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Doctora en Historia, es especialista en bibliografías sobre estudios del patrimonio edificado de México con énfasis en la investigación de los jardines históricos nacionales y espacios públicos de la Ciudad de México. Trabaja de tiempo completo en el Instituto de Bibliográficas en los siguientes proyectos de investigación: Bibliografía del Patrimonio Construido de México; Catálogo de parques, jardines y campos deportivos de la Ciudad de México y Diccionario de constructores y artistas de bienes culturales.
[toc] => Presentación 11
Forma parte del cuerpo docente del Área de Arquitectura de Paisaje del Departamento de Medio Ambiente en la Universidad Autónoma Metropolitana, con sede en Azcapotzalco donde imparte cursos especializados a nivel licenciatura y de posgrado. Cuenta con diversas publicaciones, entre ellas: 8 libros, 11 capítulos de libros, 24 artículos en revistas especializadas y cuadernos, 4 folletos y 1 reseña. Tiene 3 colaboraciones en páginas electrónicas y 6 en catálogos y antologías.
Ha formado parte de órganos colegiados como el Consejo Interno del IIB (2010-2012) y actualmente es miembro de la Comisión PRIDE; además ha participado como jurado y dictaminadora de publicaciones nacionales y extranjeras. Obtuvo la medalla Gabino Barreda por haber obtenido el más alto promedio de calificación al término de sus estudios de licenciatura en Estudios Latinoamericanos y, en el 2017, el reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz por el desempeño sobresaliente en el ámbito profesional. Pertenece a asociaciones académicas y al Sistema Nacional de Investigadores, nivel I desde el 2005.
Introducción 13
Contexto urbano de la Alameda 21
Evolución espacial del sitio 39
Esculturas y mobiliario 73
Infraestructura 127
Festejos y diversiones públicas 145
Catálogo razonado 163
Índice de ilustraciones 211
Índice onomástico 217 [free_reading] => Presentación El Archivo Histórico de la Ciudad de México alberga una cantidad significativa de documentos, desde tiempos inmemoriales hasta el siglo xx, que permiten acercarnos al estudio de esta gran urbe. En efecto, en este repositorio no sólo se encuentra la memoria impresa de la administración pública en un marco de larga data, sino también infinidad de gráficos que recrean la imagen arquitectónica, urbana y de los espacios públicos de la metrópoli: planos, mapas, carteles, anuncios, programas teatrales, grabados y litografías, entre otros. La enorme cantidad de materiales que conserva este archivo, sobre todo en su Plano-teca, demuestra lo mucho que hace falta por investigar en materia de parques y jardines urbanos. Incluso me atrevo a señalar que de los planos resguardados en este repositorio sobre el tema, pocos han sido divulgados bajo el formato de colecciones gráficas. En virtud de lo anterior me interesa rescatar, en estas páginas, el valioso patrimonio que tiene dicho acervo sobre uno de los sitios más emblemáticos de la Ciudad: el Paseo de la Alameda. Aquí se ofrecen los ejemplos más ilustrativos sobre la producción material y artística de este espacio, en torno a un eje temático y cronológico que comprende desde el siglo XVIII hasta las primeras cuatro décadas del xx. Para mayor comprensión del lector, la obra se divide en cinco rubros. El primero alude al "Contexto urbano de la Alameda" y corresponde a la presentación de planos de la Ciudad de México donde figura la Alameda Central, e indica la posición que ocupa nuestro sitio de estudio frente al crecimiento urbano. El segundo rubro, "Evolución espacial del sitio", presenta plantas arquitectónicas o de conjunto de la Alameda, fachadas de edificios y arreglos de jardines, así como el detalle de la distribución de sus áreas interiores, que muestran la transformación física del espacio a través del tiempo. El tercero, dedicado a "Esculturas y mobiliario", considera dibujos y planos de fuentes, estatuas, bancas, faro- las, quioscos, invernaderos, verjas y portones destinados al ornato de la ciudad y a cubrir una variedad de servicios públicos y mercantiles en la Alameda. El cuarto rubro muestra detalles técnicos de la infraestructura del sitio alusivos a la distribución del agua, tanques hidráulicos, sistema de riego, drenaje, alumbrado y pavimentos, que permiten difundir la manera como se trabajaba en el pasado para la conformación de este tipo de espacio público. El quinto y último rubro, "Festejos y diversiones públicas", incluye las actividades recreativas, dedicadas al ocio de los citadinos, que se llevaban a cabo en la Alameda de la Ciudad de México, a través del rescate de algunos carteles, litografías, grabados y fotografías. Estas fuentes gráficas son valiosas para reconstruir la historia de la Alameda, pues aportan diversos planos para su estudio, además de otras ideas y anhelos que se plantearon en su momento y que por alguna razón quedaron plasmados en papel. Por ende, la catalogación de este material resulta de primera importancia ya que nos permite no sólo describir determinada imagen, sino recuperar la participación artística de aquellos arquitectos e ingenieros que en el transcurso de los años contribuyeron a la planificación y construcción de la Alameda, considerada hoy monumento histórico nacional y patrimonio de la Ciudad de México. La lista es extensa, pero no dejemos de señalar a Manuel Tolsá, el escultor oficial durante los últimos años del virreinato; los decimonónicos Emilio Dondé, Guillermo de Heredia y Antonio Torres Torija; y ya en la centuria del xx al apóstol del árbol, Miguel Ángel de Quevedo, y al famoso creador del movimiento arquitectónico neomaya Manuel Amábilis. Sin duda, todos ellos contribuyeron al mantenimiento y embellecimiento de la Alameda, combinando en diversas ocasiones su labor profesional con el desempeño público administrativo. Además de la importancia implícita de la imagen gráfica que se da a conocer en este libro, no es menor el acierto de intercalar testimonios de diversos cronistas que describen el lugar o evocan alguna manifestación o acontecimiento ocurrido en tan famoso sitio poblado de álamos. Queda esta publicación en manos de los interesados, a la espera de que tenga un rumbo placentero y en el entendido de que uno de sus objetivos principales es servir de apoyo a futuras investigaciones. Siglos XVI-XVIII a Alameda de la Ciudad de México es el paseo público más antiguo del continente americano y reviste gran importancia para los capitalinos, pues ha sido testigo de múltiples transformaciones que han caracterizado a la metrópoli del país a lo largo de los siglos. Este sitio tuvo su origen en la ordenanza del 11 de enero de 1592, dictada por el virrey Luis de Velasco (hijo), quien pretendió cubrir la necesidad de un espacio que contribuyera al embellecimiento de la ciudad y al recreo de sus habitantes. Previo diseño de Cristóbal Carballo, alarife de la ciudad, en 1593 comenzó la construcción el obrero mayor Baltasar Mejía. El nombre del sitio proviene de los álamos blancos que se sembraron ese mismo año en el lugar elegido: un terreno levantado hacía no más de tres décadas, tras la desecación del lado sur de la laguna con motivo de la aplicación de una estrategia militar defensiva, por lo que se prolongó la Calzada de Tacuba hasta la tierra firme; más tarde se establecería en ese lugar, durante un tiempo, el tianguis de San Hipólito, justo enfrente de la iglesia y hospital de la Cofradía de la Santa Veracruz, a extramuros por el lado poniente de la sede del poder político. De acuerdo con un plano levantado por el maestro arquitecto Juan Gómez de Trasmonte en 1628, la traza original de la Alameda era cuadrada, con calles de tierra apisonada que se cruzaban al centro y una fuente o pila de agua elaborada con cantería labrada, que dividía los cuatro prados de que constaba el sitio. Esta composición respondía al damero renacentista, el cual se difundía en la América hispánica para los principales centros urbanos a finales del siglo xvi, caracterizado por su diseño rectilíneo y ortogonal. Rodeada por una gran acequia con acceso en la parte oriente, la Alameda sufrió dos grandes inundaciones durante los primeros años del siglo XVII, lo cual obligó al Ayuntamiento y al propio virrey a implementar diversas medidas para salvaguardarla, al menos en lo inmediato, disminuyendo las zonas pantanosas. Esta situación, aunada al arreglo de los caminos de acceso y del tránsito interior, más el crecimiento natural de los árboles, fueron convirtiendo a la Alameda en uno de los sitios predilectos para el disfrute y solaz de las familias pudientes de la sociedad colonial. Lo anterior se deduce de diversas pinturas en las que se representan personas elegantemente vestidas y adornadas con joyas, paseando alrededor de los prados, a veces a pie, en caballo o carruaje, acompañadas generalmente por un séquito de sirvientes dispuestos a hacer más placentera su estancia. Según un biombo sito en el Musco de América, en Madrid, a mediados del xvii la Alameda no tenía mayores modificaciones respecto a su traza original: conservaba aún la rotonda central con una fuente en medio y las calzadas que llegaban a las portadas exteriores, en cuyos prados sobresalían ya los álamos crecidos y con tupido follaje. Sin embargo, a finales de dicha centuria se hicieron patentes diversos cambios, como lo demuestra el biombo exhibido en el Museo Nacional de Historia y que se atribuye al pintor Diego Correa. Hacia 1690 Correa dibujó y pintó una Alameda enmarcada por el Acueducto de Santa Fe, el Convento de San Diego y los templos de San Juan de Dios y de la Santa Veracruz. Se distingue la traza cuadrada cercada de acequias, una fuente nueva y el ingreso al sitio a través de cuatro puentes con sus portadas iguales, pero se observan ahora ocho calzadas, cuatro de ellas eran perpendiculares y partían desde las puertas hacia la rotonda central, y las otras cuatro eran oblicuas e iban de las esquinas al centro, aumentando de igual manera en ocho el número de los prados. Muestra además que también se habían instalado ya varias bancas alrededor de la fuente central. Ya en el siglo xviii, un óleo anónimo sobre tela fechado en 1720 y titulado "Paseo de la muy noble y leal Ciudad de México" da cuenta de una transformación más de la Alameda, la que corrió a cargo del virrey Baltasar de Zúñiga Guzmán Sotomayor, marqués de Valero, quien gobernó la Nueva España entre 1716 y 1722. Se distingue ahí este paseo como un hermoso jardín cuadrado a la manera barroca, con 16 calzadas y prados triangulares bordeados con árboles, cinco rotondas adornadas con fuentes mixtilíneas y tres pórticos con sencillas rejas de madera que coronan un número igual de calzadas. No se puede negar que esta planeación tenía una intención paisajista definida, pues hasta la alineación de los árboles que acompañan el trazo de las calzadas tiene el objetivo de dar sombra a los visitantes. No obstante, más significativos fueron los cambios que se hicieron a la Alameda en la segunda mitad del siglo xviii, especialmente los que implementaron los virreyes Carlos Francisco de Croix (1766-1771) y Antonio María de Bucarcli y Ursüa (1771-1779). Tres testimonios dan cuenta de estas labores, que se caracterizaron por su notoria influencia barroca francesa. El primero es el proyecto de remodelación que se encargó al ingeniero Alejandro Darcourt (el cual aparece en esta obra) y que pondrían en marcha el coronel de ingenieros Francisco Barrios y el arquitecto Manuel de Iniesta. El segundo es un óleo anónimo de 1775 titulado "Paseo de la Alameda de México" y que forma parte de la colección privada del Banco Nacional de México. En esta pintura se aprecian las sillas de cantería labrada que se dispusieron para el descanso de los caminantes y las colosales obras de arte que se colocaron para ornato de las fuentes, cuyos motivos fantasiosos representaban a personajes de la mitología griega como Hércules, Tritón, Ganimedes, Arión y Glauco. El tercer testimonio es el plano de la Alameda que levantó José María de la Bastida en 1778, el cual muestra que en esa fecha el sitio había duplicado ya su tamaño, con una extensión de 422.52 metros de largo por 217.88 de ancho; tenía esquinas truncadas en donde se ubicarían cuatro accesos más, aparte de la entrada principal que quedaba frente al Convento de Corpus Christi; y el terreno estaba subdividido en 24 prados, con siete glorietas internas y 12 externas, sin olvidar que las calzadas quedaron dispuestas para albergar muchísimos carruajes. Por último, el virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco Horcasitas y Aguayo, segundo conde de Revillagigedo (1789-1794) continuó con la siembra de álamos, sauces y fresnos, e implementó una mejora en la administración de este espacio público al establecer un reglamento de coches, donde se definían las áreas de circulación de los paseantes, jinetes y carruajes. De igual manera, para darle mayor seguridad al lugar, ordenó -entre otras cosas-que se colocara una barda baja de mampostería revestida con lajas de recinto oscuro, cuyos pilares cuadrados tenían cinco varas de alto rematados con pirámides que soportaban esferas. Con semejantes mejoras el Paseo de la Alameda se constituyó en el centro de convivencia social más trascendente de la capital del virreinato novohispano. Fue un espacio festivo de múltiples celebraciones, tanto de corte laico como religioso, donde se recibía a las autoridades políticas que venían de España igual que se celebraba el cumpleaños de un funcionario, se festejaba el carnaval arrojando a los asistentes cascarones de huevo, agua teñida, harina y papel desmenuzado, o se gozaba tan sólo paseando, viendo pasar los cortejos, con saludos y pláticas para dejarse ver y ser y estar a la moda y al día. 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