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Marañón Hernández, Pedro (colaboración)
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HISTORIADOR DE LA INDEPENDENCIA
EL CONSTITUCIONALISMO MEXICANO Y SU ORIGEN
Los precedentes constitucionales
Los Sentimientos de la Nación
Las fuentes legales y doctrinarias
Fray Vicente de Santa María y fray Vicente de Santa María
Fray Vicente José de Santa María y Martínez
Fray Vicente de Santa María
Apéndices
LA GÉNESIS DEL PODER JUDICIAL EN EL MÉXICO INDEPENDIENTE
El Supremo Tribunal de Justicia. Su fundamentación
Instalación del Supremo Tribunal
La Junta Subalterna Gubernativa Provisional
La Junta de Jaujilla
EL CLERO Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA. REFLEXIONES PARA SU ESTUDIO
DOS PROYECTOS PARA LA INDEPENDENCIA DE HISPANOAMÉRICA
James Workman y Aaron Burr
El proyecto del juez James Workman acerca de la independencia de América
Aaron Burr y la independencia de América
HIDALGO Y FLEURY
HISTORIADOR DE LA CULTURA CATÓLICA DE LA ÉPOCA VIRREINAL
DON JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA, PENSADOR POLÍTICO
Proemio
Análisis de la obra
ESTUDIO PRELIMINAR A LA BIBLIOTHECA MEXICANA
Juan José de Eguiara y Eguren
Eguiara y Eguren, orador sagrado
Eguiara, teólogo novohispano
Peninsulares malquerientes. Cristóbal Suárez de Figueroa
Los antecedentes de la disputa americana
Antonio de León Pinelo y la primera bibliografía de América
Los precursores españoles. Nicolás Antonio y sus bibliothecas
La Bibliotheca mexicana de Eguiara. Origen, contenido y valor
Las bibliotecas de Eguiara y Beristáin. Valor y diferencias
Antecedentes de la Réplica de Eguiara. Juicios críticos sobre la Bibliotheca. Prosecución de la disputa
La imprenta de la Bibliotheca mexicana
A manera de epílogo
LOS PARECERES DE DON JUAN DE PADILLA Y DIEGO DE LEÓN PINELO ACERCA DE LA ENSEÑANZA Y BUEN TRATAMIENTO DE LOS INDIOS
Introducción
Visión de la época
La familia León Pinelo
Sus tareas literarias
El parecer acerca del buen tratamiento de los indios
ASPECTOS SOCIALES DE LOS INSTRUMENTOS DE PASTORAL CRISTIANA EN NUEVA ESPAÑA
INTRODUCCIÓN A LOS IMPRESOS MEXICANOS DEL SIGLO XVI (LOS INCUNABLES)
HISTORIADOR DE LA REPÚBLICA, LA INTERVENCIÓN Y EL LIBERALISMO
LA VISIÓN DE MÉXICO Y LOS MEXICANOS EN LOS INTERVENCIONISTAS
LA POLÍTICA AMERICANA DURANTE LA INTERVENCIÓN FRANCESA EN MÉXICO. NOTAS PARA SU ESTUDIO
EL TRIUNFO DE LA REPÚBLICA LIBERAL 1857-1860
Estudio preliminar
Preludio
El desarrollo político
Combate ideológico
La lucha armada
CURIOSIDADES Y MISCELÁNEA
NOTAS PARA LA HISTORIA DEL TRABAJO Y DE LAS COMUNICACIONES EN MÉXICO
La Compañía de Tranvías y las luchas obreras, 1900-1945
La situación general
Los problemas de los trabajadores tranviarios
Los primeros conflictos
Los obreros y la devolución de sus bienes a la compañía
El derramamiento de sangre
Creación de la Alianza de Tranviarios
Obtención de nuevas prestaciones
Nueva lucha, nueva división
Reducciones y ventajas a partir de 1937
Las luchas de los años 1942 y 1943
El conflicto de 1945
LAS LEYES DE DESCUBRIMIENTO EN LOS SIGLOS XVI Y XVII
Advertencia
Relaciones entre los descubridores y las autoridades de España e Indias
Organización interna de la expedición: la hueste
La actividad de la hueste
El derecho premial
Conclusiones [free_reading] => El 24 de abril se cumplieron cien años del nacimiento de don Ernesto de la Torre Villar. No pudimos celebrar este aniversario con su presencia; sin embargo, el libro que ahora se presenta es un tributo a su rica existencia, de casi 91 años, en los que prodigó sus enseñanzas y creó una obra de extraordinario valor. Don Ernesto dejó incontables ejemplos de clara sabiduría, de incansable tenacidad en el trabajo y de un hondo sentido humano y humanista. Quienes no tuvieron la fortuna de conocerlo tienen a su alcance el legado espléndido y genuino de su obra, estudio obligado para las jóvenes generaciones. Si bien ésta constituye un conjunto difícil de abarcar, cada una de sus partes expresa el conocimiento profundo que tuvo de nuestra historia y su gran amor por el pasado mexicano. A pesar de la amplitud y la diversidad de su legado, hemos compilado un reducido grupo de textos que nos parece remiten a los temas más representativos de su obra, sin dejar de incluir algunos que evidencian su insaciable curiosidad por los más diversos asuntos y su gran sensibilidad para acercarse a cuestiones que no pensaríamos eran tan cercanas a sus aficiones. Es un conjunto atractivo y diverso que retrata a nuestro personaje, además de dejar constancia de lo que fue capaz de escribir. Como lo comentó en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, en 1970, Ernesto de la Torre se adentró en las humanidades por vocación y su interés en el estudio de la actividad del hombre, en la historia, consiguió prenderlo por su profunda fuerza. Comprometido con ese destino, se concibió a sí mismo como peón que rotura la tierra, buscando cumplir su tarea con dedicación diaria y plena honestidad. Entendía el compromiso del historiador como el fruto de una penosa labor de rectificación constante, que requiere de "recto juicio, honesto trabajo y paciente investigación para aproximarse a una prudente y certera interpretación de los hechos históricos". Consideró, hasta el fin de sus días, que ésa era su modesta aspiración y su mayor responsabilidad. Abogado, historiador, hombre de letras, erudito y gran conocedor del mundo antiguo, músico y melómano, amó el arte en todas sus formas. Nació en Tlatlauquitepec, estado de Puebla, y radicó desde muy temprano en la ciudad de México, lo que no impidió que se sintiera siempre poblano y profesara un inmenso cariño por la tierra que lo vio nacer. El hecho de permanecer durante temporadas de su infancia en los pequeños pueblos de la entidad -en donde la familia paterna tenía propiedades- y de permanecer con suma frecuencia en la Angelópolis definió su apego a esa geografía y a ese modo de ser. Puebla había sido la segunda ciudad en importancia de Nueva España, de lo que estaba orgulloso, y la entidad retribuyó con creces el empeño de don Ernesto de conocer y difundir su historia, celebrando una y otra vez los méritos de uno de sus hijos más preclaros. Tuvo don Ernesto una especial sensibilidad para percibir y disfrutar las bondades de la provincia y la geografía mexicanas. Junto con su esposa Esperanza Yarza -que era geógrafa-, sus hijos y sus amigos, acostumbraba viajar a través del país, disfrutando de sus paisajes, de las pequeñas poblaciones, de sus habitantes sencillos y de su naturaleza inconmensurable. Visitantes ilustres y grandes amigos lo acompañaron en aquellas giras, montados a caballo o en motocicleta, y dejaron constancia en relatos y fotografías. Quien reconociera en él a su mejor amigo en México, el historiador de los latifundios de Nueva España, Frangois Chevalier, definió a Ernesto de la Torre como historiador y etnólogo por su capacidad de conocer los pueblos y sus culturas. Hay en su testimonio un rasgo definitorio del retrato de don Ernesto que pocas veces se ha tomado en cuenta. De la Torre -nos dice el historiador galo- quiso adentrarse en la comprensión del pasado y del presente de México "no sólo remitiéndose a documentos históricos sino palpando la problemática de la capital, las ciudades y el campo, y realizando después investigaciones en archivos, libros y museos". Así que, aunque ni Chevalier ni De la Torre se dedicaron a la antropología, sintieron ambos una gran pasión por el conocimiento directo de los grupos humanos. Juntos se aventuraron a recorrer parajes muy alejados y tierras poco exploradas, a convivir con los pobladores de las más diversas regiones de México, a reconocer sus costumbres y luego a conocer sus cambios en el tiempo. Cuenta su gran amigo francés que, con frecuencia, don Ernesto y él acudían a las fiestas religiosas de los pueblos "participando a menudo en ellas y mezclándonos con los romeros o los fieles indígenas". El extraordinario viaje a Ostula, en la costa michoacana, permaneció imborrable en la memoria de su amigo Frangois, al punto que en su última travesía a México, en 2008, Chevalier y su esposa Josephe, ya muy mayores, alquilaron un auto y osaron conducir hasta allá, en un afán por recorrer una vez más aquellos paisajes que habían marcado sus recuerdos. No conozco otro testimonio que ofrezca tanta riqueza como el de Chevalier para reconocer ese aspecto esencial de las inquietudes del maestro. Quienes tuvimos la fortuna de recibir sus enseñanzas sabemos muy bien que esos recorridos, en parte placenteros, en parte realizados como pequeños trabajos de campo, fueron experiencias nutricias indispensables para el conocimiento que adquirió sobre las realidades de las que se ocupaban sus textos. Grandes mexicanistas como Chevalier, Guy Stresser Péan, el checo Bohumil Bad'ura, le deben en muchos casos la posibilidad de acercarse, a veces por primera vez, a "lo más profundo de la tierra y sus habitantes campestres, desde indios de etnias diversas hasta rancheros y ganaderos mestizos [...]" Recorrer en su compañía la sierra de Puebla, las costas michoacanas y nayaritas, Colima y otros tantos lugares era estar en manos del mejor de los guías. Cosmopolita al mismo tiempo, dominó un vasto horizonte intelectual en el que la cultura europea tuvo una fuerte presencia. Con el paso del tiempo, don Ernesto lograría visitar los archivos y las principales bibliotecas de Francia, Italia, España, Bélgica, Portugal y Estados Unidos. Siendo joven hizo una estancia en París; entre 1948 y 1952 asistió a la Escuela de Altos Estudios y a la Sorbona. Durante ese periodo se dedicó a trabajar acuciosamente en los repositorios que pudiesen ofrecerle las claves para conocer las fuentes europeas del pasado mexicano, particularmente del México decimonónico y de la política intervencionista. Durante toda su vida académica mantuvo relaciones estrechas e interlocución constante con autores, colegas y amigos tanto europeos como latinoamericanos. A lo largo y ancho de México, las instituciones de cultura y las universidades se disputaron, hasta los últimos días del maestro, su presencia para que impartiera cursos y conferencias. Sus amigos, discípulos y admiradores coinciden en el aprecio de los rasgos que le eran característicos: gran bonhomía, sencillez y afabilidad, con extraordinaria erudición y particular gusto por las cosas buenas de la vida, pues disfrutó de igual manera del placer que brinda un paisaje campesino que de las delicias de una mesa refinada. Hombre honesto y generoso, siempre dispuesto a escuchar, como los hay pocos, don Ernesto fue un gran maestro. Son incontables los cursos que impartió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como en otras instituciones de educación superior del país y del extranjero. Como profesor supo compartir y prodigar sus conocimientos no sólo en el aula, sino en los pasillos y en las oficinas de las que se hizo cargo. ¿Cómo no recoger aquí la experiencia que tuvo John M. Hart, el reconocido estudioso del movimiento anarquista mexicano, cuando se entrevistó con el maestro De la Torre? El diálogo con el entonces director de la Biblioteca Nacional marcó de manera decisiva los derroteros de su investigación. En aquella ocasión, De la Torre -que nunca fue un estudioso del movimiento obrero- lo escuchó con gran detenimiento y le dio indicaciones muy precisas de lo que podría o no encontrar en la caja fuerte de la biblioteca, en la Hemeroteca Nacional y en ramos específicos del Archivo General de la Nación. Gracias a sus orientaciones, Hart pudo regresar a la Universidad de California en Los Ángeles orgulloso de sus hallazgos mexicanos y, con el paso del tiempo, supo aquilatar la importancia del ejemplo de sabiduría erudita que en aquella tarde de la primavera de 1968 le había brindado: el maestro había reconocido las posibilidades de su investigación, lo había alentado, había tolerado pacientemente sus dificultades lingüísticas y lo había guiado a los lugares precisos en donde pudo concretar sus descubri-mientos. ¡Todo eso en el breve lapso de una hora! Ernesto de la Torre era un hombre abierto, atento a lo que se comentaba y se discutía en el ambiente académico y, por supuesto, siempre estuvo dispuesto a alentar las tareas de investigación que realizábamos sus alumnos. Disfrutaba de cada pequeño hallazgo, de cada enfoque y de cada perspectiva innovadora. Le interesaba mantenerse al tanto de los nuevos vientos que soplaban en la historiografía, conocer cuáles eran los temas de investigación a los que obligaba la época y los problemas que planteaba el presente, de manera que hasta sus últimos días estuvo pendiente de las líneas que se abrían, ya se tratara de los estudios culturalistas, de los de las sociabilidades, de los de la nueva historia política e intelectual de fines del siglo XX. En algunos casos mostró reservas hacia aspectos que no lo convencían del todo; en otros, por el contrario, pudo apreciar la manera en que en noveles trabajos germinaban las semillas plantadas por su obra, renovadora en más de un sentido. La libertad con la que don Ernesto dejó trabajar a sus alumnos quizá se deba a la disposición que mostró a través de los años para escuchar voces distintas, recibir muy diversas influencias y reconocer múltiples experiencias. Álvaro Matute ha hecho notar que, desde sus inicios, la vida de don Ernesto estuvo marcada por una capacidad excepcional para articular las mejores tradiciones y percibir finamente los aires de los tiempos. La historiografía florecía por la confluencia entre dos generaciones de historiadores: los "tradicionalistas empíricos" -historiadores descriptivos o, en el mejor de los casos, narrativos, de acuerdo con Matute-, como Jesús Galindo y Villa y Luis González Obregón, y los historiadores formados en "la institución producto del experimento de la España peregrina acogida por Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas". El vigor intelectual de los transterrados españoles, el entusiasmo por la reciente fundación de la misión francesa y del Instituto Francés de América Latina, que difundió en México las obras de Marc Bloch y Ferdinand Braudel, entre otras, fueron piezas clave en el ambiente de la época. De la Torre, dice Matute, "nunca dio la espalda, sin embargo, a los viejos historiadores tradicionalistas"; supo conciliar la tensión que podría generar la enseñanza que emanaba de personalidades contrapuestas, como era el caso de Ramón Iglesia y Silvio Zavala, de quienes recibió formación y a quienes indistintamente rindió tributo.8 Grandes beneficios obtuvo también del saber del gran bibliógrafo Agustín Millares Carlo, a quien mucho admiraba. Fue, pues, "historiador moderno en su contexto vital", como lo reconoce Álvaro Matute. II La obra de Ernesto de la Torre es enorme y diversa. Decenas de libros, trabajos monumentales de edición de fuentes y antologías -algunas de excepcional mérito-, cientos de artículos, capítulos de libros, prólogos, estudios introductorios y folletos narran con rigor y pasión distintos temas de la historia de México. En ellos abarcó con la misma solvencia temas coloniales, decimonónicos y, eventualmente, indígenas o del siglo XX. No puedo evitar mencionar su interés por estudiar el descubrimiento y la fundación de los reinos americanos, la obra de los primeros franciscanos, la implantación de las congregaciones de indios, la organización y estructura de las diócesis, entre otros muchos asuntos que combinó con su deseo de conocer y difundir los aportes de historiadores e intelectuales -como José Fernando Ramírez, Rafael García Granados, Salvador Azuela-, o de reunir y publicar los documentos que le parecía eran indispensables para que los estudiantes pudieran conocer de primera mano testimonios fundamentales de la historia de México. Su obra no se circunscribe, en consecuencia, al cultivo de una sola parcela; no tuvo límites estrechos en sus propósitos, y mucho menos en lo que se refiere a sus horizontes cronológicos y espaciales. Aunque estuvo plenamente comprometido con la tarea de desentrañar el pasado mexicano, nunca concibió que éste fuese algo alejado o ajeno de la historia del mundo. La historia de México la comprendió en una estrecha vinculación con las fuentes y el devenir histórico europeo y americano, y en su continuo diálogo con el resto del orbe. No hay un solo trabajo suyo que escape a la mirada rica y compleja que este elemento concede a sus interpretaciones. Hay en la vastedad de su producción inquietudes predominantes que orientan el conjunto, temas que fueron los que mayormente atrajeron su interés, en los que caló hondo y, por eso, resulta un autor imprescindible. La antología que hoy presentamos aspira a ofrecer algunas muestras pequeñas de aquellos grandes temas que marcaron su obra. Son trabajos de distinta naturaleza y con propósitos diversos -en algunos casos incluso modestos-, que se refieren a las grandes preocupaciones del autor; aun tratándose de un fragmento, éste lo será siempre de una gran obra. Sin duda alguna, Ernesto de la Torre es un pilar del estudio de la Independencia. Son piedra de toque sus aportes sobre la Constitución de Apatzingán, los Guadalupes de México, el Tribunal de Ario y el clero revolucionario. Sus obras dan cuenta de su profundo interés por los aspectos constitucionales y por la construcción política e institucional de nuestro país. Su formación de jurista sin duda lo impulsó a ahondar en esas vertientes y a ello debemos la solidez de su trabajo en este campo. Sus reflexiones sobre la Independencia dieron lugar a uno de sus grandes libros, tal vez uno de los más leídos: La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, que apareció por primera vez en 1964 y cuenta con dos reediciones: una de 1978 y otra de 2010. Después dio a la imprenta Los Guadalupes y la Independencia, por primera vez en la edición de Jus, en 1966, y con mayor difusión luego de que se publicara en la colección "Sepan cuantos..." de Editorial Porrúa, en 1985. Más adelante apareció su importante síntesis sobre el periodo: La independencia de México, que salió a la luz en 1992 de manera simultánea bajo el sello editorial de MAPFRE, en España, y el del Fondo de Cultura Económica, en México. Posteriormente, decenas de contribuciones en esta línea se publicaron en revistas y libros de España y América. Algunos de esos escritos que nos parecen representativos figuran en el primer apartado de la antología que se presenta en las siguientes páginas. De la Torre se dedicó con avidez a comprender la ideología de los curas insurgentes que encabezaron la lucha armada. Hemos de reconocer que puso las bases para conocer las raíces profundas de su pensamiento y su capacidad de asimilar lenguajes nuevos; a ello se refirió no sólo en sus trabajos de síntesis del periodo sino también en sus compilaciones sobre el pensamiento de Miguel Hidalgo, y en los artículos y las obras dedicados a la ilustración católica de finales del siglo XVIII. Buen ejemplo de ello es el artículo que se ocupa de la lectura de Claude Fleury, base del pensamiento galicano, que fue tan influyente para los debates teológicos y políticos de la época. Este escrito y otros -como aquellos dedicados a José Pérez Calama, a la teología caritativa del obispo San Miguel y a la pastoral de Alonso de la Peña y Montenegro, cuya obra fuera referencia obligada para los curas de los siglos XVIII y XIX- merecen más reconocimiento del que se les ha concedido. Son estudios que preceden a lo que hoy consideramos la renovación de la historiografía de la independencia, entre cuyas contribuciones está la de comprender de mejor manera la presencia del elemento religioso" En realidad, De la Torre -junto con Gabriel Méndez Plancarte, Agustín Churruca Peláez y un grupo de historiadores católicos- había venido impulsando desde las décadas de 1950 y 1960 una visión distinta de la ideología de los curas insurgentes, en abierto diálogo con la obra de Luis Villoro. Los estudios de unos y otros, si bien no consiguen imponer del todo una nueva interpretación del periodo, son piezas indispensables para las novedosas investigaciones que vendrán décadas más tarde. El ánimo que mueve a esas contribuciones de Ernesto de la Torre, de reconocer el aporte y la riqueza de una cultura católica que tenía muchos más ángulos de los que la historia oficial tradicionalmente le había concedido, es el que rige en sus estudios sobre las instituciones, el pensamiento y, en general, la cultura católica de la época virreinal. Del mismo modo, De la Torre escribió un conjunto macizo de obras en las que consigue ofrecer una mirada extraordinariamente rica del pasado colonial. Sus trabajos en torno a Juan José de Eguiara y Eguren, Juan de Palafox y Mendoza, Diego y Antonio Rodríguez de León Pinelo, José Pérez Calama, Alonso de la Peña y Montenegro -por citar sólo algunos de los que hemos recogido para este volumen, en su segundo apartado- son grandes fuentes de erudición. No se limitan a delinear el retrato de hombres recios y ejemplares, que efectivamente lo fueron, sino buscan aquilatar sus aportes en la formación de una cultura propia del mundo novohispano, puesta en juego en su dimensión hispánica y universal. Es en este sentido que se entiende la centralidad que De la Torre concede a esos personajes: gracias a su intuición excepcional se convierten en agentes del devenir histórico. Fueron ellos "los sabios que hicieron de nuestro México un país en el cual la luz deslumbrante y avasalladora del espíritu, conjugada con la hondura del uso de la razón y del intelecto recio y perseverante que dio por resultado el surgimiento de una cultura que es la que sustenta nuestra identidad, la que nos identifica orgullosamente". Nuestro entrañable maestro, aunque en el centro de su atención se encuentra siempre el hombre "con sus prodigiosas y vastas manifestaciones", no llega al extremo de pensar que la historia del mundo se reduce a la historia de los grandes hombres, opinión extrema que De la Torre no comparte con autores como Carlyle y sus seguidores." Los alcances de la cultura criolla absorben por entero muchos años del trabajo de don Ernesto. Así, en el caso de la Bibliotheca mexicana (1986-1990) -con estudio preliminar, notas, apéndices, índices y coordinación general suya- nos ofrece la versión latina facsimilar del volumen impreso en 1755 y de la versión española, de modo que podemos valorar muy de cerca la fuerza de la cultura mexicana a través de uno de los mayores monumentos. Figuras insignes, hombres sabios y prudentes como José Pérez Calama, Pedro de Gante, Juan de Zumárraga, Bartolomé de las Casas, los dos Santa María, Antonio de León Pinelo, nacieron o vinieron a arraigarse en estas tierras para hacer su contribución a la vasta obra cultural de la América española, la cual no desmerece frente a la de otras latitudes. En contraste con los alcances de sus trabajos sobre Eguiara, otros textos, aunque con dimensión más modesta, persiguen la misma finalidad. La recuperación que hace de testimonios, como Los pareceres de don Juan de Padilla y Diego de León Pinelo acerca de la enseñanza y buen tratamiento de los indios, resulta un buen ejemplo de ello. Sus propósitos van en el mismo sentido: entender la manera en que a partir de un saber universal -integrado por tradiciones filosóficas, jurídicas y humanísticas- la cultura indiana fue construyéndose a sí misma conforme abordó sus propios problemas y desafíos intelectuales que brotaban de su realidad inmediata. Parte de su interés hacia estas grandes empresas culturales se refleja en la historia de la imprenta y del libro. Su impacto en América y los caminos que siguió la circulación de los impresos son temas que le apasionan. Revisa desde las más exquisitas formas materiales de los libros (El arte barroco en la tipografía novohispana, editado en 1990, entre otros) hasta lo que representa su fuerza civilizatoria (Fray Pedro de Gante. Maestro y civilizador de América y la doctrina cristiana en la lengua mexicana de 1553, 2001). Es útil recordar aquí la publicación del estadounidense Irving Leonard, Los libros del conquistador (1953), que había buscado matizar los horrores de la conquista dando realce a la aparición del libro como elemento civilizatorio. Leonard y otros autores, como el propio De la Torre, fueron abriendo una brecha decisiva para la comprensión de la cultura novohispana a partir del estudio del libro. Don Ernesto, por su parte, subrayó la importancia de los libros e impresos como instrumento y punto de apoyo para la enseñanza de los indígenas: los catecismos y vocabularios que recogieron las primeras voces de las lenguas originarias. Tuvo también la capacidad, no tan frecuente en los estudiosos de la circulación de libros y folletos, de valorar la riqueza tipográfica y artística de nuestros primeros libros, y dedicó a este arte algunos buenos trabajos. ¿Cómo no insistir en la devoción que tuvo por los libros quien por tantos años estuviera al frente de la Biblioteca Nacional de México?16 El autor de la conocida obra Elogio y defensa del libro, publicada por primera vez en 1975 y varias veces reeditada, pasó su vida rodeado de libros. Leyó y escribió incansablemente hasta el final de sus días; tuvo la suerte, en parte gracias a sus buenos ojos, de poder leer todo lo que caía en sus manos, o casi todo. Ernesto de la Torre aprecia la formación de una cultura y una identidad mexicanas a partir de sus inmensos horizontes. Inicia para él durante los siglos coloniales, se nutre y fortalece con la Independencia y remata con el triunfo de la República liberal en la época de Benito Juárez, capítulo de nuestra historia al que dedica varios trabajos señeros: El triunfo de la República y el fin del Imperio, publicado en dos volúmenes por el Fondo de Cultura Económica (1967-1968), aparte de varios ensayos y colecciones documentales que ponen a nuestro alcance testimonios de acervos europeos sobre la Intervención francesa (Las fuentes europeas para la historia de México, 1952). Aquí es necesario recordar que, durante su estancia en París, se concentró especialmente en el periodo intervencionista y que nunca dejará de lado el interés que lo movió en aquellos primeros pasos como investigador. III Nos pareció importante presentar, a los historiadores noveles y no, una antología de textos de don Ernesto de la Torre Villar que permita destacar los que fueron ejes de su producción académica, ya que incursionó en una amplísima gama de temas y aprovechó múltiples géneros. No quisimos que esa amplitud desdibujara aquellos que fueron los temas que más le apasionaron, los que le llamaron con más fuerza a lo largo de su vida. Sin disminuir la importancia de otras tantas obras y compilaciones documentales de extraordinario valor -que revelan su profundo conocimiento y capacidad de seleccionar documentos fundamentales para conocer la historia general de México-, la decisión tomada respecto a los textos que aquí se reúnen responde a la intención de mostrar quién era Ernesto de la Torre Villar, cuáles eran sus principales preocupaciones y cuáles los temas en los que trabajó más, cuyos estudios e interpretaciones resultan imprescindibles. La selección que presentamos no pretende en modo alguno sustituir la lectura y el estudio del enorme trabajo realizado por el maestro. Nos anima el deseo de incitar a los lectores a acercarse a la producción de Ernesto de la Torre Villar mediante la lectura de textos elegidos con una doble intención: por un lado, compendiar aquellos que, nos parece, fueron punto de partida para obras suyas publicadas más tarde y, en consecuencia, ofrecen una primera aproximación a temas mayores de su dominio; por el otro, presentar los que tienen el mérito de tocar temas poco explorados, temas que abrieron caminos o vetas para trabajos posteriores de otros autores, temas que, inclusive, permanecen sin explorar. Organizadas en cuatro grandes apartados, todas estas contribuciones ofrecen un atisbo de sus intereses y, sobre todo, sus enseñanzas. La selección de 16 textos que elegimos constituye un conjunto notable y expresivo de lo muchísimo que escribió: artículos y ensayos publicados en revistas mexicanas y extranjeras; libros breves y folletos; capítulos de obras colectivas; y cuatro prólogos y textos introductorios. Hemos procurado no ofrecer fragmentos sino textos completos; sin embargo, decidimos no integrar muchos de los documentos que don Ernesto incluyera originalmente como anexos ya que, si bien en su momento representó un importantísimo rescate de fuentes de primera mano, hoy es fácil acceder a ellas gracias a la digitalización de archivos y bibliotecas -en cada caso hemos referido el sitio exacto desde el cual el lector puede consultarlos o descargarlos-. Además, hemos considerado indispensable uniformar y normalizar los criterios editoriales para facilitar su lectura, pues son textos publicados originalmente en diversas editoriales con trabajos de edición muy dispar. Tres secciones de la antología corresponden a temas que fueron objeto de mayor interés en su vida académica. La primera, "Historiador de la independencia", incluye seis trabajos sobre temas muy variados en los que De la Torre Villar es un autor representativo. Los textos ahí reunidos buscan dar una idea de conjunto de los temas que abordó en esta línea. Obligado resultó incluir un artículo contemporáneo a su libro La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano (1964), obra clásica, como se dijo, sobre el periodo. "El constitucionalismo mexicano y su origen" que aquí presentamos se inscribe en un esfuerzo colectivo de historiadores y juristas de la Universidad Nacional Autónoma de México para honrar el aniversario 150 del decreto constitucional. Empeñado en el estudio de la revolución constitucional que representó la constitución insurgente, no escapó a su mirada la influencia de fray Vicente de Santa María. De la Torre apreció enormemente a esta figura, quizá de segundo orden en relación con los grandes caudillos, de la cual Morelos recibió una de sus principales influencias para tomar la determinación política de crear un congreso constituyente. El artículo "Fray Vicente de Santa María y fray Vicente de Santa María" alude a dos personajes homónimos que por un buen tiempo convencieron a don Ernesto de que se trataba de la misma persona. Además de dar cuenta de la trayectoria de ambos, el uno intelectual de avanzada, el otro entregado a la obra misional en la franja septentrional del territorio, De la Torre aprovecha para darnos una lección sobre el trabajo de rectificación constante al que está obligado el historiador en su desempeño cotidiano. Muy importantes son sus aportes sobre aspectos diversos del proceso de Independencia, mismos que se muestran a través de los artículos recogidos en este apartado: un texto en el que De la Torre se esfuerza por estudiar la génesis del poder judicial, asunto que por mucho tiempo escapó al interés de los historiadores;'' dos artículos relacionados con la participación del clero en la independencia, tema que, como se ha dicho, preocupó mucho al maestro y que marca los derroteros para el estudio posterior del asunto; y, por último, un ensayo en el que se refiere a los proyectos de independencia ideados en América del Norte ("Dos proyectos para la independencia de Hispanoamérica: James Workman y Aaron Burr"), aparecido en la Revista Historia de América, en 1960. Este último permite apreciar -a través de memorias, folletos, gacetas, como la Lousiana Gazette, y de otros documentos provenientes de bibliotecas de Estados Unidos- el impacto que tuvo en la mente de algunos actores políticos la venta de la Luisiana durante los primeros años del siglo XIX. La redefinición de las fronteras en la parte septentrional de América, a raíz de la adquisición de esa porción territorial por Estados Unidos, abrió en este país grandes apetitos, sueños y expectativas. Dos personajes muy distintos entre sí -uno, el juez Workman de ideas visionarias sobre la migración irlandesa al continente americano; el otro, Aaron Burr, discutido político, hombre impetuoso y aventurero- concibieron planes extraordinarios de independencia para la América española. El retrato de Burr que nos ofrece el maestro nos lleva hasta el Viejo Continente para ver su capacidad de intrigar y maquinar en las cortes europeas las tramas más audaces. La segunda sección, intitulada "Historiador de la cultura católica de la época virreinal", reúne cinco trabajos: dos textos breves -uno sobre la pastoral del obispo de Quito, Alonso de la Peña y Montenegro, otro sobre los incunables- que muestran su amor por los libros. Los tres restantes tienen propósitos más ambiciosos: uno de ellos, referido a los pareceres de dos espléndidos intelectuales del siglo XVII, Diego de León Pinelo y Juan de Padilla; los otros dos, dedicados a personajes decisivos que acapararon su atención en las décadas de 1980 y 1990: Juan de Palafox y Mendoza y Juan José de Eguiara y Eguren, sobre quienes la obra de don Ernesto resulta prolífica: series documentales, artículos y ensayos que ofrecen distintos ángulos de su trayectoria y aportes. De la Torre manifestó admiración por don Juan de Palafox y Mendoza desde muy joven, con sus trabajos dedicados a la biblioteca palafoxiana, los cuales constituyen un esfuerzo documental relevante y, además, tienden un puente entre su amor por los libros y su interés por el personaje. En esta antología recogemos un texto en el que enfrenta un desafio mayor al sintetizar el pensamiento político de Palafox, expresado en su obra Historia real sagrada. De lo mucho que escribió el maestro sobre Eguiara y Eguren, preferimos incorporar su estudio preliminar a la edición de la Bibliotheca mexicana que nuestra Universidad publicara entre 1986 y 1990. Aunque extenso, consideramos que valía la pena incluirlo, puesto que se trata de uno de los productos más logrados sobre esta gran obra y su legado para la cultura criolla. En 1965, como director del mayor acervo de libros del país, De la Torre propuso la difusión de la bibliografía mexicana como misión esencial de la Biblioteca Nacional. Junto con ello, la elaboración de ediciones críticas de las obras más representativas, entre éstas, la Bibliotheca mexicana de Eguiara y Eguren, que debió ser traducida previamente al castellano por el humanista michoacano Benjamín Fernández Valenzuela. Dadas sus dimensiones, fueron muchos años en los que trabajó para publicar la obra. El estudio preliminar de De la Torre, que apareció en el primer volumen, en 1986, pone de relieve el inmenso valor del producto de un sabio de espíritu universal que, como ha dicho el maestro, tenía muy claro "cómo era el pueblo mexicano y qué valor tenía el espíritu que lo había formado"? La razón de ser de la monumental Bibliotheca mexicana se encuentra en el deseo profundo de Eguiara de destruir afirmaciones calumniosas de varios "peninsulares malquerientes", especialmente las del deán de Alicante, Manuel Martí. Es pues mucho más que una enorme y erudita colección documental; se trata de una pieza fundamental de la disputa americana, pieza que nos permite constatar la abundancia de sus frutos y la fuerza de su cultura. Dentro del universo intelectual de Eguiara y Eguren se encuentran innumerables interlocutores, entre los cuales puede mencionarse a los hermanos Diego y Antonio de León Pinelo. Por considerar que el maestro nos ofrece un excelente análisis del pensamiento jurídico de Diego, hemos seleccionado el texto "Los pareceres de Juan de Padilla y Diego de León Pinelo acerca de la enseñanza y buen tratamiento de los indios", pues permite entender la manera en que el pensamiento criollo resignificó las fuentes de la tradición jurídica española para resolver problemas y realidades americanas. El periplo de la familia León Pinelo, desde el Perú hasta Nueva España, pone de manifiesto la dimensión continental de la monarquía en Indias. Un ángulo muy distinto de la cultura católica de la época se consigna en el ensayo "Aspectos sociales de los instrumentos de la pastoral cristiana en Nueva España", dedicado a repasar los instrumentos de la pastoral cristiana y a colocar en un contexto más amplio el Itinerario para párrocos de indios del célebre obispo de Quito, Alonso de la Peña y Montenegro. La conclusión del maestro respecto a las grandes diferencias que existieron entre la obra misional del continente austral y la de Nueva España -en razón de la fuerza con que se implantó la Iglesia y el grado de civilización de sus poblaciones- parece sugerir que el Itinerario estaba lejos de poder ser aprovechado eficazmente para misionar en nuestras tierras. Estudios recientes han demostrado lo contrario: era frecuente que en Nueva España los curas párrocos llevaran consigo, como parte de sus pequeñas bibliotecas, el Itinerario del obispo de Quito. Lo anterior nos lleva a plantear una pregunta: ¿es posible que los curas párrocos de finales del siglo XVIII compartieran la mirada pesimista y poco satisfactoria sobre las poblaciones indígenas que percibe De la Torre en la obra de Montenegro? Un último texto que recoge esta segunda sección constituye apenas un pequeño testimonio de la devoción y la sensibilidad del maestro hacia los libros como objeto. Texto breve, redactado finamente, que tiene como motivo hablar de los incunables del siglo XVI. La tercera sección la hemos denominado "Historiador de la República, la Intervención y el liberalismo". Se refiere al periodo republicano y contiene tres textos que dejan constancia del compromiso que tuvo De la Torre con el estudio del México decimonónico: el muy conocido "Estudio preliminar y notas de El triunfo de la república liberal" (publicado y reeditado por el Fondo de Cultura Económica) y dos trabajos relacionados con la Intervención francesa, en los que podemos apreciar un par de miradas extranjeras sobre México que resultan de particular interés. En "La visión de México y los mexicanos en los intervencionistas" analiza la literatura generada por tres militares intervencionistas: Augusto Roze, Charles du Barail y Joseph Vanson, quienes plasmaron numerosas y ricas descripciones sobre el país y sus habitantes. El artículo "La política norteamericana durante la Intervención francesa en México. Notas para su estudio" es una magnífica muestra del rigor de análisis del que fue capaz el maestro. Su intención es comprender las diversas posturas de la opinión pública estadounidense y la de los congresistas frente a la ocupación. Se trata de un lúcido análisis del discurso político y de un tratamiento ejemplar de las fuentes, en las que se cuestiona la legitimidad del gobierno de Maximiliano, la indiferencia de ciertos políticos norteamericanos, la importancia de la geopolítica y de la relación de México con Estados Unidos. Texto particularmente atractivo para ser leído en el momento actual. Finalmente, la cuarta parte del libro, "Curiosidades y miscelánea", muestra la vastedad de sus intereses. Ahí se incluyen dos textos muy distintos entre sí y a los presentados en las secciones anteriores. Uno, "Las leyes de descubrimiento en los siglos XVI y XVII", refiere su pasión por temas jurídicos y muestra la vastedad de su erudición; es también un análisis pionero de la cultura católica romana y jurídica que caracterizó a los españoles que colonizaron el continente americano. El otro es un trabajo publicado en 1974: "Notas para la historia del trabajo y de las comunicaciones en México. La Compañía de Tranvías y las luchas obreras, 1900-1945"; en él podemos percatamos del excelso oficio de historiador, por el meticuloso y pertinente análisis de fuentes, y de la perspectiva amplia y profunda que caracterizó a don Ernesto de la Torre, atributos que le permitían identificar y abordar problemas centrales en épocas muy distintas de nuestra historia. * * * Hoy, como directora del Instituto de Investigaciones Históricas -al cual ingresara don Ernesto de la Torre en 1953 y del que fuera investigador emérito desde el 17 de mayo de 1994-, y habiendo sido alumna suya durante tantos años, como una muestra de cariño y admiración me complace ofrecer a los lectores este libro que hace patente la fuerza, la calidad y el compromiso que nuestro entrañable maestro tuvo con la disciplina histórica. La lectura de sus páginas será, sin duda alguna, el mejor homenaje podamos hacerle. Agradezco profundamente el trabajo realizado por Pedro Marañón, joven historiador cuyo entusiasmo me ha confirmado la importancia de que la obra del maestro debe ser leída por las nuevas generaciones. A Pedro le debo el descubrimiento de varios trabajos que se hallaban muy olvidados, con el riesgo de que se perdieran para la memoria, así como su labor minuciosa en la selección y el cuidado de este trabajo. Sin su colaboración y sin el diálogo cotidiano que entablamos durante el año de 2016, para recoger, recordar y comentar la obra de Ernesto de la Torre, hubiera sido muy difícil terminar este libro. El trabajo experto y el sabio consejo del Departamento Editorial, particularmente de quien ocupa la jefatura, la maestra Rosalba Cruz Soto, ha sido en todo momento un soporte y un alivio. Es una gran fortuna contar con su cuidadosa labor y su generosa eficiencia, así como con el apoyo de prestadores de servicio social en el Departamento. Agradezco el apoyo que nos brindó el Archivo Histórico de la Universidad Nacional Autónoma de México, dependiente del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, en donde tanto la doctora Clara Inés Ramírez, coordinadora del acervo, y sus colaboradores, así como el director del Instituto, doctor Mario Rueda Beltrán, nos dieron toda clase de facilidades para tener acceso a imágenes y testimonios que pudieran completar la obra. Por último, quiero reconocer la importancia que tuvo el que Miguel de la Torre Yarza, hijo mayor de don Ernesto de la Torre, participara del entusiasmo y me diera materiales muy ricos, y el ánimo para proseguir en la intención de homenajear a su querido padre a los cien años de su nacimiento. ANA CAROLINA IBARRA El Olivar, 2 de enero de 2017. 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Ernesto de la Torre Villar, 1917-2009 Textos imprescindibles
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