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Es antropóloga y latinoamericanista, especialista en ética e interculturalidad, y antropología filosófica y social. Es investigadora del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, tutora y docente en el Posgrado de Estudios Latinoamericanos y profesora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es autora de Ética e interculturalidad en América Latina y El buen salvaje y el caníbal. Ha editado De villanos, enemigos y abominaciones en la imaginería moderna con Rossana Cassigoli; Cartografías de la cultura y la subalternidad en América Latina con Roberto Mora, y Debates contemporáneos en torno a una ética intercultural. Propuestas a partir de las realidades de América Latina y el Caribe con Hernán Taboada.
[toc] => I. Íncipit: los antecedentes. Donde se presentan
ideas previas 9
II. Prudentia: consideraciones sobre el enfoque.
Donde se explica cómo indagar 39
III. Occultatum: Colón y Pané. Donde se habla de cómo
ocultar y qué extirpar 69
IV. Fisum: Vespucio el explorador. Donde se trata
del modo en que se amplió el campo de visión 101
V. Fascinatio: Chanca, Coma y Cuneo. Donde se habla del mal salvaje, del mal de ojo y de los "amores" malos 131
VI. Éxcipit: Calibán recalibrado. Donde se habla
de Kalínago y la resistencia 159 [free_reading] => 1. ÍNCIPIT: LOS ANTECEDENTES. DONDE SE PRESENTAN IDEAS PREVIAS 1. PRETEXTOS Porque aunque despertemos, Calibán seguirá importunando. Tal podría parecer la acusación más fuerte hacia el emblema de lo grotesco y agreste, pero también de lo alternativo. De sobra está decir que Shakespeare, quien ideó aquel personaje, lo bautizó jugando con el término "caníbal". A su creación la dotó incluso de una madre, una bruja argelina de nombre Sycorax, cuyo engendro le salió deforme. Esa deformidad, reflejada en el trastoque de consonantes, deja mucho en qué pensar. Nos invita, en primer lugar, a pensar en la forma retorcida que parece tener lo humano que habita en estas tierras americanas. Desde cuándo viene pensándose así, es una pregunta por fuerza incluida en este estudio. La respuesta, a bocajarro, es que desde 1492 se alzó la acusación, y fue Cristóbal Colón el primero en desechar el significado que se atribuyó al término "caníbal", aunque poco después se percató de lo útil que resultaba para su programa colonizador el decir que sí, que los caníbales devoraban a su prójimo y que había que despojarlos de tan cruel costumbre. Reflexionar sobre el canibalismo nos conduce, en segundo término, y como consecuencia de lo anterior, a enfatizar en el hecho de que si lo sustantivo del caníbal es que come carne humana -a lo que se suma el hecho de que lo hace con voracidad y sin pudor alguno o respeto por los más desprotegidos- entonces su violencia nos es harto familiar: el parecido entre el caníbal y el moderno salta de inmediato: así, según se verá, el mal salvaje es un personaje cuyo perfil lleva los trazos más deplorables de la modernidad. Esta formación sociohistórica cuyas líneas iniciales se definieron alrededor de la época que interesa para los fines de esta indagación, podría parecer el punto más alto jamás alcanzado por la civilización: matematización con la que se domestica todo aquello que es natural, y ruptura de los lazos que amarran al individuo a los otros y restringen sus capacidades. El camino no estuvo, por supuesto, exento de tribulaciones y los "maestros de la sospecha" se encargaron de demoler las bases de la modernidad: ellos descubrieron que ni sus valores ni sus cálculos son racionales y moralmente válidos, ni el Yo es por completo libre ni plenamente consciente de sus actos. La guerra, acusaba Sigmund Freud,1 es la prueba de lo monstruoso que puede llegar a ser el individuo-pueblo -y así refirió al hombre de sus tiempos modernos- a tal punto, podría agregar por ejemplo los campos nazis de exterminio, donde se deshicieron de la carne humana de manera industrializada, medida y matemática. En Marx, lo sabemos, la capacidad de producir de una máquina está muy por encima del ser humano y eso queda expuesto en el momento en que su dueño se apropia de la plusvalía resultante de la venta de la mercancía, como si el trabajo humano tuviera menos valor o la máquina tuviera un origen extrahumano. Por eso, Nietzsche advertía sobre la necesidad de alejarse del mercado, plagado de moscas y envidias. Llegados a este punto, está claro que la modernidad tiene un rostro que pretende ser emancipador, pero que termina cometiendo los mismos crímenes que juró combatir. El caníbal, desde Colón hasta nuestros días, es una figura que no debemos olvidar y menos aún si la utilizamos, ahora bajo el nombre de Calibán, como dispositivo que señala ciertas conductas deplorables, como el odio a lo humano y el saqueo de la naturaleza. Todo lo anterior quedó puntualmente señalado durante los preparativos del Quinto Centenario del así llamado "descubrimiento de América" o "encuentro de dos mundos". Más de un cuarto de siglo ha pasado desde que comenzaron los preparativos para recordar el arribo de navegantes habituados al Mediterráneo, al ignoto mar Caribe. Contrario a lo que ocurrió con la celebración del cuarto centenario, los eventos que se organizaron -antes, durante e incluso después de 1992- fueron menos festivos pero más vistosos; las implacables críticas al carácter festivo, casi carnavalesco de aquel suceso, hicieron visibles los rostros de quienes no habían sido percibidos como sujetos históricos: los pueblos originarios, víctimas de lo que bien podría llamarse la primera guerra a escala mundial. En ese entonces, parecía que nunca volverían a escucharse apologías de la guerra contra los indios, pues ya no se discutía que la empresa conquistadora hubiese sido el cumplimiento de un destino manifiesto; por el contrario, los abusos y desatinos fueron reconocidos por los herederos de las instituciones involucradas: la Corona española y el Vaticano.' Una avalancha de críticas provenientes de la academia, pero sobre todo de organizaciones indígenas daba cuenta de la persistencia de imágenes que, como las del Salvaje, retrataban una realidad que no era como se pintaba y que, al mismo tiempo, comprobaba la presencia de actitudes y prácticas discriminatorias que encubrían la gravedad de lo acontecido tras la llegada de europeos al Nuevo Mundo. Así pues, se analizaron los atropellos registrados, asumiendo una nueva perspectiva, y con ello quedó claro que la modernidad había iniciado de manera moralmente inaceptable, es decir, matando por montones. Aunque se intentó legitimar el crimen como un efecto colateral, no era posible hacerlo más que falazmente: era la única manera de no poner en riesgo las promesas de progreso. Incluso hoy, para hablar de los efectos de la agricultura intensiva, se utilizan categorías como el "nivel tolerable de destrucción" que alude a la pérdida de selvas y bosques. Con otras palabras, pero con el mismo contenido, muchos conquistadores y luego encomenderos se refieren al declive demográfico. En el fondo parecía que, sin el genocidio, habría sido imposible garantizar las promesas de la modernidad que ya se vislumbraba, como si las averías en el sistema fuesen culpa de las víctimas. Con lo anterior, quiero decir que los testimonios que estudiaré, los elegí en razón de haber sido dejados por quienes participaron -o dijeron haber participado- en las primeras exploraciones al Caribe, lo que ayudará a comprender los móviles del crimen que se cometió y de la atrocidad que le da sustento. También, desde luego, fueron aplaudidos los aciertos de algunos ilustres militantes del humanismo de la época como el Protector de Indios, fray Bartolomé de Las Casas (1474 o 14841566), cuyo legado ha sido plenamente reconocido.' Hacia 1550, él y otros intelectuales de la época se reunieron en Valladolid y participaron en un magno debate que puso en duda la legitimidad de la guerra contra los indios; a éstos se les incorporó a la gran familia adámica para ponerlos a salvo de la esclavitud y brindarles la protección que todo Estado debe a sus súbditos.4 Pasaron muchos años para que semejante debate se diera y, además, con el patrocinio real de Carlos I. Recordemos, en este sentido, el famoso sermón de fray Antón de Montesinos que pronunció casi al término de la época que elegí analizar. En 1511, una década antes de la caída de México-Tenochtitlan, Montesinos lanzó desde el púlpito una pregunta en cuya aparente simplicidad aparecía resumida toda la complejidad de la antropología y de la política de la época y que causó gran molestia en la feligresía: ¿con qué derecho y con qué justicia? 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