Mexican Business 166
Luis G. Urbina
La vuelta del cinematógrafo 170
José Juan Tablada
Después del bombardeo.
Las lunas de febrero de 1913 173
Heriberto Frías
El desfile de los pavos reales 177
Ramón López Velarde
La avenida Madero 182
II. De San Ángel a tierra adentro
Manuel Payno
Viaje sentimental a San. Ángel 189
Ignacio Manuel Altamirano
El ferrocarril de Tlalpan 199
Justo Sierra Méndez
Metlac 204
Ignacio Manuel Altamirano
Los caminos de antaño. De Toluca a México 207
Manuel Payno
Un viaje a Veracruz en el invierno de 1843 225
Manuel Barbachano y Tarrazo
Un hombre-piedra 232
Guillermo Prieto
Recuerdos de un viaje a Zacatecas 236
José Tomás de Cuéllar
Real de Catorce 243
Manuel Gutiérrez Nájera
Jalapa 251
Laura Méndez de Cuenca
¿Quién era don Gumersindo Morlote? Cuando México era un caos. Recuerdos de antaño 257
Manuel Gutiérrez Nájera
Una excursión a Puebla 262
Amado Nervo
Lunes de Mazatlán 269
Ramón López Velarde
En el cine 274
María Valdés
Cuando llegó el tren de México a Monterrey 277
Ramón López Velarde
Susanita y la Cuaresma 280
Rafael López
Chapala 283
III. Escape al extranjero
Justo Sierra Méndez
De Buenavista al Bravo 291
Ángel de Campo
Chismografía internacional 299
Amado Nervo
U.S. 303
Luis G. Urbina
Entre dos bahías 306
Enriqueta y Ernestina Larráinzar
Una tarde en Central Park 311
Justo Sierra O'Reilly
El Niágara 319
Manuel Payno
El océano 328
Laura Méndez de Cuenca
Londres a vista de pájaro 335
José Juan Tablada
A la sombra de Notre Dame 341
María Enriqueta Camarillo
Calle de Coimbra 347
Luis G. Urbina
Barcelona. La extravagancia de la piedra 350
María Enriqueta Camarillo
La murga callejera 353
Justo Sierra Méndez
Días de Roma 359
Laura Méndez de Cuenca
Richard Bukowsky 365
José López Portillo y Rojas
La mezquita de Omar 372
Francisco Bulnes
El entierro del Hijo del Cielo 383
José Juan Tablada
La gloria del bambú 388
Semblanzas 393 [free_reading] => Presentación Como si un género impusiera también sus temas, es notable ver en los cronistas del siglo xix muchos de los asuntos que siguen atrayendo a quienes escriben crónicas en nuestra época. ¿Cómo es la Ciudad de México? ¿Qué hábitos, intereses, formas de relación y lenguaje componen la vida cotidiana? Qué lugares se visitan y qué impresión se tiene del viaje mismo. Es curioso que algunas de las ciudades visitables de hace un siglo y medio sigan siendo en buena medida los centros imantadores de hoy, aunque no lo sean ya de forma exclusiva: Nueva York, Londres, París, Medio Oriente, Japón y China. Y que la noche, con sus particularidades y sus rituales, sea en sí misma un tema. Quizá deba decir el tema. La noche y la ciudad como ideario son producto del xix. La salvedad es que entonces, entre 1840 y 1920, la ciudad se recorre a pie. Se habla, por supuesto, del tren que traía consigo sensaciones agradables y el automóvil, que provocaba pánico. Pero las experiencias del entorno son consignadas en su mayor parte por un peatón que escribe mientras camina. Una época representa también ciertas expectativas y responde a hábitos de lectura. De los cronistas de fines del xix se espera que sean hábiles y divertidos, que analicen críticamente los meandros del poder y que vayan a bailes y espectáculos a los que la clase media naciente no puede asistir pero de los que se siente con derecho a participar. La crónica es a fin de cuentas un viaje todo pagado a geografías y caracteres que marcan el sentido de una época. Los cronistas -y las cronistas- mexicanos del XIX enfrentaron guerras e invasiones, lucharon contra la pobreza y la censura y la escasez en más de un sentido pues creyeron agotar lo escribible en un género que evolucionaba más rápido que la vida. Al ser poetas y narradores se tomaron todas las libertades con el lenguaje y llevaron la ambigüedad al límite. Este volumen da fe de la riqueza de poco más de medio siglo de impresiones escritas en ese género híbrido y fronterizo que tiene como corazón a Cronos, fugitivo y permanente. Rosa Beltrán Prólogo Lugar de encuentro Gustavo Jiménez Aguirre El pasado, a la vez que conserva la agudeza de lo fantasmagórico, recuperará el brillo y el movimiento de la vida y se hará presente. BAUDELAIRE, "EL PINTOR DE LA VIDA MODERNA". La perseverante voluntad editorial de Rosa Beltrán y el ánimo entusiasta del compilador de esta antología coincidieron en imaginar un lugar de encuentro con el propósito de conocer y actualizar el pasado de México a través de la lectura de crónicas escritas en los siglos xix y xx. Con la ilusión de esta premisa, más poética que histórica, se conformó un panorama del origen, consolidación y auge de la crónica en México. El recorrido empieza en la década de 1840 y concluye hacia 1920. En lugar de un inabarcable lienzo histórico, las crónicas se distribuyeron en un tríptico temático: "La ciudad, en el centro"; "De San Ángel a tierra adentro "y "Escape al extranjero". Los tres capítulos de esta antología buscan difundir la apreciación actual de cronistas mujeres y hombres. Por encima del rescate de textos curiosos e imprevistos, materia de un volumen especializado, se favoreció la experiencia de la lectura placentera. Ojalá que la secuencia temporal y espacial de estos apartados enfatice ese criterio antológico y permita el conocimiento, útil y agradable, de distintas maneras de registrar y recrear literariamente hechos históricos y sucesos cotidianos, personajes encumbrados y ciudadanos de a pie, captados por la mirada del cronista paseante o del testigo memorioso; asimismo, que este lugar de encuentro permita recuperar el ritmo de calles y avenidas, los pregones y el regateo en mercados y plazas, el paso de carruajes, tranvías y los primeros automóviles que provocan pánico en la ciudad, el claroscuro de ceremonias y espectáculos citadinos, la ruta y las peripecias de viajes por el interior y el exterior del país... En síntesis, que el caudal del pasado inunde la lectura del presente. Esta manera de comprender la vitalidad de un género fantasmagórico sigue de cerca a Baudelaire en "El pintor de la vida moderna": buena parte del atractivo de estas crónicas se encuentra en la belleza indeterminada de su expresión literaria gracias a un "elemento relativo, circunstancial, que será, si se quiere, cada vez o en conjunto, la época, la moda, la moral o la pasión". Con la generosidad de la dote aportada por la crónica, celebremos las nupcias entre historia y literatura que Guillermo Prieto anticipó en 1845: "estos articulillos pueden convertirse con el tiempo en objetos de utilidad e interés: cuando el transcurso de los años les comunique el prestigio que tiene lo pasado y se consideren con la curiosidad de una medalla deforme [...] o como la del jeroglífico borrado en una ruina". Para ilustrar las transformaciones de un género que muda de forma y funciones para adaptarse al mercado periodístico de un país con escasos lectores de libros, la selección parte de una muestra representativa de cuadros y/o artículos de costumbres de la comunidad de escritores vinculados con la Academia de Letrán (1836-1840); en esta institución se forja la primera identidad colectiva del país independiente; entre otros, Prieto y Manuel Payno promueven publicaciones para difundir la novedad y la fe de aquel espíritu fundacional; hacia mediados de siglo, con Francisco Zarco y Fernando Orozco y Berra surge la conciencia de la crítica político-social y del cronista como un paseante inmerso entre multitudes, pero aislado de ellas; los escritores y las primeras periodistas mexicanas, durante la República Restaurada, fundan revistas donde la crónica tiene un lugar destacado, sortean las demandas del periodismo mercantil y viven el desplazamiento político del cronista; el crecimiento formal se encuentra en las columnas semanales de Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra, ambos renuevan la prosa literaria que llevarán a mayores alturas Manuel Gutiérrez Nájera, Luis G. Urbina, José Juan Tablada, Ángel de Campo, Amado Nervo, Laura Méndez de Cuenca y María Enriqueta Camarillo, entre otros cronistas activos en las prensas nacionales y extranjeras hasta la década de 1930. El trazo original del recorrido anterior se ajustó en varias ocasiones: sus primeros bocetos mostraban cierta ingenuidad al pretender que la riqueza de tan extenso territorio periodístico y literario pudiera encapsularse en un tomo de extensión media, dirigido al público abierto de esta colección. Quizá pueda resumir esa experiencia con la paráfrasis de uno de los antologados: frente a la poesía del epígrafe baudeleriano, la prosa de las realidades editoriales me obligó a tomar dos decisiones indispensables: r) la postergación de una serie gozosa de reflexiones autorales sobre las peripecias de escribir y publicar crónicas bajo demanda (comentaré un par de ellas en estas páginas), y a) la convicción de excluir autores de la generación del Ateneo de la Juventud, a pesar de la calidad con la que Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán, entre otros, actualizan y diversifican el género. Atento al registro y la narración de los acontecimientos nacionales determinantes en la historia del país tras su independencia política, el primer apartado de esta antología coloca a la Ciudad de México en el centro. El recorrido inicia poco antes de la invasión estadounidense de 1847, con la lectura de las transformaciones históricas y materiales que Prieto observa y registra al caminar por Plateros y San Francisco. Siete décadas después, Ramón López Velarde, inquieto por los letreros en inglés y por otros signos del imparable imperialismo yanqui, en las mismas calles ojeadas por Prieto en sus cuadros costumbristas, deambula las 24 horas del día por la renombrada y pecaminosa avenida Madero, y en 1917 sus pisadas reescriben el pasado y el presente del centro de la ciudad. En un periodo similar al de "La ciudad, en el centro", el segundo corpus antológico va más allá del acontecer capitalino y su periferia idílica o grotesca en San Ángel o Tlalpan; mientras nos alejamos del Valle de México, primero en diligencia, después en tren, por último a so kilómetros por hora en un Ford, reconocemos lugares, ciudades y provincias de distintas latitudes nacionales; en algunos relatos, se describen parajes y poblaciones tan remotos en el imaginario decimonónico como las aventuras por los precarios e inseguros caminos de tierra adentro. A la vuelta de los años, en la era del ferrocarril como metáfora de la modernidad, viajar es un mito, escribirá Gutiérrez Nájera a propósito de una visita a Puebla: "Sale usted y llega. No hay aventuras, no hay incidentes. La maleta y el viajero deben experimentar las mismas sensaciones. No puede uno ni siquiera quejarse de la dureza del carruaje [...]. Las poblaciones pasan, los árboles vuelan y cuando vuelve uno a su casa apenas si ha tenido tiempo de leer la tercera plana del periódico, de visitar a algún amigo o de salir del teatro". Por otras rutas del viaje y la memoria en busca del Ideal y del Enigma, el tercer espacio textual desborda las fronteras terrestres y marítimas mexicanas para presentar una serie de excursiones al extranjero. Al iniciar la suya en la estación Buenavista de la Ciudad de México, Justo Sierra acepta viajar a los Estados Unidos con el propósito de entrever, a todo escape, un país inasible. Tras las huellas textuales y ferroviarias de Sierra, no es muy distinto el ánimo de Amado Nervo al cruzar ciudades que le salen al paso y lo asedian antes de embarcar en Nueva York, presuroso, con destino a París. Allá dirá: "Roma es ayer, Francia es hoy, América es mañana". Las páginas viajeras del tercer capítulo del libro contagiaron a la selección final del volumen cierta voluntad de fuga espacio-temporal hacia cualquier destino posible: Europa, Jerusalén, Japón o China. Para sumar el mayor número de autoras con calidad, dejamos correr el tiempo de esta sección e incluimos un par de crónicas notables sobre Madrid y Coimbra, producto de la prolongada estancia de María Enriqueta Camarillo en Europa. "La ciudad, en el centro" es el capítulo más apegado al transcurrir histórico del país, hasta donde lo permitió la localización de textos de buena factura. Para ordenar este primer apartado del volumen, se alternaron recreaciones memoriosas de sucesos, personajes históricos y descripciones pretéritas de la Ciudad de México con cuadros costumbristas y crónicas ambientadas en el año de su publicación. Este contrapunto temporal es evidente en las obras de Prieto al inicio de la sección: "Ojeada al centro de México" (1842) y "Memorias de Zapatilla" (1875). Además de ganar en perspectiva para conocer el escenario urbano y el tenso ambiente social previo a la invasión estadounidense de 1847, resultan evidentes los contrastes entre dos modalidades genéricas que el autor dominó con maestría, luego de tres décadas de permanente oficio periodístico: el registro minucioso con pretensiones científicas de los artículos y cuadros frente al relato novelesco, hábilmente tramado con voces testimoniales y personajes ficticios. En "Memorias de Zapatilla" e Impresiones de viaje: traducción libre del diario de un zuavo, editado por Vicente Quirarte, la voluntad narrativa y el ritmo sostenido del relato permiten considerar a Prieto como el cronista subversivo de las convenciones explotadas por décadas en sus múltiples columnas diarias y semanales; mejor aún: como un autor de tensas novelas breves que confirma las premisas de Carlos Monsiváis en A ustedes les consta: "En la crónica, el juego literario halla ventajoso usar la primera persona o narrar acontecimientos como vistos y vividos desde la interioridad ajena. Idealmente, en la crónica priva la recreación de atmósferas y personajes sobre la transmisión de noticias y denuncias". En los textos breves de Juan de Dios Peza y Heriberto Frías se aprecian libertades discursivas que aproximan crónica y cuento. En el modernismo de entre siglos, Nájera, Nervo, Luis G. Urbina, Laura Méndez de Cuenca, José Juan Tablada y López Velarde llevan la ambigüedad genérica a niveles inusitados de maestría narrativa. Los límites entre el lirismo introspectivo del poema en prosa y la voz en primera persona se confunden, conscientemente, con el yo autoral de los prestigiados escritores, pero mal pagados periodistas que nunca dejan de lamentar su triste condición de galeotes de la prensa, como deja ver Nájera en esta divertida reflexión del Duque Job, contenida en "Crónica color de... qué...": Tengo que hacer mi artículo semanario, y no me encuentro suficientemente preparado para este grande acto. No tengo más que una esperanza, y es que el cielo, reacio para mandarme artículos ya hechos, me hiera de muerte, o por lo menos de parálisis. Si esto sucediera, tendría un pretexto para no hacer nada [...] Puesto en tan duro trance, tuve el pensamiento criminal (el periodista que no lo haya tenido nunca puede arrojarme la primera cabeza de poeta) de servir a mis lectores un artículo trasnochado. Hacia 1882 las convenciones de lectura y las expectativas fácticas de esta tradición se diluyen porque el Estado porfiriano, la prensa subvencionada y la sociedad no requieren ya horneros a la altura de la Historia y del Mito, sino hábiles y divertidos reseñistas de espectáculos, bailes, desfiles militares y rituales del poder; o bien, conversadores amenos para entretener los ocios clasemedieros y burgueses. Luego de medio siglo de registrar hechos y personajes trascendentes, de emprender estudios fisiológicos para conocer y divulgar a Los mexicanos pintados por sí mismos, de reseñar debates parlamentarios, guerras civiles e invasiones imperialistas, de contribuir al progreso de la República Restaurada y su Literatura Nacional... a la vuelta de medio siglo, en fin, los escritores metidos a cronistas enfrentan la censura, las restricciones del mercado, y lo que es peor: la escasez crónica de asuntos para sus extenuantes revistas o columnas semanales. La mínima e intrascendente actividad cultural y los esporádicos eventos sociales de la Ciudad de México no alcanzan para entregar las cuartillas comprometidas con el editor. En 1871, Altamirano comparte el hastío generado por una profesión ingrata: "Semejante estrechez acabó por fatigar a mi pobre imaginación [...] y los continuados viajes que tenía que emprender sin variación cada semana, y con la alforja vacía de novedades, de las calles de Plateros al paseo de Bucareli, de allí al Zócalo, del Zócalo a los desventurados teatros de la capital o a las imprentas que languidecían bajo el peso de una política soñolienta". 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