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Cristina, una niña a quien sus padres dejan en un convento que acoge huérfanos, desde muy pequeña da muestras de que está llamada a un destino superior, pues tiene visiones místicas. Luego de sufrir una fiebre casi letal, despierta del delirio con un lenguaje desarrollado y preciso, con conocimientos ajenos a sus años. Desde entonces sabe que le corresponde encontrar una ciudad donde será posible abolir el imperio de la muerte, donde habrán de imperar el arte y el conocimiento, donde el amor, el perdón, la piedad y la belleza redimirán todo el inútil sufrimiento del hombre. La espera una larga ruta donde, en su búsqueda, verá una ciudad consumida, ensangrentada, derrumbándose, los habitantes en agonía y, entre todo esto, un jinete que a su paso difumina el horror para dejar en su lugar un mundo plácido después de la destrucción.
En esta novela, la voz narrativa de Adriana Díaz Enciso es al mismo tiempo sutil y poderosa. Como la fe. [short_description] => " ¿Lo soñé, amada, o estuvimos tú y yo a las puertas de la ciudad mientras el universo se desplomaba, tratando en vano de recoger la sangre de los inocentes y purificarla, aunque fuera sólo con nuestro llanto?"
Cristina, una niña a quien sus padres dejan en un convento que acoge huérfanos, desde muy pequeña da muestras de que está llamada a un destino superior, pues tiene visiones místicas. Luego de sufrir una fiebre casi letal, despierta del delirio con un lenguaje desarrollado y preciso, con conocimientos ajenos a sus años. Desde entonces sabe que le corresponde encontrar una ciudad donde será posible abolir el imperio de la muerte, donde habrán de imperar el arte y el conocimiento, donde el amor, el perdón, la piedad y la belleza redimirán todo el inútil sufrimiento del hombre. La espera una larga ruta donde, en su búsqueda, verá una ciudad consumida, ensangrentada, derrumbándose, los habitantes en agonía y, entre todo esto, un jinete que a su paso difumina el horror para dejar en su lugar un mundo plácido después de la destrucción.
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Escritora y traductora mexicana, nació en 1964 y vive en Londres desde 1999. Ha publicado novela, libros de relatos y poesía y ha colaborado para más de treinta periódicos y revistas en México y el extranjero. Escribió la letra de muchas canciones de la banda de rock Santa Sabina; ha escrito también teatro y ópera y fue guionista del programa de televisión La hora marcada. Impartió clases de literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana y en la Escuela Dinámica de Escritores, y ahora es profesora de literatura y traducción en el Instituto Cervantes de Londres. Fue secretaria de la Blake Society en Inglaterra y cofundadora del proyecto para convertir la casa de William Blake en Felpham en un centro de creación. Es miembro del Consejo Directivo de la revista Modern Poetry in Translation. Sus novelas anteriores son La sed (2001), Puente del cielo (2003) y Odio (2012).
[toc] => The Imagination is not a State: it is the Human Exis ence itself 13
The eternal gates terrific poner lifted the northern bar:
Thel enter'd in & saw the secrets of the land unknown 21
Uno. Cristina es lanzada al vacío 23
Dos. Retorno a la linterna mágica 31
Tres. Entrada a la ciudad: la ciudad tiende sus redes 47
Cuatro. Cautiva en el pozo de sombras 56
Cinco. Hablando solo 70
Seis. Las emboscadas del amor 75
Siete. Las angustias del viejo maestro 90
Ocho. Despierta 95
Nueve. Los anzuelos del pasado 111
Diez. Soñando con fuego 131
Once. Rosas en el mar 135
Now comes the night of Carnage now the fiesh of Kings
Princes Pampered in palaces for our food the blood
of Captains nurturd with lust murder for our drink
the drunken Rayen shall wander All night
among the slain er mock the wounded that groan in the field 149
Doce. Figuras del pensamiento 151
Trece. Bienvenida a la casa que no está aquí 157
Catorce. La protección del sueño 168
Quince. Un compromiso 171
Dieciséis. En pie de lucha 181
Diecisiete. Todos sueñan con el alma de Cristina 188
Dieciocho. Entre dos reinos 193
Diecinueve. El mundo real 206
Veinte. La tierra prometida 224
Veintiuno. La guerra de las ideas 229
Veintidós. Las reservas del maestro 251
Veintitrés. Una carta de Herat 256
Veinticuatro. Cristina intenta tejer su destino 268
Veinticinco. En Beulah 283
Veintiséis. Cambiar el mundo 292
Veintisiete. Cristina ama 302
Veintiocho. La pregunta de `Isa 308
Veintinueve. Iluminar una mirada, si existe la ciudad 317
Treinta. Política y el primer beso 331
Treinta y uno. La suerte de otros y el bosque 353
Treinta y dos. Portentos y amenazas en la casa de Dios 365
Treinta y tres. La expulsión de Ahania 373
Treinta y cuatro. La flor se abre en el miedo 379
Treinta y cinco. Ibn al-Layl es traicionado 399
Treinta y seis. Los rostros inapresables del amor 405
Treinta y siete. La lealtad de Cristina 414
Treinta y ocho. Las grandes visiones 421
Treinta y nueve. Desde el reino de los muertos 433
Cuarenta. Andar la ciudad 440
Cuarenta y uno. Las visiones de la fe 448
Cuarenta y dos. El lugar de Herat y Ahania 450
Cuarenta y tres. La niña perdida 459
Cuarenta y cuatro. Los esponsales 465
Cuarenta y cinco. Cristina teje visiones 478
Cuarenta y seis. Cristina da a luz 488
He seizd the boy in his immortal hands
While Enitharmon followd him weeping in dismal woe
Up to the iron mountains top & there the Jealous chain
Fell from his bosom on the mountain. The Spectre dark
Held the fierce boy Los naild him down binding around his limbs
the accursed chain O how bright Enitharmon howld & cried
Over her son. Obdurate Los bound down her loved Joy 511
Cuarenta y siete. La suerte de Ahania 513
Cuarenta y ocho. Fantasmas 520
Cuarenta y nueve. El que abraza fantasmas 529
Cincuenta. Refugio 541
Cincuenta y uno. Todo por Hernán 548
Cincuenta y dos. Y el caballero 574
Cincuenta y tres. De pronto Abel 579
Cincuenta y cuatro. ¿De dónde son las visiones? 588
Cincuenta y cinco. Los consuelos de la Iglesia 597
Cincuenta y seis. El sueño del tiempo que pasa 606
Cincuenta y siete. El camino de Hernán 608
Cincuenta y ocho. Elías es el agente 626
Cincuenta y nueve. La última lucha de Ahania 642
Sesenta. Hernán 648
Sesenta y uno. Hernán bajo el manto de la noche 655
Sesenta y dos. La madre dolorosa 659
Sesenta y tres. La destrucción del mundo 667
Sesenta y cuatro. El retorno a la ciudad 673
…for Cities
are Men, fathers of multitudes, and Rivers & Mountains
Are also Men; every thing is Human, mighty! sublime!
In every bosom a Universe expands, as wings
Let down at will around, and call'd the Universal Tent. 683
Sesenta y cinco. Habla Cristina 685
Sesenta y seis. Cristina se levanta 692
Sesenta y siete. Y la ciudad 696
Nota de la autora 703 [free_reading] => The Imagination is not a State: it is the Human Existence itself La realidad no está aquí, ni allá. Sucede en una zona intermedia que no se toca. Y sin embargo es perceptible en todas las regiones que atraviesa. Empecemos de nuevo. Digamos "la eternidad". Que diga el papel que la eternidad no está en ninguna parte, y sin embargo existe. Que intocable, invisible, inconcebible incluso, y sin confines, nos contiene. Si es que esto es un papel, y no una franja de luz, una columna de humo: el pensamiento. Si es que me decido a dejar fijas en una base material mis ociosas reflexiones, a iniciar el arduo proceso de intentar convertir su inutilidad -no, no eso: su insustancialidad- en frágil y humana permanencia. Es decir, a detenerlas. Aún puedo elegir dejarlas desvanecerse en el aire, como el desorganizado batir de alas de un tumulto de palomas asustadas a medio festín. Aunque mi pensamiento lo llevo conmigo a todas partes, aún puedo decidir que no está ahí, que es un estado de ánimo, una sombra en el día que se ha tornado de pronto gris; un sueño que se lleva el viento fresco, dejando aquí el cuerpo nada más, que busca la protección del impermeable, la reafirmación de la existencia segura del mundo en las pruebas que ofrecen los sentidos. Aunque, por supuesto, nos queda el problema de las formas que entrevemos con el rabillo del ojo. Digamos sin embargo que soy un orfebre. Lo que equivale a decir que mi labor es con la materia, mis manos la herramienta, que mi trabajo es asunto de este mundo. Ser un herrero y trabajar en la fragua vendría a ser idéntica activación de la energía. Es nada más cuestión de dimensiones. Igualmente necesitaré del fuego, de los elementos que conforman la tierra desde siempre, e igualmente habré de preguntarme por su origen, cómo mi cuerpo, la tierra y el universo entero están hechos de ellos en igual medida, cuál es la correspondencia que los hace encarnar en formas tan distintas, y cómo, con qué arte he de hacerlos hablar. Sea como sea, mi labor será crear cosas nuevas; moldear, combinar, forzar, construir. Imaginar, que es dar luz y vida y forma. Siempre la inauguración de un mundo, hasta en el más mínimo objeto que salga de mis manos. ¿Pero cómo poblar un mundo? Porque es preciso. Hay que tejer las formas para que el alma, entonces, exista; las formas que, en su contracción, delinean y limitan. El ser encarna, aún en esa forma elemental. Por eso es preciso delimitarla. ¿Quién quiere vivir en un mundo vacío? Ya después vendrá el despertar, el vuelo, la mirada del águila naciendo desde el centro. Mito creacional. Otra leyenda sobre el origen de la historia de los hombres -pero todas son verdad, susurra en mi oído la voz que me atraviesa. Los veo ahora mismo, en el parque, ya contenidos por su forma. Salen de edificios y oficinas. Es la hora de comer y tienen hambre. Sus movimientos, el ruido que producen en el acto continuo de ser, son la correspondencia humana con el vuelo de la parvada de palomas. Muchos sonríen: porque es de día y éste es un parque, la luz se vuelve fresca e incandescente a la vez en la punta verde y dorada de los árboles; sonríen porque tienen hambre y comerán, porque dan el día por sentado y no ponen en duda el regreso recurrente de la luz del sol. El día con su luz es su realidad. Ahí están, no hay forma de negarlos, ni a uno solo, ni al más pequeño ni al más humilde entre ellos. ¡Todas las historias que se cruzan! Imagina el bullicio, el tumulto de palabras al azar atrapadas al vuelo, en tantos idiomas, cargadas de una infinidad de intenciones, si pudieras oír sus pensamientos. Esta labor -imaginar para crear, imaginar para ver-, ¿equivale a una vida? ¿Qué he hecho yo, cómo he poblado el mundo (y cuál mundo) tras todos estos años de arrastrar conmigo el pensamiento, inaugurar universos, crear con mis manos objetos que nacen cargados de su propia y misteriosa elocuencia? ¿Qué he hecho en toda mi vida que me haga distinto de los otros, más pensador o más creador, más merecedor de interrogar al mundo? Quisiera, en un día como éste (pero hipotético, posible sólo como yo lo quiero), interrogarlos a todos. Preguntarles si creen que el mundo es materia o sueño, sustancia que se basta a sí misma o reflejo de una existencia infinitamente más perfecta y luminosa; reflejo encarnado por necesidad. En dónde, quisiera oírlos decir, creen que está la realidad. Y regreso al punto de partida. Yo, como todos, tengo una historia. Lo que no sé es si es real. Aquí sentado como si no tuviera a dónde ir, ningún destino, me pregunto cuál es la mejor forma de empezar, de qué hilo dorado que aún no encuentro tirar para desmadejar la maraña de mi cuento, con qué pasos tengo que echar a andar para así, algún día -quizá- llegar. Porque tengo que contar para llegar, eso está claro; es la narración la que tejerá la historia, ella la que la vuelve sólida. I sive you the end of a golden string, Only wind it into a ball: It will lead you in at Heaven's gate, Built in Jerusalems wall. Veamos. Estoy en la ciudad. Podría pensarse que he llegado. ¿No era ésta la meta; el punto final de todo esfuerzo? Ahí están la calles, el río incontenible de la humanidad, con todo su cansancio, su angustia, sus miserias, el calor que generan sus cuerpos (forma, encarnación) en perpetuo movimiento; la humanidad con su carne demandante y ciega, con sus preguntas sin fondo como bocas siempre abiertas, la humanidad con sus quejas, sus teorías y sus lamentos, sus deseos, amorfos casi siempre. Se mueven entre muros sucios: de humo y hollín, de lluvia cuajada por el polvo, de nieve pisada en el invierno, de orina y escupitajos y vómitos de años. De sangre derramada alguna vez, luego olvidada, por accidente o en las múltiples variantes del crimen. Yo también escribo en esta calle lo que veo y escucho en las regiones de la humanidad, en las calles de la urbe, abriéndose: cuerpos que se arremolinan alrededor de otros cuerpos en la lucha por un poco más de espacio, aire, por un asiento en el metro o el autobús, por un instante ganado en la carrera por llegar, a donde sea. Y en esta soledad entre otros cuerpos, en medio de esta constante agresión y estas desdichas, pura y definida, el alma. El alma recortada contra este fondo de humo, de suciedad, de colores destemplados y de ruido. En estas calles, sí, se puede respirar el odio. Se puede vivir el odio, sumergirse uno en él y no salir nunca, o descubrir a la orilla de un canal, en un brezal desierto o en un cuartucho sórdido el cuerpo de las víctimas del odio. Pero es aquí, y sólo aquí -escúchenme bien, si alguien me escucha- que es posible aprender a amar al prójimo, que esa abstracción inmensa llamada humanidad, estéril como toda abstracción, adquiere una multiplicidad de cuerpos y de rostros, todos, en su particularidad, definidos, todos irrepetibles. Aquí, en la ciudad, como en un mural de dimensiones infinitas, se despliega el gesto de todas las emociones que conoce el corazón del hombre. ¡La ciudad, el lugar de las revelaciones! Aquí, entre las murallas que contienen el golpe de la guerra contra ese corazón, rodeado por los pilares de oro que centellean marcando el camino entre la densa oscuridad, transcurre la historia que me ha dado mi forma, la historia que recuerdo, la que quiero contar. Aquí donde comulgan la esfera de lo visible y lo invisible, donde se expande hasta una distancia ilimitada, y hacia todos los puntos cardinales, la zona intermedia en que yo habito. Es de este claroscuro de donde haré surgir los rostros que viven en mi historia, y ya echados a andar por estas calles voy a seguirlos, en pos de la ciudad que todos ellos buscan. La buscan conmigo. Qué es lo que digo... ¿Voy a recordar, entonces? He vivido mucho ya sobre esta tierra. A veces me asombra cuánto. No, no tengo interés en recordar. Vivir de nuevo lo ya vivido, cansa. Si recordara, sería porque todos esos rostros son -o fueron- reales. Y de su realidad yo no tengo duda, no necesito recordarlos para eso, ni les hacen falta las estériles hijas de la memoria para estar donde están ni para seguir su viaje. Pero me enredo... otra vez me ha hecho caer el hilo de mis palabras, suelto, enrollado en mis tobillos. Otra vez he dado un giro para llegar a: nada. Se vacía la ciudad. Se vacía el mundo. Estoy solo, no de nuevo, sino como siempre y desde siempre. Aquí habría que soltar un suspiro, pero sería un gesto teatral, para el beneficio de mis espectadores. No que eso me moleste. Los hombres somos así. Pero no tengo espectadores. Estoy solo, ¿recuerdan? O loco. He perdido la razón y estoy en un hospital para enfermos mentales, lo que la gente de a pie llama, con más gracia, un manicomio. Como la madre infanticida. Como la monja estigmática. Tú me ves desde allá afuera, desde el otro lado de las rejas, me ves así encadenado, y te compadeces de mí. O te ríes. Quieres verme estallar en toda la gloria de mi furia, para sentir un poco el roce del huracán de la locura, de la tragedia irremediable, y también el alivio de que quede tan lejos de ti. Pero yo te contaré que soy el fundador de la ciudad, la ciudad más magnífica que haya existido nunca, y te hablaré de los seres heroicos que la pueblan, que también a su manera la han fundado, siguiendo sus sueños, sus profecías, sus espejismos, escapando, siempre escapando de la ciudad otra, la mentirosa, la que termina cayendo siempre en la poderosa inercia de su confusión y sus errores. Te diré que soy yo, ese del que se burlaron todos, fiel no a las falacias de la memoria, sino a las hijas de la inspiración, el hombre al que le debes la ciudad prodigiosa que habitas, y no te daré el gusto de que pruebes las ácidas mieles de mi furia. Te diré también que soy ese hombre, sí, pero el de antes: el que está huyendo apenas, el que está escapando, el que todavía busca, el que fundará la ciudad con la que sueñas. Soy yo, el que busca aún a los otros, los que se aproximan desde distintos caminos al mismo punto exacto, a las cuatro puertas desde las que habrán de levantarse las murallas resplandecientes, la perfección inexpugnable. Que los busco porque están perdidos, y por lo tanto yo estoy perdido también. Eso te contaré. Pero no estoy loco, ni son estos los muros de un manicomio ni hay aquí ninguna reja, ninguna cárcel. No estamos tampoco exactamente en este lugar que ves, ni el que imaginas. No hablo desde la solidez de esta mesa y estas sillas ni la de la ventana transparente. Esto es otra cosa, es otro sitio, no sé si lo entiendas. Pero tienes que entenderlo, pues todo lo que aquí digo es, o ha sido, real. Dejemos que empiece la historia. 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