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Es historiador y escritor, trabaja en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Durante más de 30 años ha investigado las formas de concebir y vivir la historia de los pueblos indígenas de México y América y publicado múltiples libros y artículos. También ha escrito sobre el racismo en el México contemporáneo. Es novelista y su obra más reciente es El códice perdido (2018).
[toc] => Introducción 13
I El Retorno a Aztlan y los múltiples cronotopos 23
II. La fabricación de los soles y de los cronotopos solares 79
III. Los cronotopos históricos mexicas: la migración 109
IV La fabricación de un centro cósmico 157
V. El cronotopo imperial mexica 185
VI. De vuelta a nuestra historia 223
Notas 241
Bibliografía 257 [free_reading] => INTRODUCCIÓN Interesada lectora: El libro que tienes en tus manos es una obra de historia; es decir, un relato que pretende reconstruir una visión verdadera, aunque sea parcial y siempre sujeta a duda, sobre lo que aconteció en tiempos pretéritos. Hablaremos de los lejanos años que llamamos los siglos xv y XVI y de los mexicas, a veces llamados aztecas, que vivían en la ciudad de México-Tenochtitlan y eran herederos de esa milenaria y extendida tradición cultural que llamamos Mesoamérica. Su historia es ya conocida por cualquiera que haya aprendido el catecismo de la historia nacionalista mexicana: un grupo pobre abandonó su lugar de origen, Aztlán, y peregrinó durante centurias en busca de una tierra prometida en medio de una laguna. Una vez ahí, fundó su nueva capital, la orgullosa ciudad de México-Tenochtitlan, y su gemela siempre olvidada, México-Tlatelolco. Desde ahí conquistaron, por la fuerza de su valentía y de sus armas, un vasto imperio que atravesó las montañas y llegó a las costas de dos mares. Poco después de haber extendido sus dominios a los confines del mundo conocido, fueron destruidos por una amplia coalición de los pueblos indígenas vecinos, tanto enemigos como antiguos aliados suyos, apoyados por unos cruentos invasores venidos de allende el mar, los conquistadores españoles. La presente versión de este cautivador e infausto relato te ofrecerá una lectura y una interpretación diferentes de la historia de ese pueblo, así como un experimento en la manera en que es contada. En el primer terreno, como ensayo de cosmohistoria, presentará una manera distinta de entender la relación entre nuestro mundo histórico moderno y los mundos históricos en que vivían los mexicas. Normalmente, cuando hablamos de relatos de tiempos ya pasados y de otros grupos humanos, damos por sentado que todas estas narraciones deben reducirse a los parámetros de nuestra realidad, física y social, no importa cuán ajenos parezcan a ella, cuán milagrosos e inverosímiles. Procedemos así porque creemos en la verdad incontrovertible de nuestra concepción lineal del tiempo y nuestra concepción homogénea del espacio. También asumimos el carácter universal de nuestra distinción entre las acciones históricas de los seres humanos, determinadas por sus condiciones sociales, las acciones simbólicas de las divinidades, construidas ideológicamente por los humanos, y las acciones predeterminadas de los entes naturales, regidas por las leyes de la naturaleza. A partir de estas convicciones, distinguimos entre la historia, que sólo puede ser verdadera, es decir, el relato de sucesos reales acaecidos en el pasado, y el mito, que sólo puede ser una fábula o invención, o que puede contener a lo sumo otro tipo de verdad, simbólica o cultural, pero no propiamente histórica. La cosmohistoria, en cambio, se acerca a los mundos históricos diferentes de los mexicas sin partir de estas certidumbres y sin dar por ciertas estas distinciones. Busca describir y comprender las complejas temporalidades y las diferentes espacialidades que construyeron y habitaron esos seres humanos, imbricados siempre en cronotopos particulares, es decir, configuraciones conjuntas y significativas del tiempo y el espacio. Intenta también entender las maneras diferentes en que cada mundo histórico definía quién era humano y quién no, qué significaba ser dios u otro tipo de ser. Así, trata de imaginar cómo era vivir en esos mundos históricos diferentes, cómo se relacionaban y transformaban los seres que lo habitaban, incluidas las personas de carne y hueso. Este ejercicio requiere de paciencia, para no juzgar de antemano la verdad de los relatos que desmenuzamos. Y también de imaginación, para atrevemos a conjeturar, especular, incluso sentir cómo pudo haber sido habitar en esos mundos históricos tan distintos al nuestro. En suma, en este ensayo volverás a encontrar, paciente lectora, la historia ya conocida de los mexicas, sus padecimientos y su auge, pero mi objetivo es que la puedas leer y experimentar de una manera novedosa. Para lograrlo deberás estar dispuesta a salir, aunque sea sólo mientras das vuelta a estas páginas, del mundo histórico que habitamos y que tenemos por verdadero y único. Es con este afán que yo, el autor, me atrevo a dirigirme a ti, atento lector, de manera tan directa desde las primeras líneas de esta historia. Me interesa sugerirte una modificación al contrato que suele regir nuestra relación en obras de este tipo y que normalmente queda implícito. Si me tienes paciencia, te explicaré ahora lo que te propongo. Siempre que emprendemos la lectura de una obra que se define como histórica, damos por sentados tres supuestos claves. En primer lugar, esperamos que las historias distingan de manera clara, muchas veces explícita, lo que consideran verdadero de lo que desechan como falso o, más bien, aquello que nos parece verosímil de lo que nos resulta increíble. En segundo lugar, esperamos que los autores reúnan y expongan de manera sistemática la evidencia que han reunido para construir su visión verdadera del pasado por medio de un aparato critico suficiente, es decir de referencias bibliográficas y notas a pie de página. En tercer lugar, esperamos que el tono del relato sea objetivo, que el narrador se subordine a la verdad de la historia que narra y asuma un tono lo más racional y lo menos emocional posible. Exigirnos incluso que su voz sea impersonal, que hable a nombre del conocimiento que genera, de la ciencia histórica, y no de su punto de vista particular. En contraste, cuando abrirnos un libro que se llama a sí mismo novela u otro género de narración literaria, modificamos estas expectativas. Para empezar, no nos importa que el relato sea verdadero o no. Incluso podemos aceptar que en el pequeño universo que se construye dentro de sus páginas sucedan cosas que consideramos imposibles en el mundo exterior; aunque sí exigimos que su fantasía se ciña a un mínimo de rigor. En segundo lugar, no nos preocupa que el autor nos aclare de dónde provienen sus personajes y los eventos que relata, ni las criaturas y sucesos fantásticos a los que da vida en su relato. Para terminar, no demandamos del escritor un tono lejano e impersonal, sino que le otorgamos permiso de hablar con toda libertad: si elige ser un narrador omnisciente le creemos que puede conocer los secretos más recónditos de cada uno de sus personajes, si pretende escribir las memorias y confesiones de un personaje único le concedemos nuestra complicidad, a la vez que nos reservamos el derecho de cuestionar su autenticidad. Tanto como su contenido mismo, los contratos tan diferentes que rigen la sana relación entre lectores y autores nos permiten distinguir entre las obras de historia y las de literatura, evitando así engaños y confusiones. Sin embargo, yo, como autor, me atrevo a proponerte a ti, lectora, que modifiquemos este pacto en sus tres aspectos principales. En cuanto al primer punto, te propongo que me otorgues, aunque soy un historiador, la tolerancia y la paciencia que obsequiarías a un tejedor de ficciones que construye un mundo fantástico. Quisiera que me concedieras la libertad de no tener que juzgar de antemano, ni de manera tajante, sobre lo que es verdadero y lo que no lo es en los antiguos relatos que reproduzco, y que juntos nos permitamos imaginar antes de negar, comprender antes de juzgar. No te pido este permiso porque sea un relativista que piensa que la verdad no existe o que es imposible de alcanzar. Mi objetivo sigue siendo construir un relato verosímil de un pasado que intento conocer de la mejor manera posible; la diferencia es que lo quiero hacer con paciencia, quiero escuchar las voces que nos han llegado de entonces, darles la posibilidad de enseñarme un mundo que no es por completo como el mío, otorgarme a mí mismo, autor, la oportunidad de tratar de entenderlo en sus propios términos, pedirte a ti, lectora, la generosidad de participar en esta conversación para que aprendamos juntos algo más sobre él, y también algo más sobre nuestro propio mundo. Respecto al segundo punto del contrato, te ofrezco emplear todas las convenciones vigentes de la escritura histórica, citar de manera sistemática las fuentes históricas originarias de la época que estudio, analizarlas de manera crítica, referirme al trabajo de autores de tiempos más recientes y del presente de los que he tomado ideas e información, señalar cuando estoy en desacuerdo con ellos, discutir siempre con respeto sus interpretaciones, sin las cuales no hubiera podido llegar a mis propias propuestas. 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