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Investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, UNAM.
[toc] => A manera de prólogo. Sobre el pensamiento crítico en México y la dificultad de los encuentros
José Guadalupe Gandarilla Salado 11
Presentación 23
01 Leer El Capital... 27
La categoría de trabajo vivo 31
Trabajo vivo como exterioridad 36
El trabajo vivo y el valor 46
Alcances y límites del trabajo vivo 54
Bolívar Echeverría, el valor de uso y la forma natural 70
El valor de uso en la obra de Bolívar Echeverría 72
Del valor de uso a la mercancía 82
La contradicción valor de uso/valor en la sociedad moderna 89
Hacia la politización del valor de uso 96
Trabajo vivo, coordinación del trabajo social y forma natural
(Apuntes para un diálogo con Franz Hinkelammert) 101
El valor de uso social 103
Coordinación social del trabajo, trabajo vivo
y forma social-natural 106
Algunas consideraciones finales 114
02 ...en la modernidad... 119
Formas de entender la modernidad 121
El fundamento técnico de la modernidad 127
El fundamento crítico-histórico de la modernidad 145
Dos paradigmas sobre América Latina 166
03 ...para teorizar la política 187
La cultura política moderna 188
El proyecto de La política de la liberación 217
La nueva política de la liberación: algunas consideraciones previas 221
Lo político y la política de la liberación 226
La comunidad política 234
El Estado y los dilemas de la política de la liberación 241
Apuntes finales 251
04 Temas abiertos: más allá de las distancias y las diferencias 255
Referencias 273 [free_reading] => He tenido conocimiento del ascendente trajín académico de Jaime Ortega desde hace cuando menos una década y la oportunidad de acompañarle en diversas facetas: siendo mi alumno de grado, como también en posgrado; en su desempeño como profesor ayudante en varias de las asignaturas de grado y posgrado, que impartí en varias facultades, hasta luego encontrarle como asistente en labores de investigación; colega de cátedra, coautor de artículos y, ahora, finalmente, como autor de su primer libro, un trabajo que, por decirlo de algún modo, expresó el cierre de una faceta formativa que le ha permitido abrir sus reflexiones hacia otros derroteros. Esta vinculación ha madurado en la consolidación de ciertas preocupaciones intelectuales, que en los últimos años se pudieron canalizar también en el proyecto "El programa de investigación modernidad/ colonialidad como herencia del pensar latinoamericano y relevo de sentido en la teoría crítica", el cual tuve la oportunidad de coordinar, y del que este libro es uno de sus más logrados resultados. Por encima del ámbito de colaboración académica, debo decir, ha logrado prevalecer en el transcurrir de los años una cierta camaradería que se finca en la amistad y el respeto, que ha justificado el que me confiara, en este caso, redactar la presentación de su trabajo, lo que asumo con una enorme responsabilidad y como un desafío, nada exento de dificultades, para transmitir no un resumen de la obra sino la enunciación de ciertas razones para destinar el tiempo necesario a una lectura meditada y concienzuda de estas páginas. Acepté la encomienda, entonces, no sólo por conocerle desde hace tiempo sino porque el trabajo que nos ha ofrecido abunda en aspectos que ya en trabajos previos (que aquí son citados) he puesto en consideración, y sabía de ciertas reflexiones, que desarrollando algunas de esas hipótesis el propio Jaime Ortega se había permitido adelantar en varias entregas que precedieron a este libro, sea a través de conferencias, artículos o en colaboraciones para libros colectivos. Sus incursiones no me son ajenas, antes bien expresan ciertas afinidades electivas, y el libro al que hoy introduzco, y al que auguro una buena recepción, es ya una aportación significativa para un acercamiento fundamentado al campo intelectual de producción de pensamiento crítico en México, que del mejor modo posible expresa así su pertinencia: por vía de la hondura de sus preguntas, por la robustez de sus respuestas y en la detección de sus cualidades heurísticas que explican su riqueza conceptual y categorial. El texto que obra en sus manos recupera, ciertamente, no de modo íntegro, pero sí sustancial, lo que fue defendido como tesis doctoral aunque, hay que decirlo, en el trayecto, el volumen se ha beneficiado con la adquisición de una forma narrativa (más ensayística, quizá, y menos esquemática) que le da soltura y le otorga ritmos, pausas y desvíos a la lectura. Más adelante, es de esperarse, su autor ha de abrirse camino también a través de forjarse o de afianzar un cierto estilo, que sólo el oficio garantiza y que, sin sobresaltos, en el recurrente asomarse a ciertos vericuetos y usos del lenguaje va poniendo las baldosas en que se fincarán los siguientes pasos. Lo cierto es que una vez que se ha hecho la inicial incursión al terreno por el que Jaime Ortega nos invita a transitar uno cae en cuenta que la experiencia se encara, a veces, como en la alegoría clásica, procediendo con "un paso adelante y dos pasos atrás", conforme los pasajes temáticos sean más pedregosos o vislumbren sendas poco transitadas. Y es que el dominio cognitivo al que uno se adentra, con la guía que el autor de este libro nos brinda en su ordenamiento capitular, configura recorridos, pero no callejones sin salida, y en aquellos cruces, de arriesgadas encrucijadas, Ortega prefiere asumir lugares de encuentro más que puntos de colisión. La estrategia que he de seguir en los párrafos a continuación es servirme al final de estas notas del relato, de una historia (literaria más que literal) que tangencialmente toca a la identificación del sentido que subyace a la obra, y de ese modo trataré de subrayar algunas ideas sobre el modo en que Ortega decide hilvanar su exposición, y definir su posición en aquellos nudos problemáticos que se ponen en juego. Desde el título queda claro que abordará dos de las más sólidas figuras del pensamiento crítico, quienes eligieron para desarrollar sus carreras, luego de la experiencia del exilio, al sistema universitario público mexicano, y que desde ahí generaron ecos, con su obra y magisterio, detectables a una escala continental si no es que francamente mundial. Sin embargo, para subrayar el impacto que han venido adquiriendo sus trabajos, Ortega no se restringe a leerlos en exclusiva, y menos por separado, sino inscribiendo sus escritos en un rastreo del campo al que retroalimentan e impactan. Ese sutil movimiento que al seno del marxismo de cierta escuela, por los años en que los autores sometidos a estudio inscriben sus itinerarios ya de lleno en el medio mexicano, dominante también en otras partes de Latinoamérica, caracteriza como la distancia que separa una lectura literal y otra sintomática, se ha de enriquecer con un rastreo en suficiencia de los afluentes teóricos y epistémicos con que se estructuran sus aportes, dando elementos para iluminar en sus genealogías conceptuales y en la dotación de sentido de los problemas que filosóficamente han de someter a examen. El modo en que se va mezclando la argamasa nos previene para que la metáfora referida, hace unas líneas, no mute inadecuadamente en un andar trunco al proceder con "dos pasos adelante" (Echeverría y Dussel) y "un paso atrás" (Althusser). Ya desde la elección del par de autores a tratar, y de la estrategia que se escogió para cumplir con el cometido, se pudo haber dado un desplazamiento riesgoso, cuando no un paso en falso, pues es sabido, para sus cercanos, que aunque de alguna manera se las ingeniara el destino para que sus agendas los hicieran coincidir repetidamente en la impartición de su cátedra los días miércoles por la tarde, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y se dirigieran respetuosamente el saludo, Bolívar Echeverría y Enrique Dussel no se dieron nunca la ocasión, a lo que sé, de tomarse siquiera un café o brindarse un rastreo recíproco de su obra, lo que no significa que no estuvieran al tanto de los nudos de preocupación y del enfoque que implementaban sobre un campo temático, y un concentrado de problemas, que por esas razones les era coincidente/divergente. De hecho, es justo a mediados de los años ochenta (cuando ni por asomo se vislumbra la caída del socialismo de tipo soviético, pero ya se esgrime en ciertos círculos hasta el hartazgo la llamada "crisis del marxismo") cuando ambos autores entregan al medio editorial mexicano sendas obras que tienen a Marx como su objeto de interés, que mientras en un caso es una especie de apretada obra de cierre y maduración, cual punto de llegada de una serie de preocupaciones que se anunciaron, como en adelantos, desde los tempranos setenta (Bolívar Echeverría con El discurso crítico de Marx, Editorial ERA, 1986), en el caso del otro es la promesa de inicio de un trabajo a profundidad, línea por línea, con la obra del clásico (Enrique Dussel en La producción teórica de Marx: un comentario a los Grundlisse, Siglo XXI Editores, 1985) que más tarde incluirá otros tres sendos volúmenes. Lo cierto es que ha llegado a ser reiterada la desazón que a este último le provocara el hecho de no encontrar una mayor respuesta y menos algún comentario (ya no digamos puntual o sistemático) a la entrega que hizo de los manuscritos de su trabajo "a dos de los más reconocidos marxistas de este país", siendo uno de ellos, desde luego, Adolfo Sánchez Vázquez, y del otro, no se guarda ningún misterio, pues en las palabras preliminares del libro se lee: "agradecemos al doctor Bolívar Echeverría las correcciones que nos propuso a partir de la lectura de los originales". Resulta de interés observar cómo "el filósofo de la praxis" sí se hubo de dar el tiempo para comentar la obra del pensador ecuatoriano-mexicano; y recientemente se ha recuperado la intervención que le dedicó en un evento de la Feria Internacional del Libro,' quizá por asumir en la arquitectónica de aquella obra (El discurso crítico de Marx), la presencia, como uno de sus cimientos, de una reflexión en relación con problemas que Sánchez Vázquez habría puesto en circulación hacía tiempo en el medio marxista mexicano, como eran los referentes a la enajenación y el materialismo, y los enlazaba además cierta colaboración inicial para la difusión "del joven Marx" (en 1974, Bolívar Echeverría tradujo del alemán y estableció las notas para una obra de Marx de la que Sánchez Vázquez redactó el estudio previo). Lo cierto es que no fue sino hasta dos decenios después, y por vía de uno de los iniciales discípulos de Echeverría, que la obra de Dussel encontró respuesta, y no ciertamente la mejor argumentada (en lo que coincidimos con las críticas que Ortega hará en este libro al comentario de Jorge Veraza), y fue también por esos años en que, motivado por los homenajes posteriores al sensible fallecimiento del filósofo de Riobamba, Dussel se animó a dedicar una mayor atención, refiriéndose, en sendos trabajos, a "la fecunda obra intelectual de Bolívar Echeverría, del cual hay tanto que aprender". El filósofo argentino-mexicano se ha ocupado así de las formulaciones echeverrianas sobre el barroco latinoamericano, sobre la distinción entre modernidad y capitalismo y sobre el lugar de la crítica en Marx. No se trata de una postura que busca devolver la cortesía, sino de tomarse en serio la cuestión para que se pongan en claro los posiciona-mientos críticos. El trabajo de Ortega se encarga de marcarnos posibles rutas para ese rastreo, he ahí una de sus virtudes, pero también una de sus más comprometidas apuestas, pues todo el volumen promete trabajar equilibradamente, en un contrapunteo, las posibles líneas de comunicación que se configuran "entre las distancias y las diferencias", sin embargo, en las conclusiones mismas se optará por afirmar que el diferendo "no es tan radical como parece", que para nuestro joven investigador no es sino un modo sutil de propiciar el punto de encuentro, la posibilidad de coincidencia, el acuerdo, un inestable pulseo de fuerzas en que prevalece una especie de "empate catastrófico", lo cual, como interpretación de los nudos problemáticos que se ponen en juego es una opción válida; y en ciertos pasajes del libro esto queda bien fundamentado; en otros, el autor se arriesga a transitar las líneas de fuga a que nos conduciría trabajar con las tensiones complementarias, hacer estallar las contradicciones, ahondar en los diferendos, pero sin la intención de propiciar distanciamientos abismales; lo hace moderadamente en el capítulo uno, con matices en el dos, y con mayor énfasis en el último. Y es que, ciertamente, intentar hacer el enlace de itinerarios, que aunque prometen tocarse encuentran derivas asintóticas, puede comprometer un modo de escritura que más bien hace jugar a la ficción, y ni siquiera en ese universo narrativo ciertos pares de autores consienten ser eslabonados. Un par de ejemplos: cuando el crítico puertorriqueño Julio Ramos, en su novela Por si nos da el tiempo, refiere cómo uno de sus personajes, en un hotel de La Habana, previo a un encuentro sobre literatura comparada, le transmite que "le envían saludos Thayer y Galende", uno puede casi ver una descripción del hecho en el deambular de ese dúo filosófico por las calles de Santiago. O, también, cuando José María Pérez Gay, en su novela Tu nombre en el silencio, encuentra incluso como personaje al propio Bolívar Echeverría, y refiere a la temprana amistad que ya ahí se ha establecido con Horst Kurnitzky (cuyas coincidencias temáticas no quedan solamente ilustradas en sus diálogos sobre el barroco, en los años noventa, sino en las preocupaciones de este último también sobre los temas de Marx no sólo en relación con el dinero, lo que sí se tradujo al español, sino con su temprano ensayo sobre el valor de uso, que extrañamente sigue sin ser traducido al castellano) no encuentra el lector siquiera un rastro de arbitrariedad literaria, antes bien un adelanto de lo que después será reconocido como autoficción, en narrativas que corresponden a las reminiscencias del andar en los corrillos del campo intelectual, desde donde se nos vienen ofreciendo recientemente páginas cargadas de filosofía, aunque no en todos los casos de una gran filosofía. En cierto momento, dentro del campo temático del que se ocupa Jaime Ortega, se destaca un hecho (a propósito del referido enlace de itinerarios) en que pudo haberse desplegado una coincidencia de esta naturaleza, pero en ese caso comprometiendo los trayectos intelectuales de Franz Hinkelammert (quien está partiendo desde Alemania hacia Chile) y del filósofo ecuatoriano-mexicano (que desde Quito ha emprendido un camino hacia Friburgo, pero que finalmente lo verá establecido en otro punto de la nación germana), ambos pudieron haber asistido (tal vez no coincidentemente) a las lecciones que sobre El Capital impartió, en la ciudad de Berlín entre 1961 y 1965, Hans Joachim Lieber, y ello quizá, entre otros eventos, les haya influido en el modo en que emprendieron la lectura posterior de ese macizo filosófico, y en el modo en que, ya en tierra latinoamericana, impartirían sus cursos sobre esa temática. Ese tipo de coincidencias, sin embargo, sí pudieron haber ocurrido entre los principales protagonistas de este trabajo, y una nos da oportunidad al comentario para ilustrar el anuncio de ciertas divergencias. Uno puede suponer, sin ser tan arbitrario en el uso de una estrategia narrativa, que siendo la ciudad de Quito (nicho histórico del barroco latinoamericano y en especial en el templo de la Compañía de Jesús) un sitio tan importante, bajo el obispado de Leónidas Proaño, para el desarrollo de la Teología de la Liberación, la frecuente visita de Dussel a la ciudad andina; y hasta casi imaginar, en esos tempranos años sesenta, a nuestro joven filósofo, impartiendo sus lecciones a diáconos y sacerdotes sobre la historia de la Iglesia, y sobre los dramáticos eventos de la Conquista y la colonización. Y, quizá, muy cerca de ahí en las plazas centrales del circuito histórico quiteño, en algún café de la bohemia, o en alguna oscura taberna del zócalo citadino, los jóvenes poetas y pensadores que se reunirán posteriormente en el grupo de los tzantzicos (entre ellos Bolívar Echeverría), frecuentarán o protagonizarán alguno de los hapenning's. Jorge Semprún, por ejemplo, llegó a ficcionar algo semejante con dos autores que de otro modo parecen también inconmensurables, y es así que en su novela El desvanecimiento (1967), se permite ilusionar con el encuentro, entre los años de 1918 a 1923, en la ciudad de Viena, entre Ludwig Wittgenstein W) que está redactando las proposiciones finales de su Tractatus, y Georg Lukács, quien ese último año entregará a la imprenta Historia y conciencia de clase, su obra cumbre, con la que impactará, en definitiva, toda la historia del marxismo del siglo XX; de ahí que Semprún se permita insinuar: Primero, Viena. L. W. escribía allí su libro. ¿Conocería a Lukács en el transcurso de esos años? Lukács, también, vivía en Viena. Allí escribía también sus libros. No tenían, cierto es, las mismas preocupaciones, pero la gente se conoce, es evidente, a pesar de sus diferentes preocupaciones filosóficas ¿En algún café, tal vez? ¿En algún círculo vienés?' En el caso de los autores que nos ocupan si no fueron los sitios que en algún momento les fueran comunes por viajes o por lugar de residencia, o tal vez la improbable existencia de encuentros favorecidos, si no por amigos comunes sí por ciertos eventos que propician el encuentro fortuito o planeado, sigue siendo muy atrayente fabular sobre dónde nos hubiese conducido aquello que finalmente no se dio. Sin embargo, aún en aquellas iniciales divergencias, y por recorridos que los hubieron de ubicar en coordenadas formativas aledañas, si no es que disímiles, aun en esas circunstancias nos estaría permitido conjeturar. ¿Qué habría podido resultar de llegarse a dar oportunidad a ese diálogo filosófico? No animado por la ficción, es cierto, pero el libro que nos ocupa atiende, a su modo, a ese posible sentido, casi ecuménico, que pudiera también cumplir el pensamiento crítico, tanto o más necesario a la hora en que viven nuestras comunidades bajo el asedio permanente del aniquilamiento capitalista. La sola mención de la figura descollante de Lukács es importante también a los propósitos de este trabajo, pues en el modo de operar intelectivamente en relación con su obra (en tanto evento precursor de los trabajos filosóficos de la escuela de Frankfurt), se juega el desplazamiento biplanar de un nutriente que les pudiera ser común (lo mejor de la teoría crítica europea), y es así que su producción puede bien ser sometida a consideración en tanto dos modos posibles de construir lo que un colega muy querido ha identificado como ramificaciones de una "teoría crítica periférica", aunque desde ahí, de ese lugar común, se abrirían hacia rumbos en que los filamentos de comunicación se van haciendo más tensos, hasta distantes: acudiríamos, así, a complejos analíticos en que se prodiga una discursividad crítica, sí, y de pretensiones "no eurocéntricas" en Bolívar Echeverría (aunque para algunos de sus comentaristas ello sólo signifique el abandono de una pertenencia geográfica, y no el arrebato de sentido de los motivos filosóficos), y en la vereda del frente, como lo llegó a expresar Walter Mignolo, la transición en el marco del pensamiento crítico latinoamericano hacia la consolidación filosófica, con Dussel, del giro epistemológico descolonizador. Ahora bien, no siendo en estas páginas aquella estrategia la elegida (la de una narrativa ficcional) cómo es que se ha de transitar el intento por extraer las consecuencias de ese tipo de encuentros y desencuentros entre nuestros filósofos, cada uno comprometido, a su modo, en operar "la voluntad de pensamiento (crítico) para Latinoamérica". No nos queda sino ensayar de otra manera el encare de tal desafio, y esa otra posible estrategia es la que nos ofreció Giovanni Arrighi, quien la promovió en su momento como una manera sociológica de construir un relato eficaz para hacer discutir y extraer consecuencias de las estrategias conceptuales y de lectura, que trabajando sobre objetos similares se revelan como pertenecientes a formulaciones extra paradigmáticas.' El tema que eligió el sociólogo estadounidense fue el de la génesis del capitalismo, y se ocupó de las obras de Robert Brenner e Imrnanuel Wallerstein. Su propuesta se difundió como un "artículo concebido para 'repensar los no-debates de la década de los setenta'", y si para el análisis de esos autores, entre otros, el esfuerzo entregó buenos resultados, al punto que sigue cimbrando las coordenadas del debate,lustificadamente hemos de esperar una acogida similar para el libro que ahora nos ha entregado Jaime Ortega y que se ocupa mayormente, como hemos dicho, de los trabajos filosóficos de Enrique Dussel y de Bolívar Echeverría, pero sin desaprovechar la mediación ofrecida por otros pensadores, en una ilustración de lo que pudo ponerse en juego como el sustrato cultural de los "no debates filosóficos" de la última década del siglo pasado y de la primera de este milenio. La sustancia filosófica que aquí se ha rastreado, en varios de sus anudamientos más problemáticos, nos tendrá reservadas buenas contribuciones para seguir el legado de estos grandes pensadores; una buena muestra de lo que puede significar el pensamiento crítico latinoamericano, en general, y mexicano, más en específico. 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