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Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y maestra en Estudios Latinoamericanos por la misma institución. Consultora de proyectos relacionados con violencia.
[toc] => Prefacio 11
I. Nos tiraron una clecha y nos metimos en la onda.
Rasgos y cambios de las pandillas y las maras 23
Pandillas y matas: ¡vámonos nombrando! 23
El péndulo pandillero en Estados Unidos: del Sur al Norte 26
Las primeras maras en Guatemala 36
El péndulo pandillero en Guatemala: del Norte al Sur 45
Entonces, muchá: ¿de cuántos pandilleros(as) hablamos? 51
II. Mi alucín es morir. Continuidades de la necropolítica en Guatemala 59
Necropolítica, violencia y pandillas 59
Apuntes generales: violencia política y guerra civil en Guatemala 73
Pandillas y sistemas paralelos 93
III. Violento, luego existo. Articulación y diseminación de prácticas violentas 99
Articulación de la producción y la reproducción de prácticas violentas 99
Violencia cotidiana: pasmo, introyección y contradicción 108
Pandillas, marginalidad y violencia cotidiana 117
Pandillas, representaciones y violencia 129
Pandillas y maras: lo joven, el barrio y la violencia 134
IV. Morir mal y vivir peor. Epifenómenos violentos en torno a las pandillas y las maras 141
Limpieza social. ¿Y si matamos a las y los pandilleros? 141
Violencia, pandillas y prisiones de jóvenes 154
Las pandilleras y los usos de la violencia 172
Reflexiones finales 193
Fuentes de información 207 [free_reading] => Prefacio En este libro se analiza a las pandillas que utilizan la violencia de manera exacerbada en Guatemala. Se reflexiona también acerca de los procesos sociales que han permitido que las acciones violentas y la muerte se arraiguen en esos grupos. Se conceptualiza a la violencia como un medio que está regido por fines, que posee un carácter arbitrario y cuya implementación no es resultado de ninguna "enfermedad social". La violencia vista como una herramienta se clasifica con base en los criterios que la determinan: puede ser política, sexual, económica, laboral, etcétera, y sus tipos se expresan a través de las modalidades que contribuyen a su diseminación. Ese instrumento siempre está vinculado a poderes específicos, aunque se enuncie de forma genérica (estatal, colectiva o individual). Es cierto que su implementación es muy común, pero cuando su aprovechamiento se incrementa es necesario considerar con detenimiento ¿qué objetivos le dan sustento?, ¿qué genealogías la explican?, y ¿qué realidades concretas estimulan su despliegue? La proliferación del Barrio 18 y de la Mara Salvatrucha es un tema de gran relevancia en el Triángulo Norte de Centroamérica, sin embargo, en muchas de las investigaciones que versan sobre las clicas impera una orientación teratológica. Las y los partidarios de definirlas como "deformaciones sociales" subrayan que esos conjuntos son un problema que está fuera de control e imaginan a esos actores como meros conjuntos de "furiosos" y de "desorientados". Tal enfoque presupone la "anomalía" y la "monstruosidad" de las y los dieciocheros y materos, lo cual obstaculiza la comprensión de las condiciones estructurales y de las relaciones comunitarias que favorecen la aparición y la persistencia de este fenómeno. Otros acercamientos al Barrio 18 y a la Mara Salvatrucha son más afortunados. Algunos estudios definen a estos grupos como culturas juveniles, pero omiten el impacto que la violencia ha tenido en su configuración identitaria; aprietan las categorías etarias de sus integrantes y se tropiezan cuando se refieren a las actitudes políticas de sus protagonistas. Por otra parte, las aproximaciones que piensan a las pandillas como un "afuera-de" la realidad dominante y que las consideran solamente como un producto de la marginalidad, la pobreza y de la exclusión, limitan sus hallazgos, ya sea porque le restan importancia a las clicas o porque atribuyen la causa de su aparición a lo bajo, lo sucio y lo feo. Considerando esas propuestas y otras más, en esta obra se escogió problematizar a las pandillas como grupos necroempoderados. El Barrio 18 y la Mara Salvatrucha habitan uno de los lados más oscuros de las resistencias en Guatemala, se suman a otros perfiles que usufructúan de los ataques y de las relaciones injustas de poder, además se afirman en función de capitalizar y expresar la violencia. Se advierte que esta obra es una reflexión cuyo objetivo será responder a la pregunta: ¿Qué circunstancias han hecho posible que las clicas se apropien de la práctica rutinaria de las agresiones? NOTAS INICIALES En Guatemala predomina la necropolítica y las pandillas reproducen las formas de asociación que derivan del orden hegemónico. Durante la guerra civil (1960-1996), el Estado institucionalizó la violencia política con intención contrainsurgente y para salvaguardar sus intereses económicos. Después de los Acuerdos de Paz, en 1996, el aparato gubernamental no dejó de cometer atropellos contra la población. Asimismo, las prácticas violentas siguieron siendo un componente regular de socialización. Si bien el régimen de muerte precede a los 36 años de duración de la contienda bélica, la contundencia de la destrucción y la gestión del miedo en ese proceso consolidaron un proyecto político autoritario. Sin que se hayan resuelto las contradicciones sociales que el proyecto revolucionario trataba de atender y sin una transformación significativa de las relaciones intergrupales, la formalización de la paz se vio menguada frente a la falta de justicia. La continuidad de las agresiones y la vigencia de la depreciación de la vida en la etapa de posguerra tienen su origen más inmediato en la última parte del siglo xx. En la actualidad la violencia cotidiana en Guatemala se expresa como una suerte de ethos que induce a estados generalizados de choque, pasmo e incertidumbre. En ese marco de convivencia, los ataques son un procedimiento de negociación entre las personas y los grupos. La violencia se instituye como una palanca de cambio y como un instrumento que permite obtener alto reconocimiento. Sea que se hable de limpieza social, de feminicidios, de linchamientos o de torturas en las prisiones, en ese país tiene lugar una amplia serie de epifenómenos relacionados con las vejaciones. El Estado y los poderes paralegales reafirman la efectividad de los dispositivos de validación de la "mala muerte" y reproducen los esquemas culturales que le dan pábulo. En Guatemala diversas fuerzas aprovechan el orden necropolítico e incorporan a su modus operandi la violencia exacerbada. El Barrio 18 y la Mara Salva-trucha no son los únicos conjuntos que se amoldan a esa realidad: el ejército, las ex Patrullas de Autodefensa Civil (EX-PAC), los sicarios y las y los vecinos de los barrios son algunos de los actores sociales que se sirven de las agresiones. NOTAS ACLARATORIAS Las pandillas se caracterizan por ser poco accesibles y por ser los chivos expiatorios para explicar diversas problemáticas. Empero, las "maras" no siempre han sido un peligro para el grueso de la población. En los años ochenta y noventa, su configuración tenía consonancia con los grupos de pares. Incluso algunos(as) de sus integrantes llegaron a estar relacionados con actividades de base de los grupos populares y revolucionarios en barrios y escuelas. La identidad y las formas de operar de esos conjuntos se han transformado al compás de las coyunturas políticas. A finales del siglo xx y principios del xxi, las pandillas comenzaron a tomar las rutas de afirmación que las distinguen hoy. El cambio radical de esos actores sociales se vincula con la continuidad de las contradicciones del sistema capitalista, con la persistencia de una política de la muerte, con el cambio de los derroteros ideológicos y con el intercambio de los pobladores locales con los miembros de las gangs que llegaron de Estados Unidos a Guatemala. Ahora bien, el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha suelen emerger en lugares donde la pobreza y la exclusión social están presentes. En contextos de marginación la repartición desigual de la violencia se magnifica,' esta situación se agudiza cuando tienen fines económicos y de poder. Sin embargo, aunque las carencias incentiven la participación en pandillas, éstas no explican por sí solas la existencia de esos grupos. Las clicas se desenvuelven en las tramas de las problemáticas y los conflictos que derivan de la explotación capitalista, es decir, las pandillas son el culmen de la violencia estructural. El Barrio 18 y la Mara Salvatrucha, al igual que el resto de la sociedad, reproducen el orden dominante del cual forman parte. Por poner un ejemplo, esos grupos convalidan el sistema patriarcal al subordinar a las mareras y dieciocheras, aunque no sean los únicos actores sociales que atentan contra las mujeres en Guatemala. Las pandillas poseen una fisonomía ambivalente, son agresoras feroces y al mismo tiempo son blanco de las fuerzas estatales y comunitarias. Bastaría con pensar en las campañas de limpieza social o en los maltratos en las prisiones para reconocer que esos conjuntos proliferan en contextos donde la capitalización de las agresiones es una salida. Las y los dieciocheros y mareras están necroempoderados, se valen de la intimidación para controlar los espacios, para afianzar su voluntad y para trascender. La violencia les permite cambiar sus condiciones, pues en la mayoría de los casos el uso de otros recursos sería insuficiente. Las pandillas se apropian de las herramientas que poseen reconocimiento social y que tienen a su alcance; al hacerlo ponen de manifiesto que la reproducción de la violencia en Guatemala posee un carácter crónico y agudo. ALGUNAS VOCES Durante los meses de julio a diciembre de 2013 se efectuó la presente investigación etnográfica. El trabajo de campo incluyó entrevistas a profundidad (realizadas por mí, salvo indicación expresa) que fueron dirigidas a funcionarios, investigadores y a pandilleros(as) activos y calmados, éstas tuvieron lugar en el Centro Juvenil de Detención Provisional Gaviotas (CEJUDEP Gaviotas) en la Ciudad de Guatemala y en el Centro Juvenil de Privación de Libertad para Mujeres (CEJUPLIM Gorriones) en el municipio de San Juan Sacatepéquez. El trabajo de campo permitió entender las trayectorias individuales de las personas vinculadas a las clicas y abrió la posibilidad de comprender los comportamientos microsociales de esos grupos. Cabe aclarar que se han usado seudónimos para las y los pandilleros a los cuales se hace referencia. La recolección de datos en las prisiones enfrentó una serie de limitantes. Los diálogos con dieciocheras y mareras pudieron ser registrados solamente a través de anotaciones debido a que en el CEJUPLIM Gorriones se negó la posibilidad de obtener grabaciones y testimonios escritos. Respecto a los integrantes masculinos de las clicas, fue posible recopilar las hojas de vida y los registros de audio que se citan en esta obra. Por su parte, las opiniones sistematizadas fueron en su mayoría de dieciocheros. Se considera que, por la orientación de la propuesta, ese hecho no alteró sustancialmente los hallazgos expuestos. El acceso a los centros penales y a su población permitió dimensionar las intersecciones que se presentan entre las acciones ilegales y las actividades lícitas. Esos nodos conectan al Estado con los sistemas paralelos a través de redes que están circunscritas a las convenciones sociales, a las interdicciones y a la regularidad de las agresiones. Cuando se presta atención a las y los prisioneros, se "facilita" la exploración de los dispositivos y de las prácticas violentas que están vedadas al ojo común.' Sin los testimonios, sería muy difícil identificar las realidades a las cuales se enfrentan las y los pandilleros y cómo éstas se imbrican. De forma complementaria, se tuvieron conversaciones con colaboradores(as) de organizaciones no gubernamentales, con servidores(as) públicos(as) y con investigadores. Ese tipo de intercambio tendió puentes de comunicación que hicieron posible recoger información primaria fuera de las prisiones. A la par, se hicieron visitas a la colonia El Limón y al municipio de Villa Nueva, con la finalidad de identificar cuáles eran las interacciones sociales en algunos barrios donde el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha están presentes. El primer apartado comienza con una revisión de las designaciones que hacen las pandillas de sí mismas. Comprender su identidad permite una lectura inicial de su aparición y ayuda a la conceptualización de esos grupos. A continuación se sigue la trayectoria histórica y geográfica de esos actores sociales a finales del siglo xx. Dos hilos conductores de análisis son desarrollados: el primer aspecto concierne a la presencia de las gangs en Estados Unidos y el segundo trata de la llegada de éstas a Guatemala. Por otro lado, se ofrece un panorama general del cambio ideológico y de adscripción de las maras en los años ochenta y noventa. Considerar la incidencia de las alternativas políticas en el constructo social permite señalar por qué algunos jóvenes que intervenían en los conjuntos de pares se orientaron a la utilización exacerbada de la violencia. El apartado concluye con una revisión cuantitativa de la presencia del Barrio 18 y de la Mara Salvatrucha en Guatemala; se subraya que no es posible hacer una ponderación precisa de la magnitud del fenómeno. La clandestinidad de las clicas y la falta de veracidad de los diagnósticos oficiales impiden hacer un balance riguroso de la situación. De forma paralela, el manejo tendencioso de la información obstaculiza su análisis, pero pone en evidencia la intervención de los poderes y de los intereses que están detrás de esos "datos duros". En el segundo apartado se plantea que en Guatemala impera un régimen necropolítico. La gestión de una política de la muerte por parte del Estado y de los poderes paralelos ha posibilitado la invalidación rutinaria de la vida y ha permitido el surgimiento de epifenómenos violentos. Por esa razón, se destina un espacio a la conceptualización de la violencia y se analizan los procesos de necroempoderamiento de las pandillas. Esos grupos, sin ser los únicos, ponen en claroscuro algunas de las rutas de resistencia y de apropiación del sistema autoritario al cual pertenecen. En Guatemala la necropolítica tiene su propia carga histórica y determinadas rutas de desarrollo. Por lo tanto, en esta sección se hace un balance mínimo de la guerra civil porque esa etapa fue un parteaguas para el recrudecimiento de la violencia política. Después de la firma de los Acuerdos de Paz, la falta de resolución de las contradicciones del capitalismo y la ausencia de mecanismos de concordia de impacto profundo coadyuvaron a la continuidad de las agresiones. El cambio radical de la configuración de las pandillas se suscitó en el marco de la persistencia de una política de la muerte. El emplazamiento del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha como sistemas paralelos es el último eje de reflexión del segundo apartado. Estos grupos no son una "afuera-de" la realidad dominante o una anomalía, al contrario, son una manifestación social que tiene correspondencia con el despliegue y la capitalización de las atrocidades en Guatemala. Las pandillas, además de ser conjuntos identitarios, se desenvuelven dentro y fuera de los márgenes del Estado. En el tercer apartado se hace un análisis teórico de la dimensión de las prácticas violentas. En especial, se repara en la violencia sistémica del capitalismo por ser la base de los mecanismos de opresión y dominio que son reproducidos por los poderes locales. De igual forma, la violencia simbólica convalida la violencia que se ejerce cotidianamente. De forma paralela, se destinó un espacio al desarrollo de la violencia cotidiana. Se considera que el maridaje de violencias imprime en la comunidad una "atmósfera" de pánico, incertidumbre y contradicciones que rompe los lazos sociales. En el penúltimo apartado, se reflexiona acerca de cómo la desigual distribución de la riqueza y también de la violencia marca a las pandillas. Dichos procesos dejan una huella profunda en los sectores depauperados de la sociedad y propician los nichos de oportunidad que son ocupados por las clicas. Un tema importante es reconocer cómo las agresiones transforman la autoidentificación del Barrio 18 y de la Mara Salvatrucha, lo cual permite establecer una distancia con los enfoques que las conciben como meras culturas juveniles. Por otro lado, cuestiona a las representaciones que hacen de dieciocheros (as) y mareros(as) actores sociales que condensan por antonomasia las agresiones. Los discursos dominantes sitúan a las pandillas como responsables de múltiples injusticias, difuminando así la intervención de otros grupos que hacen uso de la violencia. En el cuarto apartado la violencia cotidiana es reconocida como un proceso de socialización habitual. Con especial interés se hizo un acercamiento a las operaciones de limpieza social contra las pandillas y que afectan a otros tipos de "indeseables"; la eliminación de las y los diferentes pone en relieve que la administración de la muerte es un asunto del Estado, de grupos vecinales y de otros poderes. Asimismo, se explora cuál es el curso que toma la producción y la reproducción de la violencia en algunos centros penales en Guatemala. Las prisiones que albergan a pandilleros(as) jóvenes se caracterizan por la aplicación de torturas y otros maltratos, y esas circunstancias anuncian el fracaso de los procedimientos de "reeducación" de adolescentes. En la última sección de este apartado se problematiza la participación de las mujeres en el Barrio 18 y en la Mara Salvatrucha. En el grueso de la información sobre las clicas, las homegirls (pandilleras) son invisibilizadas debido a que predomina una perspectiva androcéntrica y sexista del fenómeno. Las niñas, las adolescentes y las adultas son un subgrupo dentro de las pandillas, éstas reciben maltratos de sus compañeros, son un blanco de eliminación de sus contrincantes y son sancionadas por no cumplir con los papeles y las expectativas de género que tradicionalmente se les asignan a las mujeres. Los ataques contra las dieciocheras y mareras no evitan que éstas aprovechen la violencia para necroempoderarse a su vez y para sobrevivir. Este apartado pretende enfatizar que esos grupos no son homogéneos. Por último quiero destacar que la publicación de este libro ha sido posible gracias al Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la Universidad Nacional Autónoma de México. En 2017, esta institución llevó a cabo el VII Concurso de Tesis de Posgrado sobre América Latina o el Caribe y otorgó el primer lugar en la categoría de maestría a la investigación que fue la base de esta obra, misma que fue evaluada en 2016 por el Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM y contó con el respaldo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Es preciso reconocer el trabajo de la doctora Kristina Pirker, quien acompañó esta propuesta. También a la doctora Maya Aguiluz Ibargüen, a la doctora Mónica Toussaint Ribot, al doctor Carlos Figueroa Ibarra y al maestro Fabián Campos Hernández, quienes contribuyeron a la etapa inicial de este planteamiento con sus observaciones y guía. Por su parte, el Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnología, UNAM-DGA-PA-PAPIIT, Proyecto IN401316. Guatemala en guerra. Historia, memoria y debates actuales, coordinado por el doctor Mario Rafael Vázquez Olivera, merece una alusión especial. A partir del intercambio de ideas incentivado por ese grupo de investigación, fue posible profundizar en la construcción teórica y metodológica aquí expuesta. Este libro también es resultado de la colaboración de muchas personas en Guatemala, en especial se agradece a Marleny Rivera, José Rodríguez, Rafael Santos, María Luisa Méndez, Sebastián Escalón, Ana% Taracena, Marcela Sandoval, Javier Gramajo, Celeste Cano, David Andrade y a Javier de León. Se tiene una deuda grande con Adriana Arreola, Mayo Vega, Deyanira Clériga, Marisol Reséndiz, Itzel Rodríguez, Domingo Reséndiz, Yver Melchor, Leo Bautista, Daniel Reséndiz, Elena Rivera, Claudia Olvera, Elizabeth Rivera, Abigail Dávalos, Rebeca de la Rosa, Adriana Coronado, Domitila Iglesias, Sergio Blaz, Axel García-Ancira, Juan Esparza, Christian Vences, Ramón Mejía, Julio López, Rodrigo Esparza, Luis Felipe Pérez, Daniel Zapico, Pavel Vallejo, Froylán García y Julio Franco, quienes en México y otros lugares han sido importantes para la cimentación de este proyecto. Finalmente, este libro es un esfuerzo que ha tratado de condensar diversas microhistorias asociadas a la violencia fuera de Guatemala. Si bien su referencia no es explicita debido a los recortes analíticos, los testimonios escuchados en Guerrero, Tlaxcala, Chiapas, Oaxaca, Guanajuato, Estado de México, Bogotá, Nueva Delhi, El Salvador, La Ceiba, etcétera, cruzan de forma sustancial el análisis esbozado. Gracias a todas las personas que han compartido sus vivencias. 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