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Historiador, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. En los últimos años se ha especializado en la historia de las fuerzas armadas mexicanas en el siglo XX, y la relación de estas con Estados Unidos. Su libro más reciente es Historia y organización de las fuerzas armadas en México, 1917-1937.
[toc] => PRÓLOGO
EL EJÉRCITO ANTES DE LA GUERRA
LA ALIANZA CON ESTADOS UNIDOS
EL SURGIMIENTO DEL SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO
MODERNIZACIÓN DEL EJÉRCITO
MEXICANOS AL GRITO DE GUERRA
Epílogo
Bibliografía [free_reading] => La segunda guerra mundial cambió al mundo. Un nuevo orden surgió después de este magno acontecimiento. Estas afirmaciones, no por reiteradas han perdido vigencia. La historiografía revisionista sobre esta guerra no ha logrado eclipsar, "relativizar", estas dos verdades. En el continente americano la guerra, más que una catástrofe, como lo fue en Europa, las islas del Pacífico y el sudeste asiático, fue una gran oportunidad para incrementar el potencial industrial y comercial de los países del continente, ya que éste quedó excluido como escenario bélico. Esto fue posible -en parte- gracias al gigantesco potencial militar, sobre todo aéreo y naval de Estados Unidos. Una guerra de esta magnitud provocó que la geopolítica se impusiera en las relaciones entre los países del continente. La postura de Estados Unidos ante el conflicto obligó a los demás países a seguir la misma ruta que nuestro vecino del Norte. El panamericanismo se impuso en todo el continente. La defensa hemisférica se convirtió repentinamente en el tema fundamental para América Latina. La cooperación de estos países en la defensa continental se dio a cambio de la modernización de sus fuerzas armadas. México, geopolíticamente hablando, no podía ser la excepción. Nuestro país tuvo que dejar a un lado la retórica pacifista de los gobiernos posrevolucionarios, abrazar la causa de las Naciones Unidas y, más significativo y difícil, establecer una alianza militar con Estados Unidos. El ejército mexicano, que tradicionalmente se había ocupado de mantener la seguridad interna, ahora tenía que ocuparse también de proteger nuestras costas de una posible invasión japonesa; y además debía hacerlo en coordinación con nuestros vecinos. Por si fuera poco se trataba de una institución que cultivaba un acendrado nacionalismo en sus cuadros, en el cual el villano favorito era casi siempre Estados Unidos. Esto generó tensiones, disputas y negociaciones que no llegaban a ningún lado. Entre baches, la alianza fue andando, muchas veces a paso de tortuga. El antiyanquismo de gobierno, ejército y sociedad disminuyó gracias a la propaganda en favor de la causa aliada, de la democracia y la libertad. Este libro aborda los cambios que vivió el ejército mexicano durante la segunda guerra mundial, que fueron fundamentales para su modernización y para la consolidación de su profesionalización, proceso que venía gestándose desde la década de 1920. En mi libro anterior dije, no a manera de promesa pero sí un poco como compromiso, y sobre todo como acicate a mí mismo, que deseaba hacer otro trabajo que tratase -en su periodicidad-, los años subsecuentes a ese libro.' Sin que este nuevo trabajo sea estrictamente una continuación del anterior, sí lo es en su periodicidad, ya que aquí trato los años de la segunda guerra mundial y en aquél los años 1917-1937. Y digo que no es una continuación porque el otro describía con detalle la organización de las fuerzas armadas y éste narra un proceso de cambio en el ejército, que se explica en buena medida, por la guerra mundial. Por eso mismo este libro resultará, o cuando menos eso espero, una lectura más agradable que la del anterior. El ejército en la década de 1940 ha recibido mayor atención historiográfica, aunque sigue siendo tierra promisoria para futuras investigaciones. A los trabajos ya clásicos de Roderic Ai Camp y María Emilia Paz, se han añadido muy recientemente los trabajos de Thomas Rath y Halbert Jones.2 Los historiadores estadunidenses siguen dominando estas temáticas. Esto se deba quizá a que los Archivos Nacionales (NARA) de su país están abiertos al público y con horarios amplios para su consulta. En cambio aquí, el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (AXSUN) es un archivo que yo calificaría de semipúblico, pues no cuenta con instrumentos de consulta, o si los tiene, no le son proporcionados al investigador; además de tener un horario muy restringido para su consulta. En el primer capítulo ofrecemos un panorama del ejército en la década de 1930, los avances en la instrucción de sus oficiales y jefes pero también las carencias de material y preparación que sufría. También veremos el intento del presidente Lázaro Cárdenas para corporativizar al ejército dentro del partido oficial, como una forma de normar la participación de los militares en la política. En el capítulo segundo veremos el fracaso del sector militar dentro del partido oficial. La necesidad del presidente Manuel Ávila Camacho para decidir la participación de México en la conflagración mundial. Un tema central será la alianza con los estadunidenses y la reticencia para colaborar con ellos, debido principalmente a la intransigencia de Cárdenas, primero como comandante de la Región del Pacífico y después como secretario de la Defensa. También veremos cómo la simpatía de militares mexicanos por los países del Eje dificultó la alianza y fortaleció la desconfianza mutua. Al ejército estadunidense le interesaba sobre todo fortalecer militarmente la costa occidental mexicana, construyendo aeropuertos, bases de radar y bases navales. Su contraparte mexicana en cambio, quería equipo y armamento moderno. La negociación fue fructífera para ambos países que, aunque no obtuvieron todo lo que querían, sí una parte y sobre todo, la negociación ayudó mucho para que ambos comprendieran mejor las necesidades del otro. En el tercer capítulo veremos cómo se implantó en México el servicio militar obligatorio, la resistencia que encontró entre la población, la corrupción que generaba y la dificultad para que estuviesen representados en él todas las clases sociales y todos los grupos raciales del país. La desconfianza no sólo provenía de la sociedad, también de las autoridades militares, que fueron reacias a favorecer la incorporación de conscriptos al ejército regular. Pero el servicio militar sí sirvió para acercar más a la sociedad mexicana al ejército, aquélla se dio cuenta de que éste era una institución más profesional que el de décadas anteriores. En el cuarto capítulo veremos los avances en la modernización y profesionalización del ejército. Los oficiales salían mejor preparados gracias al sistema educativo militar creado en la década de 1930. La alianza con Estados Unidos obligaba al ejército a tener cuadros con mejores y más actualizados conocimientos y, por la emergencia de la guerra, debieron otorgarles puestos de relevancia en el manejo y organización del ejército. Así surgió una élite en el instituto armado: los jefes y oficiales preparados en la Escuela Superior de Guerra (ESG), que contribuyeron para mejorar el funcionamiento de la administración militar. Esto generó una disputa constante, aunque soterrada, entre estos oficiales (llamados "diplomados") y los veteranos revolucionarios que habían ascendido gracias a los constantes conflictos internos que había vivido el país. Una característica del sexenio avilacamachista fueron las constantes fricciones entre la izquierda y la derecha oficiales. La esfera castrense no fue ajena a esos desacuerdos; aquí veremos la disputa entre la Secretaría de la Defensa, cuyo secretario, Lázaro Cárdenas, era uno de los líderes de la izquierda oficial, y el Estado Mayor Presidencial (EMP), cuyo jefe era el general Salvador Sánchez. La organización del ejército mexicano estaba pensada para ocuparse de la seguridad interna del país, de ahí que fuera un ejército muy fraccionado, cuyas unidades típicas, el batallón de infantería y el regimiento de caballería, no rebasaba los quinientos hombres. Debido a la guerra mundial, por primera vez el ejército llegó a formar unidades permanentes de mayor tamaño: tres divisiones de infantería con cinco mil efectivos cada una. Este avance se dio gracias al servicio militar obligatorio y a la mejor preparación de la oficialidad. Las grandes unidades en el ejército hacían posible la participación del ejército fuera del país. También por primera vez se crearon unidades motomecanizadas, que permitían una mayor movilidad de tropa y armamento. La mayor parte del equipo para estas unidades provenía de Estados Unidos, gracias al programa de Préstamos y Arriendos que benefició enormemente al ejército. El arma que más se benefició de este programa fue la fuerza aérea. En el capítulo cinco veremos cómo y por qué surgió la necesidad de que México participase militarmente en la guerra. También, la dificultad que esto ocasionaba debido a la resistencia de la sociedad para que México participase, y el trabajo del gobierno para vencer esa resistencia. Una razón principal fue que Brasil había organizado un contingente de infantería y acordado con Estados Unidos el envío de esa fuerza expedicionaria a Europa. En esferas oficiales se consideró que México no podía quedarse atrás. Muchos militares tenían un enorme interés en esta participación y presionaron a Ávila Camacho y a Cárdenas para concretarla. Otro factor fue la creencia generalizada, en 1943, de que los aliados terminarían ganando (lo que en 1940, por ejemplo, era muy difícil de creer), y si el país no participaba militarmente, tendría un papel muy pobre en el mundo de la posguerra. Veremos cómo la mayor parte del ejército se inclinaba por el envío de un contingente del ejército de tierra (la División de infantería), y por qué este proyecto tenía pocas posibilidades de ser aceptado por Estados Unidos. De ahí que se propusiera un escuadrón aéreo, ante el disgusto de gran parte de la jerarquía castrense. Aquí sólo hablaré de forma tangencial del Escuadrón 201, ya que considero que ha sido tratado en otras investigaciones, y celebro que el ejército haya escrito la historia oficial de la Fuerza aérea expedicionaria mexicana.' Me pareció más interesante relatar el intento por enviar un contingente terrestre, ya que finalmente la fama del ejército mexicano se debía principalmente a sus soldados de infantería, y no a sus pilotos; los generales Mark Clark y sobre todo Douglas MacArthur, elogiaron el valor y la capacidad de los soldados mexicanos (o que tenían ese origen) que combatían en el ejército estadunidense. Según autoridades militares de ese país, la más importante colaboración militar de México en la guerra fue el cuidado y protección de toda su frontera norte, que evitó a Estados Unidos distraer contingentes y recursos para esa vigilancia; lo mismo puede decirse de instalaciones portuarias, pistas aéreas, minas, pozos petroleros y de toda la infraestructura ferroviaria y de carreteras del país. Al terminar la guerra mundial México tenía un ejército más profesional y, sobre todo, menos politizado. Esto facilitó el tránsito a un régimen civilista, que dejaba ya sólo como anécdota una máxima con la que se habían formado oficiales, jefes y generales: el máximo grado militar por alcanzar en el ejército es la presidencia de la República. Al desterrar casi por completo el ámbito de la política, el ejército mexicano ha ganado un enorme prestigio dentro de la sociedad mexicana, y muchas encuestas en los últimos años señalan que es una de las instituciones más respetadas y mejor valoradas por los mexicanos. 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