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(Guadalajara, 1850-Ciudad de México, 1923) Novelista mexicano. Hijo de un abogado, con buena clientela y posición económica, hizo los estudios de derecho y completó su formación con un largo viaje por Europa y Asia, cuyas impresiones recogió en un libro titulado Impresiones de viaje (1873). Periodista, abogado en ejercicio, magistrado, diputado y gobernador de Jalisco, fue secretario de Relaciones Exteriores con Victoriano Huerta (1914). López Portillo no alcanzó verdadera jerarquía literaria con el libro de viajes ya citado, ni con sus poesías (Armonías fugitivas, 1892); no dejan de tener interés sus intentos de ensayo: Rosario la de Acuña (1920) y Elevación y caída de Porfirio Díaz (1921), aunque tampoco hubiera pasado el autor a la posteridad con ellos. Merece atención en cambio como cuentista, pues en sus narraciones cortas se advierten las calidades del escritor de tono regional con influencias naturalistas: Seis leyendas (1883), Novelas cortas (1909), Sucesos y novelas cortas (1903), Historias, historietas y cuentecillos (1918).
Chávez Jiménez, Daniar
Es investigador en la Unidad Académica de Estudios Regionales de la UNAM, coautor del libro Francisco J. Múgica. El constituyente de 1917 (2017), y coordinador de Nuevas vistas y visitas al estridentismo (2014), Cartografía de la literatura de viaje en Hispanoamérica (2015) Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.
[toc] => Preliminar, Carlos Martínez Assad
Introducción, Daniar Chávez Jiménez
EGIPTO Y PALESTINA
Dos palabras
LIBRO I. EGIPTO
I. Nápoles
II. El Mediterráneo
III. Alejandría
IV. El Cairo (El-Kahirah)
V. El Cairo Viejo
VI. Las pirámides
VII. Menfis y Saqqara
VIII. Una fiesta pública en El Cairo
IX. El árbol de la Virgen y las tumbas de los califas
X. El sheik Saddat
XI. Shubrah
XII. Contratiempos y salida del Cairo
XIII. Regreso al Cairo y salida para Suez
XIV. Suez
XV. Ismailía
XVI. El canal de Suez y Puerto Said
LIBRO II. PALESTINA
I. Jaffa
II. De Jaffa a Jerusalén
III. Jerusalén
IV. Viaje a Belén, San Sabás, el Mar Muerto, el Jordán, Jericó y Betania
V. Viaje a Nazaret por la Samaria
VI. Viaje a Beirut
Conclusión [free_reading] => En 1875 Luis MALANCO, quien había llegado a ser magistrado del Tribunal Superior de Justicia, secretario de la legación mexicana en Italia y amigo íntimo de Ignacio Manuel Altamirano, realizó un viaje por Europa y Asia. Como recuerdo de ese éxodo quedará el libro titulado Viaje a Oriente, que aparecería entre 1882 y 1883 dividido en dos volúmenes. Relata el peregrino en su texto que al llegar a la ciudad santa se apeó del caballo, se arrodilló y, permaneciendo en silencio, durante largo rato estuvo contemplando los límites fronterizos de la ciudad. Con el corazón en la mano, presa todavía del hálito errabundo exclamó: ¡Jerusalén, Jerusalén...! La ciudad que amaron los patriarcas, que lloraron los profetas, que adoraron las vírgenes, que santificaron los apóstoles, que consagró y glorificó a Jesús con su vida y con su muerte. La ciudad donde vivió Abraham, donde estuvo Jacob, donde Raquel amó, donde cantó David, donde pensó Salomón, donde oró Melquledec, donde Jesucristo redimió al género humano y donde entregó a Simón Pedro la llave de los cielos. El Edén de los judíos que extrañaban sobre el Éufrates, la hija de Sión que celebran las naciones, la Santa, como la llaman todos los pueblos orientales; la ciudad alumbrada por el sol de la justicia y por la estrella de los mares, adornada y perfumada con las arboledas, los lirios y las rosas del Paraíso; la residencia divina y encantada de María, de esa Eva celestial, reina de aquellas cándidas doncellas que escondían sus rostros a la vista de los ángeles; la ciudad, en fin, que fue bella y poderosa, el decoro y la gloria de este mundo, y que hoy es... una tumba vacía en un triste desierto solitario. Unos cuantos años antes de ser escritas estas palabras, en 1871, el mismo entusiasmo que llevaría a Malanco a Medio Oriente había embarcado a un joven tapatío, llamado José López Portillo y Rojas (1850-1923), que a la sazón contaba con apenas veintiún años de edad, a una empresa muy similar. Legado de ese viaje quedaría el escrito Egipto y Palestina. Apuntes de viaje (1874), cuyo contenido merecería casi medio siglo más tarde los siguientes comentarios de Felipe Teixidor en la introducción de su antología de viajeros mexicanos: "De las muchas peregrinaciones a Palestina en el siglo xix, sólo se ha aceptado la de López Portillo y Rojas. Los demás viajeros a Tierra Santa, escribieron más bien textos de Historia Sagrada". Significativas resultan las palabras de Teixidor si nos remitimos a las dichas por Ramón Iglesias y Parga en la presentación de su texto Cronistas e historiadores de la conquista de México. Se lamenta ahí el también autor español que mientras los escritos literarios y filosóficos son tratados en relación directa con el espíritu del escritor, es decir, con el brío de la creación, los textos históricos interesan y llaman la atención por sus notas eruditas, los datos, las citas o las referencias bibliográficas que aportan, haciendo a un lado el vigor y el ánimo de quien escribe. Por ello es importante, destaca Iglesias, buscar en toda obra, ante todo y principalmente, "al hombre que la escribe, tratando de averiguar lo que siente y lo que piensa, indagando cuáles son los motivos que mueven su pluma y le hacen ver los hechos de determinada manera. Cada hombre contempla la realidad que le rodea con una perspectiva propia". No puede haber estudio más apasionante, concluye, que el de analizar cómo un mismo evento, sea este un paisaje natural, un pasaje histórico, literario o filosófico, impacta de manera diferente en quien lo observa y, posteriormente, lo describe y lo transcribe. José López Portillo y Rojas era muy consciente de ello y ya en el prólogo a Egipto y Palestina. Apuntes de viaje, advierte al lector: Poco nuevo puede decirse de un país en unos apuntes de viaje. La relación física de él se halla en las geografías, la de los hechos en la historia, y los pormenores curiosos se encuentran en los "itinerarios o guías" fabricados para los viajeros ex profeso. 1...1 No obstante, "las combinaciones y permutas" de las ideas son tan variadas, que no cabe duda en que -no ha habido hasta ahora un solo hombre que haya concebido, pensado y juzgado de la misma manera que algún otro. Esto es lo que ha dejado un poco de novedad sobre la tierra, después que pensaron y hablaron las generaciones primitivas. Novedad relativa, es cierto; pero todo es relativo si bien se considera. No hay que hacer mención en el mundo de lo absoluto, porque es para morirse de tristeza. Pero no sólo en la relatividad cobra relevancia el relato de viaje sino, también, en su condición imaginaria. En esa condición que nos arrastra siempre al encuentro con el otro, "con el otro en que nos convertimos al viajar", diría Vicente Quirarte, pero también con el otro en que nos transformamos al narrar, porque narrar el trayecto recorrido también es un éxodo que nos reubica con frecuencia en esa dimensión utópica donde la imaginación del hombre se enfrenta una y otra vez a su condición racionalista, donde las impresiones inabarcables, insólitas, sentimentales confrontarán siempre a la nota erudita, el dato, la cita o la referencia bibliográfica. Porque como explica Mirella Marotta, cuando Jean-Jacques Rousseau le expone a Émile "que para alcanzar la madurez del conocimiento es necesario viajar, pero que del viaje no importan los dos puntos extremos, el de la partida y el de regreso, sino lo que hay en medio de ellos", el hombre de la Ilustración pasa por alto que son precisamente esos dos puntos, el de salida y el de llegada, los más importantes en el éxodo espiritual del hombre, en tanto que el que sale nunca será el mismo que el que vuelve. De esos dos puntos, el primero de ellos, explica Marotta, representa el deseo ancestral del hombre de ir en búsqueda de su destino, el atávico apetito de ir al encuentro de otro lugar. El segundo, no obstante, crea la necesidad de la obra escrita y, por tanto, transforma al viajero en escritor: A la fenomenología del viaje pertenece pues el impulso a salir de las situaciones habituales; para el viajero será meta cualquiera de las etapas del camino, o el camino mismo, como en el caso de los viajeros románticos, pero al crítico no le importan esos momentos sucesivos, la partida marca la diferencia entre un antes y un después en el que el hombre ya no será el mismo, y el libro de viajes se basa precisamente en esa diferencia. Egipto y Palestina. Apuntes de viaje, primera obra publicada por López Portillo y Rojas representa, sin duda alguna, unos de esos textos iniciáticos que se abocan al estudio de esa complicada marcha que es la vida y que, como tal, forjó y solidificó el espíritu creativo de quien llegaría a convertirse en una de las máximas figuras del pensamiento político y literario mexicano del siglo xix. Abogado de formación, López Portillo y Rojas se recibe en 1871 y, como premio a sus labores académicas, obtiene de sus padres los insumos necesarios para embarcarse en un viaje que duraría casi tres años. El destino: Estados Unidos, Europa y el Oriente Medio. A su vuelta, e interesado por el turbulento aspecto que sacudía el panorama mexicano, muy pronto se incorporaría a la vida política de la nación, donde ocupará importantes cargos administrativos y de elección popular. Será diputado por Jalisco al Congreso de la Unión de 1875 a 1877. En 1880 volvería a ser elegido al Congreso y a partir de 1882 se convierte en senador. José Luis Martínez reseña que: De tiempo atrás había sido amigo y partidario del general Bernardo Reyes, y cuando éste no aceptó su postulación en 1909 y se recrudeció la persecución contra sus partidarios, López Portillo, de honestidad intachable, fue calumniado de malversación de fondos y padeció la cárcel durante seis meses. A la caída del porfirismo, fue subsecretario de Instrucción Pública en el breve gobierno de Francisco León de la Barra (1911), gobernador del Estado de Jalisco de 1912 a 1914 y secretario de Relaciones Exteriores en el gobierno de Victoriano Huerta. Pronto rompió con el usurpador y se ganó su enemistad. Perseguido por éste en 1914 y luego por los revolucionarios, "vivió los sobresaltos de la vida prófuga", dice Emmanuel Carballo, aunque sin salir del país, hasta que en 1916 se acogió a la amnistía decretada por Pablo González. Pero a su actividad política se antepone una vasta labor literaria -intensa en sus orígenes, fiel en sus designios-, que se prolongaría hasta 1921, cuando se publican sus últimos escritos: Aztecas y espartanos y Elevación y caída de Porfirio Díaz, en los que se ve todavía al joven novelista que en 1871 había comenzado a concebir la crónica de su visita a Tierra Santa. En esos primeros pasos el escritor deja ya fluir lo que más adelante se convertiría en un estilo costumbrista, estilo que lo llevaría a desarrollar notables escenas propias del realismo mexicano finisecular. En sus relatos se destaca siempre el deseo de retratar la realidad del México campesino y provinciano que sufría los embates de la modernización de corte porfirista y cuyas secuelas sociales y políticas son abordadas por el autor en novelas como La raza indígena (1886), La parcela (1898) o Fuertes y débiles (1919). A esto habría que agregar, como lo señala Christopher Domínguez, que López Portillo y Rojas "Ejerció la literatura como homenaje a la tradición constituida. Abominó de todo romanticismo y entendió la novela como culto al paisaje [...1. Precisas, las obsesiones de José López Portillo y Rojas retratan al Porfiriato como víctima del justo castigo a su disipación, al abandono del hispanismo católico a favor de la anglofilia y el afrancesamiento". Si bien toda la obra novelística de López Portillo y Rojas se aviene al arrojo del espíritu republicano, Egipto y Palestina. Apuntes de viaje, se ubicará más cerca de la estética y el ánimo civilizador que determinó el relato de viaje emprendido por el hombre occidental hacia la tierra exótica, y que durante el siglo xix marcaría la avidez de la modernidad por la cultura, el conocimiento y el progreso. Dejos de una civilización que le harían clamar cuando abandona Europa rumbo al África lo siguiente: "¡Adiós Europa, viejo mundo cargado de sabiduría y de experiencia, que eres el foco de luz de la edad moderna, donde las maravillas del genio se ostentan en todo su esplendor!". Rasgos que definirían una narrativa cuya sola mención recuerda ya, y anticipa, por supuesto, la aparición del texto que el ingeniero Francisco Bulnes bosquejara en la intimidad de sus habitaciones durante su vuelta al mundo como cronista de la comisión que el mismo Sebastián Lerdo de Tejada enviara al Japón para ver y registrar el tránsito de Venus por el disco solar." Ese siglo xix donde, al decir de Eric Hobsbawm, "la política, la economía y la vida intelectual en general se habían emancipado de la tutela de las religiones antiguas, reductos del tradicionalismo y la superstición" y había cifrado todas sus esperanzas en la idea del progreso, cuyos rasgos intelectuales decían apuntar a la fortificación de los derechos del individuo, el imperio de la ley, el crecimiento de la economía global, el impulso de las ciencias y la custodia de la cultura dominante. Pero López Portillo y Rojas, aunque admirador de ciertas "empresas civilizadoras", era muy consciente del papel que la Europa moderna jugaba en el imaginario colectivo del hombre latinoamericano del siglo xix. Cavilaciones que transmitiría a sus creaciones literarias una y otra vez: "Dominados por la magia de los libros europeos -expresa-, nuestros poetas y novelistas hacen poesías y novelas de puro capricho, sobre asuntos extraños a la realidad de nuestra vida y de nuestras pasiones actuales, produciendo así creaciones falsas, que ni corresponden aquí a nada verdadero, ni copian tampoco, sino deformado y monstruoso, lo exótico y refinado". Al poner de manifiesto su inconformidad ante los malos usos y costumbres de algunos de sus coterráneos, López Portillo rechazaba aquella práctica que rememoraba la contaminatio de las composiciones romanas en una clara emulación de las creaciones griegas y cuya influencia haría mella profunda en las literaturas periféricas a la capital mundial de la cultura, París. Además, en México, este fenómeno se apuntalaría gracias a la estética que rigió durante el porfirismo y su solicitud por la reproducción de lo lejano. Años más tarde sería la propia obra de López Portillo la que sería puesta en la gradilla de los acusados y juzgada con los más estrictos aparejos que, como menciona Marco Antonio Millán, le sustrajeron a sus escritos hasta el menor rasgo de valía artística y creativa, despojándola así de su originalidad. Pero más allá de las confrontaciones académicas, si las hubiese, la obra de López Portillo, como documento histórico, refleja en la medida de sus posibilidades la vida provinciana de su época, a cuyo retrato y representación consagró su talento y competencia el jalisciense: "Nuestras clases rurales son el nervio de México, el producto más directo y genuino de los diferentes factores que van unificando a nuestro pueblo", afirmará en el prólogo de La parcela. 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