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Es profesor de lingüística de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Se ha dedicado a la investigación y estudio de la lexicología, lexicografía y la dialectología, con un interés particular en el español del noroeste
[free_reading] => Aunque a muy temprana edad llegué a Culiacán, ciudad en la que he vivido prácticamente toda mi vida, el vínculo con mi lugar de origen se ha mantenido muy vivo hasta el día de hoy por diversas razones: entre otras, porque mi padre y algunos de mis hermanos nunca se vinieron del todo y porque, además, ahí siguieron viviendo mis abuelos, tíos, primos y otros familiares, lo que me permitió, y aún me permite, ir y venir constantemente y poder experimentar esas dos realidades, de crecer entre esas dos formas de ver la vida, de asombrarme ante el dinamismo y la diversidad de la ciudad y de perderme en la magia del pueblo en sus silencios y susurros. Desde esos años infantiles me di cuenta de las diferencias entre el habla de la ciudad y la del pueblo serrano de donde provengo, diferencias que no representaron dificultad alguna para sentirme parte de ambas comunidades, aunque esto último, como creo que sucede con todo hablante que emigra a temprana edad, no resultó tan pleno y la pertenencia a mi comunidad de origen quedó más en la lealtad sentimental que en un uso real de las variantes que la distinguen, pues la ciudad me fue arropando y su habla me fue dando una identidad frente a sí y frente a los demás, de tal suerte que, aunque aceptado en el lugar donde nací, con el tiempo mi habla fue resultando ajena a la de la comunidad de la que aún reivindico mi pertenencia. Así, con sentimientos encontrados me fui haciendo citadino y el habla de la ciudad se fue imponiendo con sus rasgos hasta tenerlos y sentirlos como propios. No pretende ser esto, claro, un relato de mi vida, sino sólo un pretexto para entrar a eso mismo que yo viví y sentí y que ahora lo veo desde mi posición de lingüista: que el hablante no sólo aprende unas variantes determinadas sino que en ellas va implícita una carga cultural que lo identifican como parte de una comunidad y con la que él se siente identificado; y, que las variedades se constituyen de rasgos prominentes que fortalecen los vínculos de identidad de sus hablantes y dan carácter a su personalidad. Es innegable que “para el establecimiento de nuestra identidad, esto es, de esa sensación de pertenencia a un determinado grupo o comunidad, la lengua juega un papel de primer orden pues es la unidad que determina y favorece en nosotros la sensación de que haya una variedad lingüística propia y característica de nuestro grupo o comunidad, que a su vez, nos distingue de los demás”. (Zambrano) A diferencia de la variedad lingüística nacional, en la que los factores de cohesión son más urgentes y de mayor prioridad, la variedad regional consolida su identidad a pesar de las acciones que el Estado legítimamente ejecuta a través de sus instituciones para mantener la unidad de la nación en todos sus ámbitos, entre ellos el lingüístico; la educación, las leyes, los medios de comunicación masiva y muchos otros instrumentos son decisivos en ese propósito. No digo con esto que la variedad regional se oponga a la nacional, pues de ser así no formaría parte de esta última; digo con ello que la variedad regional genera y promueve en su ámbito su propia valoración cultural, producto de su entorno, lo que le da la identidad que la sustenta y distingue. En este tenor, la variedad sinaloense del español mexicano, a la que he dedicado mi interés académico y de la que, por supuesto, hoy me ocupo, no sólo podríamos decir que comparte sino que la conforman los rasgos esenciales de la variedad nacional y los propios que la distinguen del resto del mosaico dialectal del español de México. Hago un alto para atender lo que seguramente debería ser el punto de partida de esta formulación: ¿Hay una variedad lingüística sinaloense o sólo es una designación dada al habla del estado por su nombre? De tratarse sólo de una designación, entonces tendríamos que reconocer treinta y dos variedades del español mexicano, pero de no ser así, como no lo es, creo yo, estamos obligados a delimitar las variedades que postulemos. Es de sobra conocido que los límites geopolíticos de una entidad no necesariamente coinciden con los que pueden establecerse para una variedad lingüística, pues aquéllos comúnmente no atienden factores de integración e identidad de las comunidades sino que responden a los intereses de poder y, por lo general, se acuerdan como salida de un conflicto. La variedad sinaloense, de la que he presentado diversos estudios de carácter léxico y fonético, principalmente, para acreditar su expresión, se extiende por todo el territorio de Sinaloa, adentrándose en el sur sonorense hasta la línea que forman Álamos y Navojoa, alcanzando en ocasiones Ciudad Obregón, y en el norte nayarita hasta la línea formada por Acaponeta, Tecuala y Novillero, extendiéndose ocasionalmente hasta Tuxpan; comprende también el territorio de las partes bajas y medias de la cara poniente de la Sierra Madre Occidental, perteneciente al estado de Durango, cuyas comunidades, por razones históricas y por su situación geográfica, se han visto unidas en su destino al de Sinaloa, manteniendo una relación más estrecha con las poblaciones y los centros político administrativos de esta última entidad; destacan, además, las innumerables coincidencias de las hablas sudbajacalifornianas, sobre todo la de las comunidades del extremo sur peninsular. Sin duda que los pobladores de las áreas no sinaloenses que he señalado se identifican como sonorenses, nayaritas, duranguenses o sudbajacalifornianos, según sea el caso, aunque respecto a su habla aceptan que hay una mayor coincidencia con la de los sinaloenses que con la del resto de sus entidades. La frase “es que somos la misma gente”, usada por muchos hablantes para explicar tal coincidencia y como una forma de expresar su pertenencia a la comunidad, sin importar los límites y el gentilicio que les corresponda, da cuenta de esta realidad que sobrepasa las convenciones políticas y administrativas. En el léxico, cuyo nivel atenderé en esta ocasión, se muestra claramente lo que antes he expuesto. Hay vocablos del léxico sinaloense como ‘plazuela’ o ‘güina’ que se registran en toda esta amplia zona que he señalado como escenario de la variedad; otros, en cambio, no se registran en alguna o algunas de las áreas no sinaloenses, como ‘güíjolo’ o ‘cigarrón’, por ejemplo, que no aparecen en los usos documentados del norte nayarita, a diferencia de ‘güingo’ que sí aparece en dicha área pero no en la del sur sonorense ya mencionado. Por supuesto que junto a las variantes regionales con frecuencia se registran otras tanto del español llamado general como del español mexicano, así como del de las zonas dialectales colindantes; por ejemplo, junto a ‘güíjolo’ aparece el mexicanismo ‘guajolote’, que es la variante más generalizada, y ‘pavo’, del español culto, que en la variedad sinaloense se usa preferentemente para referirse al animal cocinado, de manera particular el que se prepara en Navidad, además hay registros de la variante ‘cócono’, usual en una amplia región que comprende los estados de Durango y Chihuahua. Estas y muchas otras palabras no necesariamente deben verse como una pincelada que le dan colorido al léxico sinaloense, desde una visión folclórica, sino como expresión de los valores históricos y culturales. ‘Tiro’, ‘ademe’ y ‘zurrapa’, por ejemplo, son una muestra de la presencia que la actividad minera, una de las más importantes desde la Colonia hasta entrado el siglo XX, tuvo en las comunidades y en la vida cotidiana de los pobladores, tanto que sus significantes salieron de los socavones para ir a significar otros referentes: ‘tiro’, el pozo de agua profundo; ‘ademe’, el muro que sobresale en la boca del pozo; y, ‘zurrapa’, las algas que nacen en las aguas mansas de las orillas de los ríos o en las estancadas fuera del cauce. De igual forma, ‘güico’, ‘cachora’, ‘copeche’ y ‘chinacate’ no sólo son botones ilustrativos de la fauna de la región sino evidencia de las aportaciones que las lenguas indígenas han dejado en el español sinaloense, los dos primeros del cahíta y los otros dos del náhuatl. La mirada prejuiciada del léxico regional no sólo estriba en verlo con un sesgo folclórico, creer que es curioso y pintoresco, con un dejo de romanticismo, sino también discriminatorio, producto de una visión desviacionista del regionalismo, pues sólo por ser tal es con frecuencia considerado marginal, incorrecto, sin prestigio ni ejemplaridad, constituido de manera principal por palabras del habla rural, arcaicas o de origen indígena de las lenguas locales. Es claro que esta visión de los usos regionales desconoce la naturaleza de este tipo de comunidades lingüísticas y la importancia de sus manifestaciones culturales, producto de su historia y de su entorno. Por ello, no es nada extraordinario, ni tiene porque causar extrañeza, que en el léxico sinaloense, como sucede en el de otras variedades, se registren también variantes de origen rural, menos si tomamos en consideración que no hace tanto tiempo que la población del campo era mayor al de las ciudades y que la migración masiva hacia los centros urbanos de la entidad se dio apenas en las décadas de los sesenta y setenta, continuando en las subsiguientes con menor intensidad. Con todo esto, debo decir que las palabras de origen rural y las provenientes de las lenguas indígenas de la región no son lo más significativo del léxico regional sinaloense, sin que con ello pretenda negar su expresión y el valor que tienen en la identidad de los hablantes; lo que sí es indiscutible es que el léxico regional se distingue por las variantes que los hablantes han hecho suyas para dar cuenta de la relación con su entorno natural, social, histórico y cultural, y como en cualquier otra variedad, incluso la nacional, éstas provienen de distintos afluentes marcando la particularidad que le dan sustento. He dicho en reiteradas ocasiones que el estereotipo que se ha creado en la visión del léxico regional, compartido con frecuencia por los mismos hablantes de la variedad, sobre todo por aquéllos que cuentan con instrucción escolar, se finca en esa visión folclórica y marginal, por ello cuando se trata de mostrar algunos usos léxicos distintivos del dialecto se acude a ese tipo de ejemplos, siendo los indigenismos los más socorridos, tal vez por la extrañeza de sus formas o sonidos; por ejemplo: ‘bichi’, ‘tochi’ y ‘colti’, entre otros, nunca faltan en la lista. Pero junto a estas palabras hay muchas otras que provienen de la lengua española y que tienen un uso particular en el léxico regional, las cuales, por el solo hecho de ser del español, pasan inadvertidas, aunque se registran en cualquier tipo de hablantes, forman parte de distintas clases de discurso y se leen en textos de diversa índole. Cuando hablo de este último asunto, siempre recuerdo el caso de un periodista que me comentaba que hasta antes de leer mis trabajos él desconocía que ‘plazuela’ era un regionalismo, que por no saberlo en su programa de televisión y en su columna periodística él siempre usó esta palabra “como si fuera la correcta”; al darse cuenta del error en el que por mucho tiempo había incurrido, quiso corregirlo y buscó en el Manualdel medio en el que trabajaba para saber qué palabra debía usar, pensando que, como en otros casos, habría una lista de sugerencias. Pero el Manual, a diferencia de muchos otros temas, no contenía un tratamiento mayor sobre usos regionales que el de indicar que “en cuanto a los regionalismos sinaloenses, debe restringir su uso a aquellos que sean ampliamente conocidos, y en situaciones que en verdad se amerite su presencia”, luego concluía con la disposición: “Requieren comillas para su escritura”. Difícil situación, me decía, pues ese es el problema, el Manual nos deja la tarea de decidir cuáles palabras son regionalismos sinaloenses, y si creemos que alguna lo es determinar si es ampliamente conocida y luego establecer si la situación amerita que se use. Al ver que aquello no le resolvía el problema, siguiendo lo indicado por el mismo Manual, acudió al DRAE para buscar si estaba “aceptada” dicha palabra, también repasó una cantidad importante de números del periódico de distintos años para averiguar si había alguna marca, acotación o indicio que sugiriera la condición regional de la misma, ni en uno ni en otro encontró respuesta a su inquietud. En el periódico todas las ocurrencias de la palabra ‘plazuela’ estaban sin marca, lo que significaba que era considerada del español “normal”. En el DRAE encontró la entrada pero no tenía definición, sólo señalaba el origen de la palabra: “Del dim. de plaza; lat. plateola”, esto lo llevó a buscar en el mismo diccionario la definición de ‘plaza’, pero ninguna de las acepciones llenaba lo que para él y su comunidad significaba ‘plazuela’, así que cambiar su uso por ‘plaza’ no era una opción, ya que este vocablo significa otra cosa en su variedad lingüística. Ante la sugerencia de que como en otras partes del país se usan otras formas como ‘plaza de armas’, ‘zócalo’, ‘parque’ o ‘jardín’, quizá buscando sus definiciones podría encontrar “la forma correcta” en la que debiera escribirla, pero al buscar no encontró definición alguna que coincidiera con lo que es una plazuela; ante tal situación, me dijo un tanto resignado, sigo llamándole ‘plazuela’ a la plazuela. Y tiene razón el acongojado periodista en seguir usando ese vocablo y no otro, pues los hablantes de la variedad sinaloense han decidido que ‘plazuela’ significa el “Espacio de convivencia en el que generalmente hay un kiosco o una explanada en la parte central, bancas en las orillas, jardines y árboles, y al que acuden las personas a platicar, entretenerse o descansar” y “es punto de referencia y encuentro de la comunidad” (DLRS), no importa si dicho espacio de convivencia es grande o chico, si es el principal o no, si está en el centro del poblado o en otra área o si es de una ciudad o de un pueblo. De regreso al punto que me trajo a la memoria este pasaje, efectivamente no sólo quienes arrancan botones de muestra para ilustrar el léxico que distingue a la comunidad de esta zona dialectal sino los mismos interesados en recoger el léxico en publicaciones como las que he señalado dejan fuera de consideración estas palabras por ser del español; también contribuye el hecho de que algunas palabras como ‘plazuela’ son tan generales en la variedad, además de no haber otra variante para el mismo significado, que ni siquiera levanta la menor sospecha de su carácter regional. 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