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A fin de cuentas se trata de dar cuenta de la circulación de unos textos o unas imágenes pasando de mano en mano, de territorio en territorio, viajando de una orilla a otra. En síntesis, cómo, quién y por qué mecanismos un conocimiento determinado (acerca de una planta, una receta o una teoría cosmológica), una construcción o una práctica cultural específica (fumar tabaco, atribuir virtud medicinal a un tipo de agua o una fuerza milagrera a la imagen de la Virgen), pasaron de un contexto a otro, de un lugar a otro y, en el tránsito, se transformaron, se enriquecieron o se empobrecieron, adquirieron nuevos significados o perdieron alguno de los que se les confirieron. [short_description] => Este volumen contiene reflexiones en torno al surgimiento y caracterización de la cultura médica de los siglos XVI-XVII. Intentamos dar cuenta de cómo ciertos cuerpos de conocimientos y saberes fueron expropiados, resignificados o traducidos en contextos diversos; yuxtaposiciones entre viejos esquemas y paradigmas al momento de repensar las enfermedades y sus litigios, abonando al estudio de los espacios de intersección entre diferentes "agentes" sociales al momento de configurar una cultura médica compartida. Por tanto, la circulación trasatlántica del conocimiento acerca de la naturaleza en los primeros siglos de la Modernidad es un tema central en este volumen. Una circulación que se fija casi por igual, sin pretensión de priorizar, en las dos orillas del océano, al analizar fenómenos o casos específicos ocurridos unos en la orilla atlántica europea, algunos en la mexicana y otros más en ese espacio interoceánico, ni americano ni europeo, como fueron las Islas Canarias.
A fin de cuentas se trata de dar cuenta de la circulación de unos textos o unas imágenes pasando de mano en mano, de territorio en territorio, viajando de una orilla a otra. En síntesis, cómo, quién y por qué mecanismos un conocimiento determinado (acerca de una planta, una receta o una teoría cosmológica), una construcción o una práctica cultural específica (fumar tabaco, atribuir virtud medicinal a un tipo de agua o una fuerza milagrera a la imagen de la Virgen), pasaron de un contexto a otro, de un lugar a otro y, en el tránsito, se transformaron, se enriquecieron o se empobrecieron, adquirieron nuevos significados o perdieron alguno de los que se les confirieron. [meta_keyword] => De la circulación del conocimiento a la inducción de la ignorancia. Culturas médicas trasatlánticas,, Antropología, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades [author_bio] =>Morales Sarabia, Angélica
es doctora en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM e Investigadora del Programa de Historia de la Ciencia en el CEIICH-UNAM. Desde el 2010 imparte cursos regulares de historia y sociología en la FCPyS-UNAM. Entre sus líneas de investigación destaca la cultura médica de las mujeres en los siglos XVI-XVII, e historia natural y exploraciones científicas de los siglos XVI-XIX. Entre sus últimas publicaciones destaca La consolidación de la botánica mexicana, un viaje por la obra de José Ramírez (1879-1904), bajo el sello CEIICH-UNAM.
Pardo-Tomás, José
es doctor en Historia de la Ciencia por la Universidad de Valencia y, desde 1994, Investigador científico en la Institución "Milá y Fontanals" del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en Barcelona, España. Ha sido investigador invitado en diversas universidades y centros de investigación de Italia, Alemania, Francia, Portugal, México y Estados Unidos. Ha dirigido varios proyectos de investigación dedicados a temas de historia cultural de la medicina y de la ciencia de los siglos XVI al XX, sobre los que ha publicado más de un centenar de libros, capítulos de libros y artículos en revistas especializadas, además de un buen número de publicaciones de divulgación de historia de la medicina y de la ciencia europea y latinoamericana.
Sánchez Menchero, Mauricio
es doctor en Historia de la Comunicación Social por la Universidad Complutense de Madrid y actualmente investigador en el Programa de Estudios Visuales en el CEIICH-UNAM. Desde el 2006 imparte seminarios de historia cultural, de historia del libro y de industrias culturales en licenciatura y posgrado en la FFyL-UNAM. Ha sido investigador en diversos centros y universidades de Texas, Montreal, París, Madrid y Barcelona. Ha encabezado varios proyectos de investigación sobre historia cultural de la medicina y de libros científicos novohispanos, sobre los que ha publicado libros, capítulos de libros y artículos en revistas especializadas.
[toc] => INTRODUCCIÓN
Angélica Morales
José Pardo-Tomás 1
"Y LOS REMEDIOS SERÁN LOS MÁS CASEROS". EL ARSENAL TERAPÉUTICO MESOAMERICANO EN LA OBRA DE FRAY AGUSTÍN FARFÁN: ENTRE LA DESCONFIANZA Y LA EXPROPIACIÓN
José Pardo-Tomás 17
JESUITAS QUE SUFREN, PLANTAS QUE ALIVIAN. PODERES OCULTOS CONTRA LA RELIGIÓN CRISTIANA EN LAS MISIONES DEL NOROESTE MEXICANO
Edith Guadalupe Llamas Camacho 49
FRAILES, SANADORES Y RECURSOS CURATIVOS EN LAS CRÓNICAS AGUSTINAS
DE JUAN DE GRIJALVA Y ESTEBAN GARCÍA
Emma Sallent Del Colombo 73
CIRCULACIÓN DE CONOCIMIENTOS Y CONFUSIONES ENTRE LAS ISLAS AFORTUNADAS Y NUEVA ESPAÑA
Peter Mason 101
TABACO BAJO EL CIELO FRANCÉS:
APROPIACIONES LOCALES DE UNA PLANTA AMERICANA (SIGLOS XVI-XVII)
Mauricio Sánchez Menchero 127
IMPERATO Y MARANTA: LA TERIACA Y EL MISTERIO DE SU INEFICACIA
José Ricardo Sánchez Baudoin 149
LA MEDICINA ASTROLÓGICA NOVOHISPANA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVII
Jesús María Galech Amillano 163
"LA LOCURA DE LA DICHA MI MUGER".
EL PROCESO DE LA JUSTICIA REAL CONTRA MARIA RUIZ
Teresa Ordorika Sacristán 193
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA NARRATIVA
SOBRE LA NATURALEZA AMERICANA:
MUNDO NUEVO O DESCRIPCIÓN
DE LAS INDIAS OCCIDENTALES, DE JOANNES DE LAET (1625)
Angélica Morales Sarabia 215
ÍNDICE ONOMÁSTICO 247
AUTORES 249 [free_reading] => El volumen que hoy presentamos es el resultado del Simposio Internacional "De la circulación del conocimiento a la inducción de la ignorancia. Historia de las plantas medicinales (siglos xvi-xvii)". Varios de quienes escribimos aquí hemos reflexionado en torno al surgimiento y caracterización de la cultura médica novohispana de los siglos xvi-xvii. Las preguntas que guiaron la escritura de los capítulos se formularon en torno a cómo ciertos cuerpos de conocimientos y saberes fueron expropiados, resignifica-dos o traducidos en el proceso colonial. Otros autores del volumen optaron por analizar procesos vinculados con las yuxtaposiciones entre viejos esquemas y paradigmas al momento de repensar las enfermedades y sus litigios, lo que abona al estudio de los espacios de intersección entre diferentes "agentes" sociales al momento de configurar una cultura médica compartida. En ese simposio nos dimos a la tarea de preguntarnos si era posible hacer un ejercicio de doble tránsito en el que pudiéramos destacar los elementos singulares de la cultura médica novohispana, así como relevar aquellos mecanismos que acallaron una serie de conocimientos y saberes médicos. Bajo estas premisas fue muy importante la lectura de Agnotology de Robert N. Proctor y Londa Schiebinger (2008). Estos autores se cuestionaron por qué determinados conocimientos desaparecen y otros, por el contrario, siguen vigentes en la cultura. Ellos reconocieron que existía cierto tipo de luchas entre diferentes actores que producían ignorancia sobre determinados cuerpos de conocimiento. También examinaron que estos procesos eran evaluados al final como resultado inescrutable del olvido. Al acometer un análisis histórico más detallado, reconocieron que su ausencia o silenciamiento no era trivial sino que, por el contrario, era el resultado de luchas que se escenificaban en el ámbito de la cultura. Para dar cuenta de este tipo de procesos acuñaron el concepto de agnotology (la inducción cultural de la ignorancia). La tarea que Proctor y Schiebinger se impusieron al estudiar la ignorancia representó un esfuerzo epistemológico de gran calado, pues puede funcionar como una herramienta teórica para formularnos nuevas interrogantes, entre otros ámbitos, en los procesos coloniales. Como ellos sostienen, la ignorancia poco interés había generado entre filósofos o sociólogos y, cuando ésta llegó a captar su atención, fue conceptualizada en clave de falta, carencia, u olvido de conocimiento. Por el contrario, su propuesta se concentró en el análisis de la ignorancia como resultado de acciones inducidas, reconociendo que éstas permanecían arraigadas en una geografía política, sexual, selectiva, que siempre tenía a su disposición una ingeniería deliberada. Tradicionalmente, los historiadores de la medicina en la Nueva España se han comprometido con aquellas perspectivas interesadas en establecer la "modernidad" con respecto a sus contrapartes europeas. Se han dirigido también a enfatizar los procesos de sincretismo, aculturación o mestizaje con respecto a los conocimientos médicos, y ahí los recursos indígenas ocuparon un lugar central. Nuestra intención en este volumen ha sido desplazarnos de estas caracterizaciones. La búsqueda de lo "indígena", lo "verdadero", lo "original", resulta inoperante. En los últimos años se ha desarrollado una teoría crítica sobre la Colonia que propone nuevas perspectivas en un diálogo permanente entre la historia y la antropología. Los conceptos arriba citados han sido cuestionados con fuerza, ya que, paradójicamente, contribuyeron a "subsumir bajo sí procesos de inabarcable complejidad". Por largo tiempo los historiadores prestaron excesiva atención a los lugares canónicos de la medicina como universidades, reglamentaciones u hospitales, y dejaron fuera de sus análisis retrospectivos otros espacios en los que se produjeron conocimientos médicos. Esto llevó a David Gentilcore a reflexionar sobre la importancia de trabajar en nuevos espacios de intersección que de alguna forma vincularan el ámbito de la medicina con las leyes, la política, la religión, el arte o la cultura material, y con ello romper la prevalencia de identidades fijas y de prácticas médicas restringidas al mundo de los profesionales . Es un hecho innegable que la circulación y reapropiación de recursos médicos fue protagonizada por diferentes sujetos que compartieron y disputaron esos recursos. Podemos reconocer prácticas y representaciones provenientes de las culturas indígenas inmersas en una cultura nueva, resultado del choque colonial, por lo que aquí la denominamos "cultura médica novohispana". Por ejemplo, el uso del peyote en los espacios domésticos (Morales Sarabia, 2014) o el consumo de tabaco a escala global (Sánchez Menchero). Es cierto, por igual, que no todo circuló de la misma manera ni libremente; más aún, recayeron sobre ciertos sujetos o cuerpos de conocimiento, acciones concretas que contribuyeron a su transformación o desaparición por estar en contra de determinadas posiciones institucionales o gremiales. Esto fue así en el ascenso de la profesionalización de la medicina, durante los siglos xviii y xix, para quienes lucharon frente a todas las expresiones no académicas en el arte de curar, o bien por representar creencias sobre el cuerpo ajenas al paradigma galénico imperante en las instituciones coloniales. Podríamos traer a colación otro de los grandes temas relevantes en la cultura médica novohispana relativo a la figura de los "informantes", lo que nos exigen las aplicaciones de nuevos modelos explicativos. Es innegable que los informantes fueron imprescindibles en el proceso de transmisión de la medicina mesoamericana a los "preguntadores" como Bernardino de Sahagún, Francisco Hernández, o los frailes jesuitas o agustinos tratados en este volumen. Con todo, tardaríamos en reconocer cómo los nombres de aquellos sucumbieron a la construcción de identidades colectivas en los textos médicos y de cirugía impresos en la Nueva España, lo que dio lugar al borramiento de su individualidad y de su subjetividad. ¿Cómo restituir entonces sus voces perdidas en el anonimato perpetuo al que le somete la escritura colonial? La caracterización de un fenómeno tan amplio como la cultura médica novohispana transita por vías en las que encontramos intersecciones entre espacios, prácticas y representaciones. A través de los estudios sobre la medicina de la conversión (Pardo Tomás, 2014), reconocemos el papel que jugaron los indígenas, en un momento en que las carencias eran enormes y los recursos escasos. Y esto fue así no sólo para los recién llegados, sino también para los viejos pobladores, generando las condiciones que hicieron posible el desarrollo de una cultura médica en la que participaron indígenas y españoles, la cual debe ser considerada distinta en muchos de sus componentes y concepciones nosológicas respecto a sus contrapartes en Europa, África o Asía. Es desde ahí donde cobra nuevos significados el pluralismo médico recogido en los textos de medicina y cirugía impresos en la Nueva España de los siglos xvi y xvii; el papel del sucedáneo en la materia médica o, por ejemplo, la cultura material vinculada al sahumerio que fue compartida por mujeres indígenas y españolas, las pipas para inhalar tabaco, o los baños registrados como práctica autóctona en testimonios diversos, como los procesos inquisitoriales. II. Uno de los temas esenciales de este volumen es la circulación trasatlántica del conocimiento acerca de la naturaleza en los primeros siglos de la Modernidad. Una circulación que se fija casi por igual, sin pretensión de priorizar, en las dos orillas del océano, al analizar fenómenos o casos específicos ocurridos unos en la orilla atlántica europea (capítulos 5, 6 y 9), algunos en la mexicana (capítulos 1, 2, 3 y 7) y otros más en ese espacio, ni americano ni europeo, sino en cierto modo ambas cosas a la vez, como fueron las Islas Canarias (capítulos 4 y 8). Una circulación que no se limita a seguir unos textos o unas imágenes pasando de mano en mano, de territorio en territorio, viajando de una orilla a otra. Las distintas miradas que recoge este volumen se interesan mucho más por los procesos de apropiación de ese conocimiento puesto en circulación. Se preocupan por el cómo, quién y por qué mecanismos un conocimiento determinado (acerca de una planta, una receta o una teoría cosmológica), una construcción o una práctica cultural específica (fumar tabaco, atribuir virtud medicinal a un agua o fuerza milagrera a una imagen de la virgen) pasaron de un contexto a otro, de un lugar a otro y, en el tránsito, se transformaron, se enriquecieron o se empobrecieron, adquirieron nuevos significados o perdieron alguno de los que les confirieron. Especialmente rico, por lo variado, lo plural, lo polifónico, resulta el elenco de actores que desfilan en estos nueve capítulos que protagonizan esos procesos de circulación, apropiación y relaboración. Si los frailes aparecen como claros protagonistas en los tres primeros capítulos, donde agustinos y jesuitas muestran una especial relación con el mundo de la práctica médica en el ámbito novohispano, también los clérigos lo son de algún modo en el capítulo 7 (sobre la astrología médica) y en el capítulo 8 (sobre las representaciones de la locura y sus consecuencias judiciales). En otros, los personajes son boticarios, médicos, tratadistas, cronistas, mercaderes, pintores o una mujer que está o se finge loca. Lo que parece de justicia subrayar aquí es que esta pluralidad responde a una incesante búsqueda de fuentes que no se limitaran a las que hasta hace bien poco protagonizaban el relato historiográfico hegemónico en el ámbito de la historia de la ciencia. Desfilan por estas páginas representaciones visuales (especialmente significativas a la hora de elaborar los capítulos 4 y 5), procesos judiciales (ejemplos en los capítulos 2, 7 y, con especial relevancia, en el 8), crónicas de frailes y misioneros (en los tres primeros capítulos) y, por supuesto, un elenco de tratados que van desde los de apotecaria a los de matemáticas, pasando por recetarios médicos, crónicas de viajes, obras de teatro o recopilaciones geográficas. Por último, cabría destacar cómo las cuestiones, las preguntas que las autoras y autores de estos nueve capítulos se hacen y hacen a ese elenco variado de fuentes se alejan tanto de las tradicionales preguntas acerca del supuesto grado de modernidad, atraso o singularidad de la producción científica en el ámbito ibérico (entendido como un todo, metropolitano y colonial), como de las que serían sólo su reflejo especular: la preminencia temporal de ese mismo ámbito ibérico en prefigurar la modernidad científica. Las preguntas de las que surge este libro se plantean más bien en otras coordenadas, en otro marco de referencia: cómo se construye confianza o se genera desconfianza a partir de un texto, de una imagen, de un relato puesto en circulación; cómo determinada creencia genera mecanismos de prueba que los niveles de expectativa se confirma entre actores diversos; cómo la referencia a la experiencia directa llegó a adquirir categoría y valor probatorio; por qué determinadas explicaciones acerca de una epidemia o de la acción de una planta medicinal se ocultaron ose explicitaron, se asimilaron o se modificaron en función de los intereses de quienes las elaboraron o las recibieron. Asimismo, un largo etcétera de cuestiones similares que tratan de acercarnos de una forma compleja y renovada al problema de la construcción del conocimiento en el mundo de la globalización ibérica de la Modernidad temprana. En el capítulo 1, Pardo-Tomás va a la busca de las estrategias de apropiación del arsenal terapéutico mesoamericano en la obra del médico agustino Farfán, interpretando su obra médica y quirúrgica como un instrumento que sirviera para poner la experiencia acumulada en años de ejercicio profesional, antes y después de su ingreso en la orden, a disposición de frailes y colonos, españoles y criollos, que eran los destinatarios del Tratado. Aunque se presenta como fruto de la experiencia personal, que se usa como criterio legitimador para la recomendación de materia médica indígena, la obra no puede ocultar que es fruto del acúmulo de una experiencia, en el fondo, colectiva, pues derivaba de décadas de despliegue de la medicina de la conversión. Durante ésta, el intercambio entre sanadores indígenas y los recién llegados había sido intenso, movido tanto por la permanente situación de catástrofe en la salud de los primeros como por la precariedad de medios humanos y materiales de los segundos. Desde esa perspectiva de análisis, la obra de Farfán se interpreta como una compleja operación de apropiación por parte del colonizador europeo del conocimiento y de las prácticas sanadoras prehispánicas, a la vez que de rechazo y deliberada condena a la ignorancia de otras. En realidad, la obra de Farfán es más bien un resultado final de ese proceso, aunque por supuesto en ningún momento hay un reconocimiento explícito de la dependencia del saber indígena, que en los primeros decenios de la colonización fue muy estrecha. No sólo en los primeros decenios, ya que, como muestra Edith Llamas en el capítulo 2, la colonización fue un proceso largo en el espacio y en el tiempo. La autora "busca reflexionar acerca del conocimiento médico compartido, su circulación y las esferas de autoridad médica a raíz del establecimiento de la organización misional jesuita en el noroeste mexicano, en el siglo xvii y man". Así se enfrenta a las obras de jesuitas como José de Acosta, Eusebio Kino y, muy especialmente, a las crónicas de misiones como las de Andrés Pérez de Ribas para Sinaloa, o Ignaz Pfefferkorn y Juan Nentvig para Sonora, ambas ya en el siglo xviii. En éstas, un fino análisis permite comprobar los mecanismos de incorporación del cristianismo a la medicina y las prácticas sanadoras indígenas, apoyándose también en otras fuentes, como el proceso contra Marcos Humuta, en 1645. Este elenco de fuentes permite encuadrar de modo más rico la conocida obra del Florilegio medicinal de Juan Esteynnefer (1712) y entenderla esencialmente como un recurso de los misioneros jesuitas para su propia salud, así como una auténtica "hagiografía médica", al combinar de modo inseparable la esfera de lo religioso y la esfera médica. Dos ámbitos que de nuevo se muestran como inseparables en el capítulo 3, donde Emma Sallent analiza el entrecruzamiento de las esferas religiosa y médica en las prácticas, espacios y experiencias de los misioneros agustinos en Nueva España, convertidas en narrativa edificante para la orden de San Agustín gracias a las dos primeras crónicas de su establecimiento en Nueva España, escritas por los criollos Juan de Grijalva y Esteban García. Este tipo de fuentes textuales vuelven a mostrar cómo es posible una aproximación a los primeros momentos del encuentro, al verdadero momento clave de la medicina de la conversión, ese medio siglo de violencia, tensión, intercambio y comunicación que precedió a la aparición de los primeros tratados, instituciones y profesionales de corte europeo dispuestos a marcar la hegemonía de la medicina universitaria, a partir de una progresiva -aunque lenta y siempre parcial- consolidación del modelo institucional importado por los colonizadores. Así pues, los tres primeros capítulos del volumen muestran, a través de un amplio abanico de fuentes, cómo se elaboraron y circularon por territorio novohispano un saber, una información y unas prácticas relativas a la materia médica, los recursos curativos, la acción de los sanadores, la lucha contra las epidemias, que mostraron una vez más, a nuestro parecer, el papel fundamental de las estrategias relacionadas con la medicina en la acción religiosa de los frailes. También es cierto que estos tres capítulos sugieren nuevas reflexiones sobre aquellas transformaciones subjetivas no sólo de los indígenas (históricamente así se ha destacado), sino de los médicos y de los frailes. Se abren otros interrogantes: ¿Hasta qué punto fueron también transformados los "otros", aquellos quienes aceptaron a través de la vía de la experiencia o de la experiencia de los otros, el reconocimiento de la eficacia de los recursos indígenas? También nos convocan, sobre todo el capítulo 2, a repensar cómo los indígenas negociaron con los frailes el proceso de cristianización. Esto se hace más evidente al momento de analizar su pericia en el manejo de las plantas y los venenos, saber experto que no sólo fue reconocido por los jesuitas en los territorios más norteños de la Nueva España, sino también utilizado, en circunstancias específicas, a fungir como moneda de cambio por los indígenas en determinados momentos y condiciones. Si nos movemos del terreno de los textos al de las representaciones visuales, podemos acercarnos a otros casos y modalidades de imbricación de la esfera religiosa con la médica. Es una de las lecturas que ofrece el capítulo 4, en el que Peter Mason nos aproxima a la circulación transatlántica, desde las Islas Canarias a Nueva España, de una serie de representaciones asociadas a imágenes de la Virgen, a sus apariciones en, sobre o bajo determinados árboles sagrados, que revela, además, las propiedades curativas de las aguas o de las hierbas del entorno. "Importaciones" de este estilo vinieron junto a las institucionales antes señaladas, aunque hayan sido generalmente obviadas por una historiografía que, en todo caso, las trató como pertenecientes a compartimentos estancos en la línea del discurso sobre la Modernidad "atrasada", siempre en busca de la reivindicación patria (o de execración del dominio colonial) que justificara el atraso y reivindicara la Modernidad. Se trata de un relato típico del siglo pasado, en especial de su primera mitad, del que no acaba de separarse una parte importante de la producción historiográfica del presente siglo. Lo que Mason propone en su capítulo es unir "estas historias trasplantadas como los adornos heterogéneos entre sí de una pulsera de dijes", para tratar de comprender mejor, a través de esas semejanzas familiares, el fenómeno de la circulación del conocimiento, su comunicación intercultural, sus procedimientos de apropiación, la creación de malentendidos tan significativos como el de la imagen del árbol canario circulando en grabados europeos en un ambiente mexica. Además se comprueba la afinidad entre un tema canario y uno novohispano, que una vez más crea un puente sólido entre realidades materiales y espirituales en ambos lados del océano. En el lado europeo del mismo, concretamente en la Francia de los siglos xvi y xvii, se centra el capítulo 5 para, sin dejar el mundo de las representaciones visuales, presentarnos algunas reflexiones en torno a la circulación y apropiación de una planta americana como el tabaco. Sánchez Menchero se propone dar cuenta de las formas en que el tabaco fue apropiado como droga adictiva, por encima de los usos médicos y ornamentales con que la dotaron los europeos inicialmente, no para privilegiar un tipo de asimilación frente a otro, sino para "restituir la polifonía del proceso". El placer fue claramente el motor que explica la extensión -incluso la transversalidad- del consumo de la droga. Su trazado debe ser reconstruido, no sin esfuerzo hermenéutico, a través de un abanico amplio y variado de fuentes, que en este caso van desde el relato que los cronistas (también los demonólogos) hicieron sobre el consumo indígena a las escenas de taberna de pintores flamencos, pasando por las obras teatrales de Moliére y otros autores. El consumo como medicamento, originado mediante la construcción cultural europea de las virtudes medicinales del tabaco, acabó dejando paso al consumo placentero, impulsado por prioridades financieras, estrategias comerciales, políticas impositivas, incluso de fenómenos de adulteración, que Sánchez Menchero reconstruye aquí para el contexto francés, pero que se hallan también en otros contextos locales europeos. Las controversias en torno a productos medicinales en esos contextos locales europeos no giraron solamente en torno a plantas o sustancias llegadas del Nuevo Mundo. Como muestra en el capítulo 6, la composición medicinal de la teriaca, panacea de origen clásico, fue objeto de discusión a lo largo del Renacimiento. Sánchez Baudoin nos presenta un episodio significativo de ese debate: el que unió los nombres del médico salernitano Bartolo-meo Maranta y del boticario napolitano Ferrante Imperato, en 1572, a propósito siempre de la teriaca. En esa larga controversia, el argumento fuerte para explicar la ineficacia del medicamento giró en torno a los errores en la composición, anclados al axioma de su leyenda clásica. Eso abría el camino a las acusaciones de inoperancia gremial (entre boticarios y médicos), frente a una casi siempre indiscutible autoridad procedente del pasado clásico expresada en los textos, y de ahí que la controversia renacentista presentara una interesante mixtura entre prácticas de carácter filológico y hermenéutico, con prácticas de carácter experimental. Estamos en un terreno disputado en el que se abre camino una concepción empírica como elemento determinante ante las dudas suscitadas por la transmisión del saber clásico mediante textos que no permitían por sí solos resolver la polémica. El juego entre lectura de los textos clásicos y realidades "experimentales" o hechos observacionales "nuevos", no conocidos por los autores clásicos, se plasmó en el espacio transatlántico ibérico en diversos territorios del saber y del conocimiento. Uno de éstos especialmente significativo, es el que nos presenta Jesús Galech en el capítulo 7, el de la medicina astrológica, en su versión novohispana a lo largo de todo el siglo xvii. Si dejamos a un lado la tarea de cierta historiografía como una incesante búsqueda de una presupuesta Modernidad científica mexicana extraída del buceo en la obra de ciertos autores, se nos presenta la necesidad de una interpretación alejada de esos parámetros, que devuelvan personajes y obras como los de Diego Rodríguez, Melchor Pérez de Soto, Carlos de Sigüenza y Góngora a su condición de astrólogos con todo lo que ello significaba en un contexto temporal y espacial concreto. La labor intelectual de éstos y, desde luego, sus prácticas científicas, estuvieron en la línea de la reformulación de la astrología a la luz de las nuevas teorías astronómicas y cosmológicas del siglo xvii. Por eso la literatura astrológica del XVII novohispano es destacable por su cantidad y también por su circulación y la gran polifonía que conecta autores, editores, promotores y lectores entre diversos estamentos sociales, incluyendo -de manera muy destacada- al clero, tanto regular como secular, y a los médicos. Así, la medicina astrológica se incorporó en México a los estudios universitarios, donde la cátedra de astrología y matemáticas fue ocupada por médicos durante la mayor parte de su existencia. Este capítulo, además, nos sugiere cómo la medicina astrológica que se desarrolló en la Nueva España del siglo XVII fue un campo fértil del discurso patriótico, articulado por los criollos en contra de sus detractores europeos, donde es posible reconocer una vía de doble tránsito, ya que la medicina astrológica, en un sentido, contribuyó a legitimar la estructura social que impuso el régimen colonial al tiempo que era un reflejo de la misma. Por tanto, la medicina astrológica contribuyó a la construcción de cuerpos diferenciados, articulados bajo los marcadores de raza y género. En la cúspide de la jerarquía se ubicaron los varones de origen europeo, los integrantes de las calidades más altas, pasando por criollos y una variedad de descastados, dejando en el extremo inferior a los indígenas y desheredados. Se estableció desde allí quiénes tenían cuerpos más proclives a la salud y cuáles a la enfermedad; quiénes eran aptos para el trabajo rudo o para el desarrollo de tareas intelectuales. Esto nos recuerda cómo la naturaleza y los pobladores de la Nueva España no sólo fueron modelados y descritos a partir de los intereses económicos o territoriales de las potencias en expansión, sino desde los paradigmas bíblicos y clásicos. Aquí las teorías médicas tuvieron un papel importante. La colonización de los nuevos territorios se convirtió en eso que Susan Parrish Scott ha descrito como una experiencia fisiológica y mental. La naturaleza se "respiraba, se bebía, se comía, se absorbía bajo la piel y se incorporaban en ella las facultades de cada individuo 12". No cabe duda que la figura del médico universitario a ambos lados del Atlántico experimentó una expansión en sus posiciones sociales, institucionales e intelectuales a lo largo del seiscientos. Uno de los terrenos en donde esa expansión fue especialmente notable fue en su desempeño como expertos en procesos judiciales de muy diversa índole. En el capítulo 8, el exhaustivo microanálisis que Teresa Ordorika hace de un proceso contra María Ruiz, acusada de herejía en Canarias, en 1679, nos presenta precisamente cómo el discurso médico pesó cada vez más en las representaciones de la locura que, en ese último tercio del siglo xvii, eran de dos órdenes. Una representación más tradicional era la esgrimida en este proceso por los juristas (fiscal y abogados), donde el énfasis se situaba en los comportamientos violentos característicos de la manía, en los que se difuminaba retóricamente la frontera entre lo bestial y lo humano. En la otra representación, de tintes más modernos, la locura perdía ese carácter fácilmente identificable y sus causas se situaban en procesos internos, interpretables por los médicos, quienes ejercen un creciente papel de expertos cuyo discurso va adquiriendo una posición cada vez más preminente. De este modo, un tipo de explicación racional y naturalista de la locura va surgiendo en contextos como el aquí analizado, donde tres médicos convocados en el proceso canario contra María Ruiz se situaron a sí mismos como expertos en la materia, y donde también se muestra el grado de apropiación del discurso médico por parte de la sociedad, "entendiendo por ello un proceso activo en donde ésta lo moldea y lo utiliza para responder a sus propias necesidades". Con todo, el caso aquí tratado demuestra la yuxtaposición de prácticas y representaciones sobre la locura en donde interactúan viejas y nuevas concepciones en un mismo tiempo y espacio. Vemos aquí que los conocimientos médicos más antiguos no siempre son olvidados por ser obsoletos o inocuos. Casi siempre se ejerce una acción selectiva, que es en todo caso expresión de la realidad social y política específica. En el capítulo 9, que cierra el volumen, Angélica Morales se pregunta cómo se leyó en los Países Bajos la obra de Francisco Hernández, que circuló sobre todo a través de la versión de Francisco Ximénez, en manos de Joannes de Laet, cuya lectura-apropiación se plasmó en su Mundus Novus, de 1625, y en la versión francesa de la obra, en 1640. Queda claro el papel del mundo ibérico como generador de textos e imágenes sobre las que viajó el conocimiento del mundo natural trasatlántico. Existen continuidades evidentes entre las fuentes que Laet consultó y lo que plasmó en su obra, y también hay cambios importantes que permanecen intrínsecamente vinculados con el ascenso de la nueva objetividad en el siglo XVII: su manera de manejar los textos, la lengua de los textos, las cartas y portulanos, los testimonios manuscritos y orales "directos", incluso los mismos objetos materiales. Así, la autora plantea la cuestión crucial del papel de la epistemología empírica en el mundo ibérico del xvi y en el holandés del xvii. Queda claro cómo hay que profundizar en el proceso de apropiación, traducción y circulación de los textos, tanto en sus pérdidas como en sus transformaciones. Las historias generales, morales y naturales producidas en el espacio hispanoamericano del siglo xvi no se reditaron igual en el espacio europeo del siglo xvii. Laet en ocasiones produce en el lector la fuerte sensación de que las cosas de la naturaleza estaban siendo descritas por primera vez o estaban siendo descritas correctamente, a pesar de provenir la mayoría de información de documentos, experiencias y prácticas científicas hispanoamericanas. Finalmente, este primer acercamiento a la obra de Laet le permite a la autora reconocer dos momentos de expropiación: uno primero que comenzó casi de inmediato, en los textos inaugurales sobre el Nuevo Mundo del siglo xvi sobre a las culturas indígenas americanas, y uno segundo, que vino bajo el sello holandés, con respecto a la epistemología empírica hispanoamericana del siglo xvi. Claro está, ambos tienen contextos distintos. Ello le lleva a insistir en que si queremos construir nuevas visiones sobre la escritura científica del siglo xvii necesitamos dejar de obviar los contextos coloniales citados a pie de página, es decir, debemos recuperar el espacio en tanto lugar de interacciones y transformaciones sociales que modelaron el conocimiento sobre las cosas de la naturaleza. Hay que profundizar en las diferentes formas de escritura que se registraron durante el periodo de los siglos xvi y xvii; en las diferencias de los que escribieron in situ y de los que lo hicieron desde la distancia y de segunda mano. Quizá esto permita romper con aquellas perspectivas históricas estabilizadoras que creyeron reconocer en estas obras formas de escritura uniformes y sin fisuras. 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